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Mostrando entradas de septiembre, 2024
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CANIJA Al menos hoy tienes un alivio, no pensar “¿qué me pongo?”. La camiseta blanca de algodón de cuello azul a la caja con rayas azules en los hombros, el picajoso chándal de espuma, el negativo de la camiseta, azul con las rayas laterales blancas y los tenis, te esperan a los pies de la cama. Tú misma, la noche anterior, los dejaste allí preparados.                    Aunque la clase y la profesora te gustan, este mes estás asustada. Te encantaría estar enferma los días de gimnasia.                    Sabes que no te saldrá, te caerás, te harás daño y, por si fuera poco serás el hazmerreír de tus compañeros fisgones, arracimados clandestinamente en las pequeñas ventanas, espiando el gimnasio de las niñas.                    Con escasa biografía, trece para catorce años a finales del frío enero, e irrisoria corporeidad:     —¡Niña!, ¿vendes pantalón o compras carne? —como te grita el soldado de  guardia desde su garita en el cuartel por el que pasas cada mañana, estás por primera vez
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PALABRA DE CISNE No te asustes. Envejecer no está tan mal. Aprendes a calmar las dudas, a detener el tiempo, a gozar los instantes. El problema es la gravedad derribando a pedazos tu cuerpo. Anímate. Acude cada día a su cita. Busca una butaca cómoda. Siéntate a comerte con la vista el atardecer. Atiende. El día envejece con cada vuelta y no se achanta. Respira. Déjate envolver por el terciopelo de su piel de durazno. María José Aguayo Fotografía de Juan Carlos Girón Arjona
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MEMORIAS DE OTRO VERANO Nadie me apodaba, la hermosa leona, ni el botón de mi ojal se llamaba Denys, pero… “Yo tenía una granja en… Marbella al pie de Sierra Blanca. El Mediterráneo atravesaba aquellas tierras bajas. La granja se asentaba a 25 metros sobre el nivel del mar” … Las olas agitadas bailaban el can can enseñando las puntillas blancas de sus enaguas. La Hierba de San Pedro —el perejil de mar— erguido, extendía su grácil paraguas asomado ante tanto alboroto, embriagado de salobre rocío. Los cangrejos perezosos aguardaban en la orilla que la marea les sirviera el fresco festín. Las gaviotas intimidantes, abandonadas por el viento, en la noche detenían su tenaz asedio. Cuando la granja se vendió, en automóvil —el ferrocarril, por mis tierras, nunca pasó— con agudo pesar en el pecho y falta de aire en los pulmones que me dificultaba respirar me alejé abrochada a mi botón, de mi amada costa engalanada con su mantilla de brocados azules. Desvanecida mi cola prestada de sirena reco