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Mostrando entradas de febrero, 2024
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LLANTO SECO.   Por María José Aguayo   Miguel Rudo, nació en Úbeda, Jaén. Fue criado en casa de sus abuelos maternos donde vivía junto a su madre Eulalia y su tía Guadalupe, las dos hijas adoptadas por el matrimonio. Eulalia era la mayor. La vida se empeñaba en darle motivos para volverla cada vez, más resentida. Al quedarse embarazada, el novio la dejó. Al niño le llamó Miguel. Era rubio y bien parecido. De comportamiento muy movido. Pasado el tiempo de la crianza, cuando su hijo dejó de ser un bebé, como quien se cansa de un cachorro y sus monadas, comenzó a rechazarle. Su propia historia de niña abandonada, fue el caldo de cultivo que degeneró en una relación extraña, mezcla de, ni contigo ni sin ti. Lo mismo se deshacía ante todos para enseñar cuánto le quería que, en la intimidad del hogar, le profería gritos de, los de vena en cuello, clamando al cielo por lo harta que estaba de tanta lucha sola.   Cuando con tres años llegó al colegio, Miguel tenía la costumbre de no hablar y co
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DÍA DE COLADA   Es por la tarde. La luz del sol tibia se apaga. Queda una media hora para que se vaya. Con su calidez, me siento abrazada.    Mis pies, en zapatillas de casa, están en el suelo de barro rojizo que rodea al jardín. El césped puja por ser verde, contra el reseco marrón del invierno; salpicado de pequeños tréboles y brillantes flores amarillas de hierba agria.    Salgo a recoger la colada. Me gusta aspirar profundo, la fragancia que desprende la ropa limpia, con aroma a jabón de Marsella. Me transporta a mi infancia. Me coloco junto al tendedero de suelo desplegado, incluidas sus dos alas. Como cada lunes, están tendidas las sábanas. Cada una, como si de los renglones de un cuaderno de una sola línea se tratara, cuelga aplicada de su raya. Aunque son de dormitorios diferentes, esta semana son iguales, los dos juegos de cama individual. Las bajeras de ajuste, lisas blancas, las de arriba y las fundas, de flores y ramas de distintos tonos de azul con una franja del embozo bl
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ARENA NEGRA.   Faltan quince minutos para las ocho de la mañana, del jueves ocho de febrero. Y otros quince minutos para asistir al amanecer en directo. Hoy la estampa morada y roja, anaranjada y amarilla del horizonte, compartirá protagonismo con enormes cúmulos grises. Espero que estén cargados de la necesaria lluvia. Confío en las previsiones meteorológicas, y acudo a mi cita preparada con mi chubasquero amarillo.  Voy a pasear a primera hora por la playa. Suelo hacerlo todas las mañanas. La misma ruta. Ida y vuelta, una hora aproximada. En esta época del año a estas horas no suelo cruzarme con nadie. Me gusta empezar la jornada en contacto con la naturaleza. Viviendo en Málaga, no podía ser de otra manera, camino junto al mar. Me despeja y me relaja; me siento a gusto.                   Aprovecho la caminata para hacer fotos. Me gusta documentar mi vida y prestar atención a las pequeñas cosas. Me ayuda a aquietar la mente en este bullicioso mundo en que vivimos. Cuando reviso las i
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LUNA DE OTOÑO En un poblado de la antigua China, al atardecer, Qiang y Xiuyin, se han desposado. El invierno pasado sus familias así lo concertaron. Aún conservan la máscara de la niñez en sus rostros. Tras honrar a sus antepasados, guiados por el aroma de los olivos fragantes, caminan cogidos de la mano junto al río. Van a contemplar la luna clara de mitad del otoño, la más hermosa del año. Pedirán a los dioses poder regresar el próximo equinoccio con un hijo entre sus brazos. María José Aguayo
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MAYO CELESTE Y ROSA . Estamos a mediados de mayo a comienzos de la década de los setenta. Se celebra la novena de María Auxiliadora. Siento los nervios en el estómago. Como cada año, las monjas del colegio de niñas en el que estoy, La Inmaculada, nos llevan andando a la iglesia del colegio de niños, El Castillo, tutelado por los padres salesianos. Cada colegio está a un lado del puente que divide la ciudad. En extremos opuestos. En el primer tramo el suelo es liso, al cruzar el puente, se vuelve empedrado y de adoquines. Venimos de la parte moderna, calles amplias con aceras y tráfico, edificios de ladrillos, tiendas, trasiego de viandantes; vamos hacia la parte antigua, señorial, la de las casas solariegas y portones antiguos rondeños, la de callejones estrechos solitarios donde resuenan con eco los pasos, las voces; donde al doblar las esquinas según a qué horas, pueden salirte al paso las ánimas de personajes de antaño, incluso la de algún temido bandolero.   Marchamos por las calle
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EL EXTRAVÍO ¿Alguien ha visto a mi dueña? Es una niña pequeña. Todavía no ha cumplido los cinco. Vamos juntos a todas partes. Si no me abraza en la cama, no puede dormir. En la mesa me sienta a su lado y me acerca la cuchara a la boca, después de soplarle a la sopa para que no me queme la lengua. Dentro de su casita de juguete me viste, me da el biberón, me pone lazos, me escucha el corazón, me baña y me acuna. Me coloca junto a ella en la alfombra  y me mancha con sus pinturas. Me lleva al parque y me tira por el tobogán, me sube en el columpio y me empuja.  Me pringa con su dulce piruleta. Corre y salta conmigo. ¿Alguien ha visto a mi dueña? Si no me abraza esta noche no podré dormir. María José Aguayo Fotografía publicada en Facebook por Literland
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DEL TELAR DE CIRCE Alamanda se prepara para acostarse. Antes, desde el balcón, echa una última mirada. Deshace su moño mirando la solitaria calle, al acecho de su víctima, con su figura escondida tras los viejos postigos. Con movimientos lentos trenza su cabello. Conserva igual que la Venus de Willendorf sus redondeadas formas: Senos abundantes Caderas amplias Muslos abultados Vientre prominente Corta estatura Cabeza coronada por marcados  rizos regulares bien definidos como los moldeados    por calientes tenacillas. Fue mujer maternal, protectora, cuidadora; creadora de vida. Terrenal y de barro. Frágil ante la caída. Ahora, envejece con su oscura mirada envenenada por el embrujo que emana de los encajes de sus visillos. Como si los hubiera tejido la propia Circe en su telar. Con restos de adivinación de bruja adormecidos, interpreta el mundo y a sus vecinos. A veces, las más, yerra teñida de celos y envidia. Entonces, expresa dramático abandono y supuesta rendición ante el destino, q