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Mostrando entradas de julio, 2023
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LA SOMBRILLA INDISCRETA. Bajo una poderosa ola de calor, al borde del mar, se aleja dando la espalda a los suyos, con gran determinación, toda la que le permite su corta edad, tal vez unos cuatro años escasos, con grandes pisotones sordos por la orilla, que resuenan como truenos y levantan centellas en forma de espuma salada.   Prometiéndose para sus adentros que no volverá a dirigirles la palabra ni a mirarlos en la vida; bueno, tal vez de manera intermitente se permita girarse para echar un vistazo de reojo y asegurase que siguen ahí, no vaya a ser que los pierda de vista… y solo de paso, comprobar así, que ellos están siendo testigos del recorrido de su enfado. ¡Para quienes si no está actuando!   Volviéndose bruscamente como un torbellino con las manos en la cintura y el cuerpo inclinado hacia adelante, les hace burla con su lengua. Comunicándoles con silencio ensordecedor que va en serio, no tendrán la oportunidad de resarcirla de tan grave afrenta, sea cual sea la que le hayan in
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    LA DAMA DE LOS ZUECOS.                                                                   Hubo una vez una dama del Sur de un reino no muy lejano, que cada verano partía desde su calurosa llanura en busca de la felicidad y la calma que encontraba en la playa junto al mar, tras las arduas labores del invierno.    En aquella andadura durante años bajo el ardor del sol, unos zuecos de madera y cuero, ribeteados de filigrana de flores y embriagados como ella, de arena y sal, vistieron sus pasos.   Con el transcurrir del tiempo, el viaje que los había unido y llevado de una playa a otra tocaba a su fin. Había llegado el momento de dejarlos, ajados tras años de uso, en los dorados estíos que compartieron.    Pero antes de decirles adiós, necesitaba hallar para recubrir sus pies otros zuecos semejantes en belleza -peliaguda misión- por lo que se dispuso a recorrer con esmero todos los mercados de la zona donde antaño encontró los que ahora se disponía a cambiar.   Mientras que la esperanza
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EL CALDO DE MI ABUELA ESPERANZA. Tres soperas, tres generaciones, tres mujeres. Mi abuela Esperanza, mi madre y yo. Recuerdo la alegría que me daba cuando era niña, quedarme a comer en casa de mi abuela Esperanza, y tocaba el caldo del cocido servido en esta sopera.  Ella me preguntaba ¿La quieres con hierbabuena? Yo siempre le decía que si, entonces me daba permiso para levantarme de la mesa e iba corriendo al balcón del Tajo, donde bajo la jaula de Caruso, su canario, tenía la maceta de la que cogía dos o tres hojas. Nunca he vuelto a tomarlo así. No recuerdo un caldo más bueno que el de mi abuela Esperanza. María José Aguayo.
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DULCE AROMA.  En aquella ciudad, las calles tenían nombres de especias. Una aplicación recorría aquel mundo guiándote hacia cualquier dirección siguiendo el olor de hierbas aromáticas.  Frente al restaurante La Fragancia, una niña perdida lloraba. El chef la vio desde la marquesina y acudió para ayudarla. Colocándole su gorro blanco para tranquilizarla, le pidió que cerrara los ojos y sintiera cómo olía su calle. Ya calmada, girándose hacia él dijo: ¡Huele como tú! Previamente en su cocina, condimentaba un delicioso arroz con leche.  Guiados por el aroma de la canela en rama, con gusto llevó a la pequeña a casa. María José Aguayo.    
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FUERA DE CUADRO   Una chica etérea de rasgos asiáticos, ojos grandes y melancólicos, deambula sin rumbo por la zona boscosa del parque. Despliega el delicado perfume de la flor del cerezo a su paso. Calza  unas   finas y elegantes sandalias japonesas.   Parece desorientada, como si n o recordara ni cómo ni por qué ha llegado hasta aquí.  Tal vez solo quiere pasar desapercibida. Es tarde, no hay otras personas por el jardín en el que ella está. Comienza a oscurecer, aunque va arreglada con vestido de mañana con colores que la camuflan entre las plantas. De pronto, se sobresalta al oír unos pasos apresurados que se acercan a la carrera. Se trata de un hombre joven con prisa. Lleva colgadas de su cuello y hombros varias cámaras fotográficas. A la espalda, una mochila semiabierta, dejando entrever una botella de agua, un libro, carpetas y algo de ropa.  Al saberse descubierta, gira su cabeza e intenta ocultarse tras su paipay. El joven coge la Nikon de su hombro izquierdo y sin preguntar,
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LAS CICATRICES SON PARA EL VERANO. La cicatriz es la señal que nos queda como recuerdo de una herida abierta que se curó por algo que nos pasó. Todos compartimos una al nacer. Da igual la edad, el tamaño, el género, la creencia, la condición, o nacionalidad de quien la porta. Ahora que desnudamos nuestros cuerpos al sol, quedan al descubierto muchas de nuestras cicatrices físicas. Las hay planas, abultadas, hundidas, coloreadas, casi invisibles… Similares a los pespuntes, hilvanes, punto de lado, punto escapulario, de la costura en tela. Cosidas a mano o a máquina. De apariencia y causas diferentes pueden llevarse en cualquier parte del cuerpo. Hay quien la encontró en el patio del colegio, se las causó a si mismo, tropezó con ella en un accidente, la consiguió dando vida, la provocó en un callejón oscuro en una pelea de barrio, también hay quienes las causan por motivo de profesión bajo la atenta mirada de las potentes luces blancas de quirófano. Cada una va acompañada del torbellino
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NACARINAS.  Hundiendo los pies en la orilla, camino pensativa. Mis huellas apenas permanecen marcadas en la arena.  Han ido creciendo desde aquellas primeras que dejara grabadas, cuando buscaba caracolas y nacarinas de la mano de mi madre. En aquellos primeros encuentros con el mar, me enseñó a quererlo. Lo disfruté en su compañía durante años. Ahora, continúo acudiendo a su encuentro, con ella en el recuerdo. Junto a él revivo el gozo de la inocencia perdida. La simplicidad de una vida plena al contacto simultáneo con los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego.  Todos al alcance de la mano esperando modelar sueños. María José Aguayo.
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LES BOTTES DES SEPT LIEUES.  De madrugada, como todos los días, suena la alarma de su despertador, las seis de la mañana. Julia se levanta, se prepara adormecida de manera peculiar.  Hoy, la obra es ella. Con mucho afán, sin reparo, coge sus botas nuevas, las llena de tierra, planta las ramas de la areca recortada que hasta entonces decoraba en su maceta un rincón de su casa, se calza y se va.  Paseando la decoración de su hogar hasta el metro y después por las céntricas calles de la ciudad escribe en su móvil: -         Mami, espero que no te enfades, son las botas nuevas, hoy toca Performance. Continuando su trayecto hasta la facultad de Bellas Artes, con sus botas de las siete leguas, como un personaje mágico, recorre la distancia entre su casa y su futuro a gran velocidad. María José Aguayo.
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LA DESPEDIDA.                                   De nuevo, el primer trimestre no dio tregua.  Tachar los días del calendario de pared, era la prueba de que aquel mundo acabaría.   En el patio, los rayos de sol abrigaban la tiritera de la cercana despedida. A su corta edad y estatura fueron envolviendo con tiernos abrazos y miradas quietas, la tristeza por la separación, al abrigo de las cuatro paredes del aula, nuestra fortaleza. Enjugando sus lágrimas con las mías, convirtiendo frágiles pompas de jabón en ilusiones alegres y pasajeras, nos dijimos adiós, guardando en su recuerdo, a lo mejor, que un día fui su maestra.  María José Aguayo.