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Mostrando entradas de junio, 2023
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AMIGAS QUE CURAN. Aquel jueves por la tarde, con la fresquita, acordamos reunirnos en Sevilla para que pudiera acudir a la cita la amiga con movilidad reducida por fractura en el pie. Ella se encargó de reservar mesa en veladores para las cuatro en un bar de su misma calle. Para llegar hasta allí las tres que vivimos en Tomares quedamos en bajar en metro.   El encuentro fue agradable como tantos que ya habíamos mantenido a lo largo de nuestra amistad. Llegado el momento de volver, sin reparar en qué hora era, acompañamos a la amiga accidentada hasta el ascensor de su casa.  Después, distraídas charlando, tranquilas caminamos hacia la boca de metro.   Bajando la empinada escalera escuchamos de fondo una locución por megafonía que no se entendía bien y a la que no prestamos mucha atención tampoco. Hasta que nos dio por mirar el reloj y nos dimos cuenta de que eran las once, que habíamos tenido suerte pues en breve cerraría el metro y llegamos por los pelos, a coger el último tren. Dentro
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  VOLVER A LOS DIECISIETE.   El anunciado destino de vacaciones de veraneo en aquella ocasión, se nos hizo cuesta arriba a quienes ya vivíamos inmersos en nuestra propia sierra, la Serranía de Ronda, durante todo el año.  ¿Qué se nos había perdido allí? ¿Qué haríamos  para divertirnos mis padres y hermanos: Pedro de 23, Luis de 19, yo de 17 y Espe de 15 años?  Jose, a sus 21 años, solo nos visitó un fin de semana de permiso, por estar haciendo el servicio militar en Villanubla, Valladolid.   La Residencia de Banesto, el banco en el que trabajaba nuestro padre, a la que fuimos aquella quincena de julio de 1980 de vacaciones, a mis 17 años, estaba situada en Cercedilla, en la sierra de Madrid.    Ahora, al recordarlo tras cuarenta y tres años, comprendo que para mi padre fue más importante ofrecer unas vacaciones a la familia al no concederle un destino de costa, que quedarnos todo el verano en Ronda.    En mi caso, no sabía que aquel lugar tan poco atrayente de entrada, con el tiempo me
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 “FOLIE À TROIS EN MARRUECOS” Siempre es bueno tener un médico a mano, si el cuadro de la enfermedad se presenta en tierra extraña, en nuestro caso, Chauen, pueblo interior de la sierra de Marruecos, aunque la atención sanitaria del lugar se presuma aceptable y similar a la nuestra, ¡todavía mejor!   En la última jornada de nuestro viaje, tres de las cuatro personas que formábamos el grupo, Diego, Pilar y María José, fuimos diagnosticados a bocajarro por el médico de la expedición,  Juan Carlos, en medio de una de sus bonitas calles azules, de delirio compartido. Este no daba crédito, un delirio en principio individual, se volvía compartido ante sus ojos por momentos. La intensidad de sus efectos iba migrando de forma aleatoria entre sus miembros, garantizando la continuidad de aquella momentánea locura. En el transcurso de la jornada, no solo no remitía tras los numerosos intentos fallidos de encontrar los bonitos platos marroquís de colores para comer, que Diego, el miembro con el de
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LA AZOTEA                                                                             Con sus blancas y delicadas manos de finos y largos dedos, sobre el viejo lavabo del dormitorio de mis hermanos, con el cacillo lleno de agua templada, va mojando con cuidado de que no entre en mis ojos, mi largo y ondulado pelo. Después quita el tapón del bote y toda la habitación se impregna con una fresca fragancia a fresa. El contacto con el frío champú provoca un repentino temblor que recorre mi espalda erizándome el fino vello, hasta que la suave presión de las yemas de sus dedos comienza a masajear mi cabeza sumiéndome en un letargo agradable y pasajero.   Arrugo fuerte mi cara, de nuevo con el cacillo va a aclarar mi pelo y me susurra con cariño:  Cierra bien los ojos mi niña, no te vaya a entrar agua dentro. En el último enjuague, con el chorreón de vinagre, el agua tibia y clara con rojizas vetas se va tiñendo. Mientras el olor salado va apagando al aroma fresco, toca esperar unos minutos co
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VILLA LIBORIO (El Campillo). La humilde casa limpia como un jaspe, está situada en un rincón de una luminosa plaza, sobre un mar azul de montañas al fondo. La blancura de su fachada deslumbra. El verde jade de las brillantes hojas de las pilistras, alegra la entrada. Lajas de piedras grises mezcladas con tierra y una gruesa tapa de alcantarilla, alfombran el ondeante acceso. Tras el pesado portón repintado, en un pequeño patio, viejas sirenas ancladas a sillas de enea, entre geranios y hortensias, mecen sus mágicas manos trenzando los hilos de sus bolillos, convirtiendo delicados encajes blancos en espuma de mar salada. María José Aguayo. Imagen: Óleo sobre madera de Antonio Barona.
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  EL DÍPTERO.   Con el pelo revuelto y cara de felicidad, Daniel volvía del colegio por el camino de tierra y piedras junto al río, que le llevaba de vuelta a su casa todos los días. La primavera recién llegada, inundaba todo con sus colores brillantes, olores intensos y temperatura cálida.  La maestra antes de salir les había pedido que trajesen para el día siguiente algo relacionado con la estación del año que acababa de comenzar. Él todavía no sabía que llevaría. Con la alegría de la jornada escolar terminada, iba corriendo y saltando, pegando patadas a las piedras, cogiendo ramas caídas con las que despeinaba la hierba fresca que bordeaba el camino. La tentación de sentarse junto al río y lanzar piedras para verlas saltar se le presentó y la aceptó de buena gana. Lo hizo sobre una abultada roca gris, rodeada de otras más pequeñas de variadas texturas y colores entre las que asomaban tímidos brotes verdes. Pronto, en el agua quieta como un espejo, las piedras comenzaron a dibujar on