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HISTORIA DE UN LÁPIZ Está tendido como en un estuche sobre una llaga gris de cemento. Entre las losas de la acera. Secándose al sol tras la humedad de la lluvia. Violeta lo encuentra al volver a casa, sobre el mediodía.  Regresa pausada de hacer la compra semanal en la pescadería. Al verlo, tiene la impresión de  que hace pellas, supone que por accidente.      Se agacha con un destello brillante en la mirada y siente como vuelve a atrás en el tiempo. Sin pensarlo dos veces, como un acto reflejo lo recoge con devoción. En cuclillas, lo recorre con la yema del dedo invocando su hechizo. Contemplarlo le despierta ternura —maestra durante treinta y siete años ha visto cómo hacían funcionar estas rudimentarias varitas a multitud de pequeños aprendices de Magia—. Su longitud indica que ha sido poco usado. No está sucio. No debe llevar ahí mucho tiempo.  Se trata de  un lápiz escolar despuntado, algo mordido por el extremo opuesto a la mina.                    La cercanía al bordillo junto a
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FIN DE SEMANA DE LLUVIA Faltan catorce días para el ritual del cambio de hora. Con él, el horario cambiará el armario, se vestirá de invierno. Queda poco para la hora de la merienda, sobre las seis y media. Por detrás del cristal del lavadero, ya se adivina el destello del velo violeta que cubrirá el cielo para despedir el día. La apariencia es de ser más tarde por la tenacidad de las nubes grises que ni dejan de llorar ni se retiran. Sin encender la luz, te resulta acogedora esta tenue intensidad, recoges la cocina con aroma a canela en rama, azúcar y limón. El arroz con leche que has preparado se enfría humeante en la fuente rectangular para horno, sobre la secadora.  En el ambiente ondean las notas acompasadas de una melodía intimista de piano, violín y chelo, reproducidas por el dispositivo oculto tras el televisor de la cocina, en perfecta armonía con el sonido metálico de cacerolas, sartenes y cubiertos. De cristales de copas y vasos que entrechocan. De lozas y cerámicas de fuent
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CÓMO VOLVER A PUERTO       Cuaderno de Bitácora de una escritora novata. Tomares, miércoles 10 de octubre, 10:00 a.m. de 2024. Primera jornada, después de casi cuarenta, que al abrir los ojos no tienes ninguna actividad inmediata programada, ninguna cita, evento para el que te tengas que preparar, compras que hacer. ¡Arriba, Violeta! Ha llegado el día. Nada te impide sentarte en tu mesa de trabajo. A ver si vuelves a escribir algo…   Levántate y dirígete al baño a vaciar la vejiga. No has terminado cuando suena el portero. La puerta del dormitorio de tu hija está cerrada. Sabes que ella no abrirá. Ni lo habrá escuchado, tiene un sueño profundo. Date prisa. Deja la luz encendida, no pulses la cisterna ni bajes la tapa. Baja apresurada las escaleras con el camisón de tirantes finos y en chanclas sin ponerte nada encima. Descuelga el portero y pregunta:                   —¿Quién es?                   —Amazon. “¡Cómo no!”.  Encógete y cúbrete pudorosa con los brazos como puedas, —ya refres
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CANIJA Al menos hoy tienes un alivio, no pensar “¿qué me pongo?”. La camiseta blanca de algodón de cuello azul a la caja con rayas azules en los hombros, el picajoso chándal de espuma, el negativo de la camiseta, azul con las rayas laterales blancas y los tenis, te esperan a los pies de la cama. Tú misma, la noche anterior, los dejaste allí preparados.                    Aunque la clase y la profesora te gustan, este mes estás asustada. Te encantaría estar enferma los días de gimnasia.                    Sabes que no te saldrá, te caerás, te harás daño y, por si fuera poco serás el hazmerreír de tus compañeros fisgones, arracimados clandestinamente en las pequeñas ventanas, espiando el gimnasio de las niñas.                    Con escasa biografía, trece para catorce años a finales del frío enero, e irrisoria corporeidad:     —¡Niña!, ¿vendes pantalón o compras carne? —como te grita el soldado de  guardia desde su garita en el cuartel por el que pasas cada mañana, estás por primera vez
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PALABRA DE CISNE No te asustes. Envejecer no está tan mal. Aprendes a calmar las dudas, a detener el tiempo, a gozar los instantes. El problema es la gravedad derribando a pedazos tu cuerpo. Anímate. Acude cada día a su cita. Busca una butaca cómoda. Siéntate a comerte con la vista el atardecer. Atiende. El día envejece con cada vuelta y no se achanta. Respira. Déjate envolver por el terciopelo de su piel de durazno. María José Aguayo Fotografía de Juan Carlos Girón Arjona
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MEMORIAS DE OTRO VERANO Nadie me apodaba, la hermosa leona, ni el botón de mi ojal se llamaba Denys, pero… “Yo tenía una granja en… Marbella al pie de Sierra Blanca. El Mediterráneo atravesaba aquellas tierras bajas. La granja se asentaba a 25 metros sobre el nivel del mar” … Las olas agitadas bailaban el can can enseñando las puntillas blancas de sus enaguas. La Hierba de San Pedro —el perejil de mar— erguido, extendía su grácil paraguas asomado ante tanto alboroto, embriagado de salobre rocío. Los cangrejos perezosos aguardaban en la orilla que la marea les sirviera el fresco festín. Las gaviotas intimidantes, abandonadas por el viento, en la noche detenían su tenaz asedio. Cuando la granja se vendió, en automóvil —el ferrocarril, por mis tierras, nunca pasó— con agudo pesar en el pecho y falta de aire en los pulmones que me dificultaba respirar me alejé abrochada a mi botón, de mi amada costa engalanada con su mantilla de brocados azules. Desvanecida mi cola prestada de sirena reco
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REINICIAR El lienzo de estío, desteñido, matiza el destello de sus cegadores espejos. Hatos de algodón barren la elevada llanura. Tierra adentro sobrevuelan nostálgicas sombras. Las sombrillas coloridas sobre el alfombrado sílice, con sus tutús ondeantes menguan al compás de la luna. Vientos de cambio despiden a los caducos forasteros. Sus lágrimas mueren ocultas entre cascabeles en la rizada orilla. La duna impaciente, aguarda el retorno de la intimidad para ver cumplida la promesa del abrazo con el Señor del mar. Afligidos, los latidos no consiguen evitar el inminente abandono. El alma embellecida por diminutas tesalas de exquisitas historias cotidianas que ya no volverán, suspira por las nuevas que en el próximo estío, aún más distinguidas, brotarán. María José Aguayo