CÓMO VOLVER A PUERTO Cuaderno de Bitácora de una escritora novata. Tomares, miércoles 10 de octubre, 10:00 a.m. de 2024. Primera jornada, después de casi cuarenta, que al abrir los ojos no tienes ninguna actividad inmediata programada, ninguna cita, evento para el que te tengas que preparar, compras que hacer. ¡Arriba, Violeta! Ha llegado el día. Nada te impide sentarte en tu mesa de trabajo. A ver si vuelves a escribir algo… Levántate y dirígete al baño a vaciar la vejiga. No has terminado cuando suena el portero. La puerta del dormitorio de tu hija está cerrada. Sabes que ella no abrirá. Ni lo habrá escuchado, tiene un sueño profundo. Date prisa. Deja la luz encendida, no pulses la cisterna ni bajes la tapa. Baja apresurada las escaleras con el camisón de tirantes finos y en chanclas sin ponerte nada encima. Descuelga el portero y pregunta: —¿Quién es? —Amazon. “¡Cómo no!”. Encógete y cúbrete pudorosa con los brazos como puedas, —ya refres
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CANIJA Al menos hoy tienes un alivio, no pensar “¿qué me pongo?”. La camiseta blanca de algodón de cuello azul a la caja con rayas azules en los hombros, el picajoso chándal de espuma, el negativo de la camiseta, azul con las rayas laterales blancas y los tenis, te esperan a los pies de la cama. Tú misma, la noche anterior, los dejaste allí preparados. Aunque la clase y la profesora te gustan, este mes estás asustada. Te encantaría estar enferma los días de gimnasia. Sabes que no te saldrá, te caerás, te harás daño y, por si fuera poco serás el hazmerreír de tus compañeros fisgones, arracimados clandestinamente en las pequeñas ventanas, espiando el gimnasio de las niñas. Con escasa biografía, trece para catorce años a finales del frío enero, e irrisoria corporeidad: —¡Niña!, ¿vendes pantalón o compras carne? —como te grita el soldado de guardia desde su garita en el cuartel por el que pasas cada mañana, estás por primera vez
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PALABRA DE CISNE No te asustes. Envejecer no está tan mal. Aprendes a calmar las dudas, a detener el tiempo, a gozar los instantes. El problema es la gravedad derribando a pedazos tu cuerpo. Anímate. Acude cada día a su cita. Busca una butaca cómoda. Siéntate a comerte con la vista el atardecer. Atiende. El día envejece con cada vuelta y no se achanta. Respira. Déjate envolver por el terciopelo de su piel de durazno. María José Aguayo Fotografía de Juan Carlos Girón Arjona
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MEMORIAS DE OTRO VERANO Nadie me apodaba, la hermosa leona, ni el botón de mi ojal se llamaba Denys, pero… “Yo tenía una granja en… Marbella al pie de Sierra Blanca. El Mediterráneo atravesaba aquellas tierras bajas. La granja se asentaba a 25 metros sobre el nivel del mar” … Las olas agitadas bailaban el can can enseñando las puntillas blancas de sus enaguas. La Hierba de San Pedro —el perejil de mar— erguido, extendía su grácil paraguas asomado ante tanto alboroto, embriagado de salobre rocío. Los cangrejos perezosos aguardaban en la orilla que la marea les sirviera el fresco festín. Las gaviotas intimidantes, abandonadas por el viento, en la noche detenían su tenaz asedio. Cuando la granja se vendió, en automóvil —el ferrocarril, por mis tierras, nunca pasó— con agudo pesar en el pecho y falta de aire en los pulmones que me dificultaba respirar me alejé abrochada a mi botón, de mi amada costa engalanada con su mantilla de brocados azules. Desvanecida mi cola prestada de sirena reco
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REINICIAR El lienzo de estío, desteñido, matiza el destello de sus cegadores espejos. Hatos de algodón barren la elevada llanura. Tierra adentro sobrevuelan nostálgicas sombras. Las sombrillas coloridas sobre el alfombrado sílice, con sus tutús ondeantes menguan al compás de la luna. Vientos de cambio despiden a los caducos forasteros. Sus lágrimas mueren ocultas entre cascabeles en la rizada orilla. La duna impaciente, aguarda el retorno de la intimidad para ver cumplida la promesa del abrazo con el Señor del mar. Afligidos, los latidos no consiguen evitar el inminente abandono. El alma embellecida por diminutas tesalas de exquisitas historias cotidianas que ya no volverán, suspira por las nuevas que en el próximo estío, aún más distinguidas, brotarán. María José Aguayo
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LUNA DE AGOSTO —Descansa confiado mi amor, yo velaré tus sueños. Resplandeciente, bañada con el último aliento de luz de su amado, vestida de rosa, renace hermosa mientras él, sin rozarla, al otro extremo del horizonte desfallece. Cuando al fin ve que se rinden sus ojos, con un arrullo, le arropa con el templado lienzo. Con delicadeza de amante, como un embozo, estira la acuosa sábana con entorchados de espuma salada. Así transcurre su embrujada historia de amor desde el inicio de los tiempos. Ella desfallecerá cuando él resurja. Está escrito. El hechizo no se romperá. Su imposible encuentro se prolongará por siempre, hasta la eternidad. María José Aguayo
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Op. 56 intempesta núm. 25, PALO ROSA Detrás del portón negro como el abismo profundo, una libélula abducida por el brillo de la luz de la lámpara del porche pende confiada de su filo en actitud contemplativa. Es medianoche cuando me poso tumbada bocarriba en el jardín a escuchar la llamada de un susurro, a contemplar la belleza esférica del gran parasol, del verde imperceptible de su copa sobre el azul oscuro, agitada como una enorme ola que, en vano, intenta romper en la orilla, a no perder de vista la ceremoniosa danza de sus ramas. Con su kimono de estío viene a visitarme una de las cuatro damas. Atrás quedó la primavera cuando terminó de llorar todas sus flores amariposadas alfombrando de amarillo el gris asfalto. La filigrana del pespunte continúa el bordado de su sedoso paño sin dejar escapar una sola hoja de diferentes tonos verdosos por sus dos caras. Me dejo arrastrar por la belleza del momento. La dama me habla. Ilumina la escena para resaltar mi presencia con