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LAS TRES MARIQUILLAS   Es una mañana de las más frías de enero. Las noches están siendo gélidas, los días nos despiertan con heladas. Con las estaciones templadas cada vez más duraderas, es mayor el estremecimiento que nos provocan estos fríos intensos cuando llegan. Hoy, además, el viento nos roba despiadado el calor del cuerpo.  El profesor, guía de nuestras visitas culturales, informó por mensaje en el grupo del móvil, del cambio de horario con motivo de las bajas por gripe y el frío previsto para esta semana. Espera poco público. Por las mañanas reduce a un solo turno el paseo monumental previsto para esta semana. Nunca recibo con agrado el adelanto del plan cuando toca. Supone que tengo que madrugar, pensar en el aparcamiento y alguna que otra incomodidad que  altera el transcurrir relajado de mi vida de jubilada.                     Es la segunda clase del segundo trimestr...
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LAS SUSTITUTAS Latas, latas de conserva de forma cilíndrica y diámetro gradualmente ascendente o descendente, según se mire. De aceitunas, de maíz, de guisantes. Lo más natural del mundo en un armario de cocina, no tanto si tropiezas con ellas reunidas en el suelo del dormitorio de tu hija —todo sea por el «arte»—, junto a la mesilla de noche, antes blanca anodina, que un día transformó de manera creativa pintándola a mano de azul añil con flores blancas y tallos verde agua. Hasta allí llega el rastro. El cuerpo del delito, un par de botas nuevas, se sitúan en el piso de abajo. Ocultas en un rincón donde no les alcanza la poca luz de otro día lluvioso de esta semana. Más que escondidas parecen avergonzadas por lo ridículo de ser descubiertas con lo que ocultan en su interior. Junto a la nevera de la cocina, entre esta y el taburete de madera, dormirán con un par de latas, una de maíz otra de guisantes, empujando desde dentro para ayudar a que cedan y dejen de hacerle daño con la costur...
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SUTURAS Viernes 3 de enero. Sentada en una silla de madera encolada con asiento de flexible enea, en la cocina antes de comer, remiendo calcetines. Quiero un huevo de madera para zurcir, nunca he tenido uno ni lo vi en mi casa de pequeña. Aunque no sé si añadir el uso de otra herramienta a la tarea, creo que sumado a mi pobre destreza empeorará el antiestético queloide hipertrófico que resulta de mi costura. También repaso las bolsas de malla blancas para ropa de la lavadora. Cuando tienen un roto son tan inútiles como una red de pesca rota por la que escapan victoriosas las sardinas—«¿cómo remendarán las rederas las redes de pescar?» —Podría tirarlas y comprar otras, pero he decidido repararlas.   Cuántas cosas en la vida se arreglan cosiendo con hilo y aguja: la ropa, las redes, las heridas, las historias de una vida. Cuántas piezas que podríamos haber arreglado con unas puntadas certeras relegamos como deshechos inservibles. Mientras ensarto la aguja y doy puntadas escribo,...
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  LA ESPERA   Solo dispones del tiempo que dura la canción.   En el asiento del copiloto, con abrigo y gorra de tweed y zapatillas de andar por casa, Luis, al reconocer la melodía, como cada domingo, endereza su desmadejada figura. Su mirada perdida regresa del infinito. Su impasible boca esboza una sonrisa. Entonces, te mira y canta.             En un instante, huidizo, con la mano temblorosa palpando al frente clama:             —¿Dónde está mi afeitadora? ¿Quién es usted? —La canción ha terminado.    Al ritmo del intermitente, junto a la rampa de la residencia, sollozas comprimiendo soledad. Toca esperar:                          “Gracias papá, hasta el domingo que viene.”   María José Aguayo Imagen de archivo de unos ancianos mirando por la ventada de una r...
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SE BUSCA, ME BUSCO   No, no parezco peligrosa, —«¿o sí?»—. Armada y peligrosa, si lo soy, en todo caso, lo seré para mí. Yo misma he emitido la orden de búsqueda, no de captura, instando a que se rastree por tierra, mar y aire.           Últimamente parece que he sido vista sumergida en mares de tinta, aferrada como náufrago que se agita, con dedos de gancho, a hojas de papel en blanco como bloques de iceberg en el mar Ártico, o como canoas deslizándose serenas por aguas tibias. Según el último parte informativo, parece que la guardia costera es la que más se aproxima a localizarme.  Cualquier información la pagaré. Con el torrente inagotable de calor fundido que puede rebosar mi pecho, puedo detectar casi cualquier alma a la deriva, menos la mía.            La párvula que fui, obediente, invisible, femenina, buscaba ser querida y lo conseguía.      ...
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LA SILENCIOSA DANZA En el gran salón de las  sesenta y cuatro baldosas , se celebra un baile. Sin invitación, se cuela el graznido de un cuervo. Un soplo de inmolación atraviesa la estancia, rozando los velos de las ventanas afiladas.    No derrama una sola gota de sangre. Tendida en un lateral, yace aún majestuosa. La perla de su corona negra resalta sobre el mosaico blanco. ¡Es la reina! Para ella finaliza la silenciosa danza. Con su muerte, una sombra lúgubre se extiende sobre el reino. El alfil que la custodia, impotente ante la gran pérdida, vaga torturado de esquina en esquina por el aposento, trazando cruces aspadas.  La reacción del monarca es inmediata: «La entrega y sacrificio de mi dama, valiente y astuta, no serán en vano». Armado de frialdad y templanza, avanza dispuesto a abatir él solo al enemigo si fuera necesario, aunque sea su última hazaña. La cruz de su corona alarga aún más su elevada figura. Todo en el salón tiembla a su paso. Con ella caída en ...
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CON TUS LATIDOS   Una lanza y una espadilla dorada recorren certeras su esfera cuadrada. Su vibración guía mis pasos. Dispuestas como rayos alrededor del sol, doce estancias con tus huellas marcadas asoman colmadas: de recetas, de labores, de abrazos, de canciones, de poemas sin rima, de odas épicas, de bienvenidas, de partidas, de celebraciones, de comienzos, de finales… por la pequeña ventana bañada en oro y plata que encuadra su diminuta llanura. Llevo puesto en mi muñeca izquierda tu testigo como escudo para no perderme mientras transito puntual por las doce estancias. Percibo el calor de tu piel, al comienzo de mi mano, rodeando mi muñeca. Con él siento que tu ritmo me acompaña. Es el guardián que dejaste para marcar con regularidad mis andanzas. El escudero que cabalga junto a mí soportando mis dichas y mis penas. Dos damas distintas servidas por el mismo escudero. Palpitando sincronizadas, le cargo con mis propias batallas mientras espumo tu misma receta del caldo. Ante la m...