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Mostrando entradas de septiembre, 2023
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LA HERENCIA.       Antes de ir a acostarse, Amelia desliza la yema del índice por la pantalla del móvil, a estas horas, con huellas oleosas de maquillaje. El poco frecuentado grupo de hermanos, tres hombres y ella, se ha activado. Frente al desorden acumulado de días en su escritorio, espera para leer el texto. Fernando, el tercero de los cuatro está escribiendo, parece largo.    El mismo día, por la mañana Enrique, el segundo, insufla alegría y vida en el grupo de WhatsApp de toda la familia, con el comunicado del esperanzador resultado tras un proceso médico largo.  Por la tarde, Amelia, compartió con ellos, un vídeo sobre el amor entre hermanos. Fernando, muy intuitivo empatizaría con su emoción. Sensible y comprensivo, estaba respondiendo.   Ya ha parado. Lo lee. Bajo la pantalla, una confesión expresa de cariño le hace contener la respiración emocionada. Cada palabra que ha usado está cargada de sentimiento. Es tan inusual este tipo de desnudo emocional viniendo de un hombre, un h
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FLOR AMARILLA. Me tomo un momento y cierro los ojos para escoger un color. Me siento girasol de Van Gogh, estrella de su noche, campo de trigo. Me siento amarillo genista del Mediterráneo y amarillo como el famoso submarino. Amarilla como las rosas que acompañaron en el escritorio a Gabriel García Márquez mientras dibujaba con palabras en su lienzo, Cien años de Soledad, “la llovizna de minúsculas flores amarillas, tantas que tapizaron las calles y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar en entierro”, José Arcadio Buendía. Por su brillo, por su alegría. Porque me llena de ilusión y confianza. Cierro los ojos y me siento, una flor amarilla. María José Aguayo
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CON LA TELA DE SU FALDA. Me hubiera gustado que la conocieras. Te habría querido mucho y tú la habrías querido mucho a ella.    Aquel día, bajábamos contentas de la mano, por el centro de la calle peatonal. Era alta, morena. Caminaba con una gracia natural, bañada de sencilla elegancia. Su pelo recogido en un moño a lo Grace Kelly. Su mirada acogedora. De sonrisa amable. Todo en su cara invitaba a quedarte junto a ella.   Yo era una niña. Con mi cabeza levantada, mirándola orgullosa, iba diciéndoles a todos, con el brillo alegre de mis ojos y mis labios curvados por la dicha, que aquella mujer tan guapa era mi madre.    Aquel día iba radiante con su falda plisada nueva, de popelín de algodón, por debajo de la rodilla; de color rosa fresa, con lunares galleta en tono marrón chocolate, anidando en el centro de cada uno, una pequeña margarita de pétalos blancos con el botón central amarillo y un fino tallo y hojas verdes.   Desde que compró la tela y la vi, quedé enamorada a rabiar. Sabía
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ESCRIBIENDO A LA DERIVA.   A mis veinti pocos, fui maestra en el bosque naranja de castaños de Jubrique. Sierra abajo me deslicé hasta la orilla azul y blanca de Marbella. Subiendo la sinuosa montaña, primero verde de pinos, después gris de roca caliza, recalé en Ronda, mi tierra. Con familia propia creada, regresé al origen de mi historia materna, Sevilla. Hoy, sin ocupación conocida, uniendo palabras en un barco de papel, floto feliz a la deriva.  María José Aguayo   
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ME DESVELAN LAS PALABRAS. Son las siete y cuarto. La pantalla del móvil ilumina la habitación en penumbra. Suena la alarma. Hoy sábado también canta Mark Knopfler para despertarlo, como cada mañana.  Tiene Torneo Benéfico de Fútbol Médico en Punta Umbría. Su compañero de equipo, también veterano, pasará a buscarlo.    Junto a él, en la cama, intento no moverme por si las oye. ¡Suenan tan fuerte! Hace rato que las ideas no paran en mi mente. Ellas me habían despertado antes que la alarma. Nada donde apuntarlas. Las olvidaré al levantarme. Otra vez me arrepiento de no tener a mano en mi mesilla, útiles de escritura con los que atraparlas. No es la primera vez. Me desvelan y acuden sin llamarlas. Inquieta y sintiéndome tal vez una intrusa me pregunto: ¿Sentirán esto las escritoras?   Desde la cocina, en el piso de abajo, el borboteo del café suena saliendo de la Nespresso, cayendo en la taza. Su aroma caliente sube por la escalera y se cuela entre mis sábanas. De manera simultánea el cali
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RECOGIENDO EL VERANO.   Se acerca hasta mi jardín el final de septiembre. Un toldo de nubes grises cubre la estampa. Se anticipa la humedad aún ausente en el suelo, el olor a jarilla del monte, a tierra mojada lejana. La brisa fresca estremece mi piel. Resplandece el verde esperanzado de las plantas que pronto probarán, el sabor dulce del agua que bajará del cielo. Los pájaros, volando de un lado a otro, se guarecen en las protectoras ramas del ciprés azul.   Comienza la ceremonia del cambio. Recojo el relajante rincón que bajo la pérgola de madera nos brindó el sueño de la frescura en las noches de verano. Su rinconera de muebles de resina trenzada, cubiertas por pareos de elefantes indios y los cojines morados de terciopelo con hojas marrones de palma. Descuelgo de las paredes los platos de algas marinas, las guirnaldas de luces, el medallón de metal con el sol, la luna y las estrellas que con su apariencia atrae para el rincón, armonía entre oscuridad y luz, entre cielo y tierra. Gu
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LA CUEVA. El cielo estaba aborregado, barruntaba agua. A pesar de ello, las temperaturas eran elevadas. Un calor seco avivaba con fuerza el persistente canto de las chicharras. –   Quillo, ¿Y si nos vamos a la cueva a bañarnos? Con la torrija que está cayendo estoy asao.  Antonio y Paco eran amigos, un par de chaveas de dieciséis años. Estaban en pleno veranillo del membrillo. Ya no sabían qué inventar. Allí estarían frescos bajo la sombra de los árboles, con la vegetación que crecía pujante al amparo de la humedad del río y el manantial de la cueva. Además, podrían chutar el balón por sus verdes prados de hierba. –   ¡Vale! Nos acercamos a casa de Miguel. Hoy es su santo. Le decimos y nos vamos. –  Ese no querrá venir sin su Ana. ¡Menuda achuchaera le ha dao! Miguel los recibió con abriero de boca, estaba achancao en el sofá con su guitarra, pretendiendo componer una canción para su novia. –    ¡Hola quillo, estamos aburríos, vamos a darnos un baño! ¿Te vienes? No les costó convencerl
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EL CUADRO FEO.   Eran las 13:30 de la tarde del 3 de septiembre. Cargabas con un cuadro feo bajo el brazo, andando de camino a tu casa, como me contabas por teléfono. El motivo para transportarlo, en él salía yo, tu amiga. Se trataba de una orla antigua como comprobé más tarde. En adelante, en esta historia, con todo el cariño, el cuadro feo. Terminada la jornada laboral ese miércoles, hiciste tu recorrido acostumbrado. Desconocías el nombre de las calles que llevabas recorriendo catorce años.    Primero caminaste por la calle del colegio, Estacada del Rosario, a tu espalda dejaste el Parque de la Música cuando torciste a la derecha en el Parque Multicultural, espacio de reconocimiento de la Persona Cuidadora. A continuación avanzaste por la Avenida de Europa hasta llegar a la Glorieta Gerente Carlos Moreno, popularmente conocida como Rotonda de Aljarafesa; después cruzaste el paso de peatones de la Avenida del Aljarafe y acto seguido el de la Avenida Juan Carlos I. Bajando por la Aven
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AL FINAL DE LA ESCAPADA, VENECIA.   Fue toda una escapada. Tan solo un fin de semana. Yo tenía que estar de vuelta el lunes sin falta. Aun así, con Juan Carlos, mi marido, me fui a Venecia.   Sentada en el sofá del salón, minutos antes de salir para el aeropuerto San Pablo de Sevilla, desde donde volaríamos a Venecia con escala en Barcelona, cogí el suplemento dominical de El País. Ahí estaba en su portada, El Cipriani. Apurada por la hora, ojeé con avidez rápidamente, cada imagen del artículo que por el contrario, me invitaban a detener el tiempo y disfrutar con calma de ese reino de fantasía, mientras grababa el nombre del hotel en mi memoria.  Sumergida en sus páginas, comencé mi viaje sin salir de casa, soñando que tal vez, algún día, me alojaría como huésped en una suite del impresionante Palazzo Vendramin. Sosteniendo con premura todo su hechizo veneciano entre mis manos, me dije que tenía que ir allí como fuera y ver el Palazzo en persona.   Erguido, glamuroso y señorial, en la
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MAÑANAS DE SEPTIEMBRE. 1 De septiembre, 11:45, centro comercial Torre Pelli, probador de Primark. Lo acompaño a comprarse vaqueros.     — ¿Cómo lo ves, madre?     —   A mi me gusta como te queda, hijo. No hay nada como saber la talla e ir a tiro hecho.       Ahora, si quieres podemos ir a L’Atelier de Hipercor para que te arreglen el bajo              y lo tienes seguro para cuando vuelvas a Ronda. En la caja insisto:        — Por favor, déjame que pague, hijo.     — No madre, tú ya me has invitado a muchas cosas. A la vuelta nos asombra el tráfico denso por la autovía, cargada de coches y camiones, ya está aquí septiembre. Acabó el limbo de agosto y ha vuelto, de golpe, la realidad.  Un momento,  "¿qué hago yo aquí?, ¿no tendría que estar en el colegio?"      Hoy, por primera vez, no vuelvo, después de una vida volviendo. Quienes nos dedicamos a la docencia nos pasamos la vida entera regresando al colegio, primero como niños, después como estudiantes de instituto y universid