AGITAR ANTES DE USAR

 

Loción oleoacuosa bifásica. 

Con lo fácil que lo tenían nuestras madres cuando llegaban a la droguería y pedían al hijo del droguero: «Niño, dame una caja de Nivea», además del champú con aroma de fresa, vainilla, huevo o brea, la pastilla de jabón Lagarto, el detergente en jabón redondo Flota, y el aroma de mi hogar: el Heno de Pravia. Aparte, unos rollos de papel higiénico de El Elefante. Un papel infinito —sin precortar—, de color marrón y textura tiesa, antimoldeable y nada absorbente que, una vez usado, se echaba en el interior de una papelera de malla metálica, parecida a la malla gallinera, en cuanto al calibre de sus agujeros se refiere. Tirar de la cadena no lo deshacía. Vamos, bastante parecido a lo que debió ser usar las páginas de periódicos partidas y trinchadas en un gancho de alambre colgado de un clavo en la pared algo desconchada del cuarto de baño. 

            Siete vocales y tan solo tres consonantes. Oleo-acu-osa. Óleo, aceite especialmente de oliva. Acu, partícula derivada del latín “aqua”. Terminación -osa, indicativo de abundancia. Que el producto está lleno de aceite y agua. Tres racimos de letras unidos para formar una sonora palabra, oleoacuosa.

Pues bien, en estos días de agosto, se ha convertido en parte de mi rutina diaria, untarme con la hidratante loción bifásica. Me promete hidratación, elasticidad y luminosidad. Estaría loca de no hacerme con todo eso: tres deseos en su interior, como los de la lámpara maravillosa. Para que el ungüento surta efecto, tengo que agitarlo durante cinco segundos hasta mezclar los dos componentes, el de arriba de color verde lima, el de abajo turquesa. Aparte, contiene un alga procedente del mar, de bonito nombre, la Chlorella Maris —de nuevo las palabras— con alta concentración de clorofila y propiedades antioxidantes. Me gusta el aspecto que toma mi piel madura, noto al instante como lo agradece, como cuando salgo de noche al jardín a regar las plantas y resucitan. Lo tengo por casualidad. Olvidé comprar en el súper el de uso habitual. Luego, en la farmacia, al pedir un producto de protección solar me dieron este.

A falta de mar, acudo cada día a la piscina del club social, para sofocar el tórrido calor de agosto y que no se me fundan las neuronas. No sin protegerme antes de salir de casa. Bajo el sofocante calor del corto trayecto, pienso en los romanos, habitantes originales de este hacienda olivarera con molino propio —antes naranjal— del Aljarafe sevillano. En la actualidad, urbanización de casas adosadas donde vivo. Imagino las termas donde se refrescarían para soportar las altas temperaturas. Al igual que los baños árabes que usarían cuando fue alquería musulmana. Supongo que estos, en verano, solo utilizarían la frigidarium, sala de agua fría. Yo, en cambio, cuando me hundo en la piscina parece que estoy en el caldarium, sala de agua caliente. Su nombre sirve para ilustrar el caldo donde me sumerjo cada día. Este verano, tras la sustitución de agua clorada por agua salada, se ha convertido —además de más saludable y sostenible—en un caldo al que solo le faltan los avíos flotando para ser de puchero. 

Por no hablar de la ducha metálica a pleno sol. Al abrirla hoy para usarla después de nadar, he tenido que apartarme porque quemaba. Los conductos sepultados deben estar abrasados como los termómetros de esta ciudad que se calcina cada verano.

La piscina mide veinticinco metros de largo. Cada día nado cuatro series de diez largos. Un kilómetro en total. En el trayecto de ida y vuelta además de llevar la cuenta, mi pensamiento, a veces más inquieto, también está funcionando. No soy particularmente buena nadando. Es un buen rato a solas para cavilar. Hoy te dedico mi esfuerzo,  amiga. A ti que te ha tocado enfrentar el miedo y el caos que la llegada, sin preaviso, de la enfermedad ocasiona desde hace rato en tu vida. 

Quisiera poseer la loción oleoacuosa —o no— que te curara, con los colores más bellos de la paleta. Con el poder sanador de todas las algas marinas. Que con tan solo agitar el bote maravilloso —como la lámpara— cinco segundos, ahuyentara todos tus miedos y devolviera la paz a tu alma. 

Cuando estoy nadando —y me canso, y me esfuerzo, y me supero, pienso en tu cansancio, en tu voluntad a ratos silenciada. En tu forzada valentía que resiste sin hacer ruido.

Me gusta sentir que te llevo en cada brazada. Como una socorrista abnegada que te rescata y te devuelve a tu vida sana y sonriente.

Confío en que los magos de las batas blancas encontrarán esa loción oleoacuosa mágica, capaz de deshacer el miedo, capaz de devolver la calma a tu cuerpo y a tu alma. Como este potente calor evapora rápido el agua de mi piel.

Mientras tanto, nado en silencio. Por ti. Por mí. Por nosotras.

 

María José Aguayo


Imagen Layla Oz "Dive into the Sun" Artista contemporánea Tecnica mista

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