FUERA DE CUADRO

 

Una chica etérea de rasgos asiáticos, ojos grandes y melancólicos, deambula sin rumbo por la zona boscosa del parque. Despliega el delicado perfume de la flor del cerezo a su paso. Calza unas finas y elegantes sandalias japonesas. 

Parece desorientada, como si no recordara ni cómo ni por qué ha llegado hasta aquí. Tal vez solo quiere pasar desapercibida.

Es tarde, no hay otras personas por el jardín en el que ella está.

Comienza a oscurecer, aunque va arreglada con vestido de mañana con colores que la camuflan entre las plantas.

De pronto, se sobresalta al oír unos pasos apresurados que se acercan a la carrera.

Se trata de un hombre joven con prisa. Lleva colgadas de su cuello y hombros varias cámaras fotográficas. A la espalda, una mochila semiabierta, dejando entrever una botella de agua, un libro, carpetas y algo de ropa. 

Al saberse descubierta, gira su cabeza e intenta ocultarse tras su paipay.

El joven coge la Nikon de su hombro izquierdo y sin preguntar, quita la tapa del objetivo lo dirige hacia ella enfocándola y aprieta el botón. La muchacha mirando a la cámara se queda quieta.

Las luces del parque comienzan a apagarse. Empieza a refrescar. Una suave brisa trae olor a tierra mojada a lo lejos. En el ambiente se puede sentir la calma tensa que precede a la tormenta. Entonces, él inclina la cabeza y le muestra con su mano el camino que juntos recorren hasta la salida.

Sin despedirse, en la calle, ella comienza a bajar despacio la cuesta que la lleva, tal vez hacia su casa, allí cerca.

El joven precipitado mira la hora en su smartwatch. Levantando su mano derecha al tiempo que chifla con la izquierda para parar a un taxi que pasa libre. 

Llegará con el tiempo justo al aeropuerto, donde cogerá un vuelo con destino a la isla de Madagascar, para realizar un reportaje fotográfico sobre la fauna del lugar para un artículo de ecoturismo de una conocida revista de viajes.

Tras la ventanilla del taxi, salpicada por las gotas de una fina lluvia que comienza a caer serena, busca con la mirada a la chica retratada, pero no encuentra ni rastro de ella. 

La única prueba de su existencia es la imagen que guarda en su retina. La fotografía que le ha hecho ha desaparecido de la cámara sin dejar huella.


María José Aguayo.


Imagen de Random Picture Unsplash

 

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