LA SOMBRILLA INDISCRETA.

Bajo una poderosa ola de calor, al borde del mar, se aleja dando la espalda a los suyos, con gran determinación, toda la que le permite su corta edad, tal vez unos cuatro años escasos, con grandes pisotones sordos por la orilla, que resuenan como truenos y levantan centellas en forma de espuma salada.

 

Prometiéndose para sus adentros que no volverá a dirigirles la palabra ni a mirarlos en la vida; bueno, tal vez de manera intermitente se permita girarse para echar un vistazo de reojo y asegurase que siguen ahí, no vaya a ser que los pierda de vista… y solo de paso, comprobar así, que ellos están siendo testigos del recorrido de su enfado. ¡Para quienes si no está actuando!

 

Volviéndose bruscamente como un torbellino con las manos en la cintura y el cuerpo inclinado hacia adelante, les hace burla con su lengua. Comunicándoles con silencio ensordecedor que va en serio, no tendrán la oportunidad de resarcirla de tan grave afrenta, sea cual sea la que le hayan infringido, y que la ha llevado a tal estado de enojo.

 

Bajo el sol de mediodía, detiene su menudo cuerpo con un envidiable tono de bronceado que indica que ya lleva tiempo de estancia en Marbella. Dejando caer su dorada cabeza coronada por un pequeño moño, hunde su barbilla en el esternón, frunce fuerte el ceño, imposible arrugar el resto de su redonda cara de rollizos mofletes, pone morritos, cruza sus brazos de golpe apoyándolos contra su pecho y se detiene con los pies metidos en el agua, clavándose como un espigón frente al horizonte. 

 

Su pequeño ser ocupa un gran espacio, amplificado por el perímetro de seguridad que ha desplegado a su alrededor y que, por el momento, según todo indica, es mejor no traspasarlo. Dándole muestras a su familia con todo el lenguaje que le permite su expresión corporal, que han rebasado todos los límites tolerables y que hasta aquí han llegado.

 

Ni el mismísimo Dios de Noé, tras castigar a todos sus descendientes por la construcción de la Torre de Babel a hablar distintas lenguas, ha podido impedir que quienes nos encontramos en esta playa marbellí con ella, llegados desde diferentes países de procedencia y hablando diferentes idiomas, entendamos su más que claro mensaje. Al menos a mí me lo ha dejado diáfano. Está enfadada, muy enfadada.

 

Actúa como poseída por el espíritu del más temible troll infantil del folclore islandés, de fuerza sobrehumana. Parece que posee un inmenso poder por su rotundo coraje, pudiendo causar mucho daño en su estado enojado, adoptando ademanes amenazantes tanto para los humanos como para las otras criaturas mágicas y cualquier bicho viviente que se interponga a su paso.

 

Llegada hasta esta playa dorada tal vez desde una lejana y helada tierra, me atrapa captando mi atención. Despierta mi interés manteniéndome en vilo pegada a mi asiento, consiguiendo que me olvide de todo lo demás que ocurre a mi alrededor. Empujándome a contar este relato como por una suerte de encantamiento.

 

Decido quedarme de espectadora hasta que el telón caiga, parece que hay obra para rato. Sus mayores en cambio, ausentes hasta el momento, al menos yo no los diviso, son inmunes a su actuación, si es que la siguen. Ninguno se le acerca. Respetan con creces su momento, dejándola desenvolverse a sus anchas.

 

Todos sus gestos, sus cortos paseos de ida y vuelta, sus paradas, sus giros inesperados, sus furibundas miradas, parecen el fruto de una obra perfecta, escrita para ser interpretada por una gran diva de los años treinta, que no necesita diálogos para lucir en su escena, pues enciende la pantalla con la expresión de su rostro; bajo una escenografía luminosa y brillante, con el fondo coloreado por todos los tonos de azul de la paleta de Picasso, enmarcado en una bonita playa malagueña. 

 

Bajo el palco preferente de mi sombrilla indiscreta, sentada en mi cómoda silla de playa, sin prismáticos, la observo. Oculto mi mirada tras los cristales de mis gafas de sol, con cuidado de no ser descubierta, no vaya a dirigir sobre mí sus enojados encantamientos.

 

Yo no tengo movilidad reducida, por el contrario, reprimo el impulso constante a salir a su encuentro para entablar comunicación amigable con ella y ayudarle a desenredar el lío de su enfado que la tiene prisionera. Quiero descubrir su presumible sonrisa y cándida inocencia, oculta tras esa máscara mohína, pero procedo como si estuviera en silla de ruedas con una pierna escayolada, solo observándola, como si Alfred Hitchcock me susurrara al oído: ¡Déjala hacer, no te muevas!

 

Imagino que la pequeña se llama Helga y es islandesa. Llegada desde la tierra de auroras boreales, majestuosas cataratas, volcanes helados, charcas de aguas hirvientes, geiseres, piscinas naturales de agua caliente a los pies de montañas nevadas, pronto emprendería su viaje de regreso a casa. Un largo retorno junto a su familia, hasta llegar a Akureyri, ciudad del norte de Islandia de la que pudiera ser que vinieran. Aunque de momento parece ser más espinoso, el regreso que necesita junto a los suyos, a escasos metros de playa.

 

Debatiéndose entre seguir enfadada o restablecer el afecto, divisa una esbelta silueta parecida a la suya, como si ya fuera adulta. Una mujer de cabellos dorados recogidos en un moño, piel bronceada, ojos rasgados azul hielo, se acerca con paso firme. ¿Es tía Margrét? ¿Su madrina? ¿Su hada madrina? Si, y viene hacia ella. Trae en las manos sus manguitos. ¿Cómo? ¿Quiere que me bañe con ella? Sin pensarlo, arranca con una carrera, de un salto se sube a horcajadas en su costado. Mientras se van adentrando en el cálido mar, veo huir despavorido, al espíritu del troll endiablado que la tenía poseída. 

 

Reclinándome satisfecha, continúo aquí, observando con curiosidad bajo mi sombrilla indiscreta, las cotidianas escenas de playa, tiñéndolas de intrigas, añadiéndoles suspense, convirtiendo en sospechosos y extraños a tranquilos paseantes, inventando conspiraciones que necesitan ser desveladas, suponiendo nombres, parentescos, destinos, imaginando relatos sentada en mi silla playera, como si de una pantalla de cine se tratara. 


María José Aguayo.

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