LAS CICATRICES SON PARA EL VERANO.

La cicatriz es la señal que nos queda como recuerdo de una herida abierta que se curó por algo que nos pasó.

Todos compartimos una al nacer.

Da igual la edad, el tamaño, el género, la creencia, la condición, o nacionalidad de quien la porta.

Ahora que desnudamos nuestros cuerpos al sol, quedan al descubierto muchas de nuestras cicatrices físicas. Las hay planas, abultadas, hundidas, coloreadas, casi invisibles…

Similares a los pespuntes, hilvanes, punto de lado, punto escapulario, de la costura en tela. Cosidas a mano o a máquina.

De apariencia y causas diferentes pueden llevarse en cualquier parte del cuerpo.

Hay quien la encontró en el patio del colegio, se las causó a si mismo, tropezó con ella en un accidente, la consiguió dando vida, la provocó en un callejón oscuro en una pelea de barrio, también hay quienes las causan por motivo de profesión bajo la atenta mirada de las potentes luces blancas de quirófano.

Cada una va acompañada del torbellino diverso de las emociones vividas antes, durante y después de su aparición.

Algunas, las novatas, están recién llegadas. Otras, las veteranas, son de batallas pasadas. 

Unas son besadas, otras ignoradas, también las hay maltratadas, lloviendo en estas sobre mojado.

Encierran historias de lo más variadas, cómicas, trágicas, inquietantes, de superación, valientes…

En tiempo de estío, somos un catálogo ambulante de heridas curadas, como constelaciones bordadas en el paño de nuestra piel.

 

Su visibilidad por parte del prójimo provoca reacciones diferentes, ojeada rápida, mirada distraída, piadosa, contemplación absorta, vistazo huidizo al ser descubierto mientras la contemplaban. Produciéndose a veces, momentos sutiles de conexión, cuando dos personas con cicatriz, previa vista mutua, se cruzan, quedando por un instante atados por el hilo invisible de sus costuras. 

Algunas pueden doler más que las propias, las de los hijos y personas queridas. Las del prójimo cuando es por causa injusta.


Las mías son variadas. A las propias de infancia, viruela y vacuna, le añado las causadas por mi dermatilomanía, y la que llevo tatuada desde hace siete años, por coquetear demasiado tiempo y en exceso, con un amante ardiente, el Sol. 

La llevo a lo Mi lady de Winter, por su localización, en mi hombro derecho. Somos inseparables desde entonces.

 

Al igual que una X siempre marca el lugar donde se encuentra enterrado el tesoro, las cicatrices, marcan el lugar donde hubo una historia, una herida sanada, el comienzo de un nuevo camino.

En verano, las relatamos bajo el sol.


María José Aguayo.



Imagen Pinterest Catraca Livre

 

 

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