DETALLES PASAJEROS.

 

Hice esta foto hace unos cinco años. Pertenece a las coleccionadas en un abultado álbum. Bonita como la mayor parte de ellas. En una primera mirada pienso en mi relación con la naturaleza. Siempre he interactuado mejor con la flora, que con la fauna, existiendo con los miembros de esta, lo que podríamos calificar como innegables diferencias irreconciliables por ambas partes. 

 

Recuerdo que en aquel principio de diciembre, mi intención fue contribuir con un detalle sencillo, al bienestar de quienes cada jornada escolar transitábamos el pasillo continuamente a la carrera, que nos alegrara la vista y las ganas y nos invitara a sosegar nuestras prisas, deteniendo nuestra mirada en ellas, como un imán de atención plena, a la vez que amadrinaba uno de los ventanales huérfanos de vida y alegría, a pesar del luminoso espacio que nos brindaban. 

En Japón, el ciclamen es la flor sagrada del amor. Cuando las escogí no lo sabía. La combinación de sus vistosos y alegres colores, sus preciosas flores, el verde intenso de sus hojas con forma de corazón, me ayudaron a tomar la decisión, en un vivero rebosante de posibilidades.

Tras el cristal recibirían el frescor del invierno necesario para la tersura de sus flores, protegidas del intenso calor de la calefacción. Las lamas abatibles de las persianas, permitirían regular el exceso de sol cuando se diera.

 

Afino la mirada y me sumerjo en la fotografía. Tras el cristal de la ventana que elijo para colocar las macetas, veo parte de la base de la elevada pasarela, atalaya para contemplar un paisaje cambiante, a veces bullicioso, otras adormecido. En medio, bajo la copa cuajada de verdes hojas elípticas, gris plata en el envés, de los olivos, adivino el parterre cuadrado con las raíces asomando por la oscura tierra y sus troncos gruesos y retorcidos de corteza grisácea, expectantes ante su misión de eficaces centinelas. Habrán de cuidar que nada perturbe el disfrute de los que desean entretener su recreo, a cámara lenta, rodeados de juegos de antaño de los que solo se distingue al fondo a la derecha, la rayuela. Al lado, la puerta de la cansada ¿biblioteca? ¿clase? ¿biblioteca? con salida al patio, permanece abierta. Bajo una flor blanca, descubro parte de uno de los bancos de madera que en ambas paredes laterales esperan a los protagonistas de la escena. Al fondo, el dorado y escaso albero escenario de otro tipo de juegos: escondites, saltos y carreras, donde comienzan a abrirse paso unos tiernos árboles aún, plantados para procurar algo de una necesaria sombra diferenciando zonas de recreo.

 

He tardado varios años en darme cuenta, que en el centro de la imagen aparece mi sombra. Tan solo se distingue, sobre la jardinera, la parte superior de ambas piernas, el resto puro espectro. Adelantando acontecimientos, voy desapareciendo del pasillo, frente a las llamativas flores, dejando en el camino detalles pasajeros, como estos ciclámenes que también se fueron.

Todo pasa, algo queda.


María José Aguayo.



 

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