LOS ESPACIOS, REBOBINANDO.

 

Son las once de la mañana, sábado cinco de agosto. La pareja ya está de retorno de la playa. Decepcionados, de improvisto regresan a casa. Un enorme atasco en la autovía y en la ruta alternativa les impele a dar la vuelta. Desde el nuevo sentido observan impotentes, como nuevos incautos acuden sin cesar en dirección hacia la trampa. 

 

De nuevo en la vivienda, como en una película de los Lumière, comienzan a proyectarse marcha atrás los movimientos y acciones recreados hace apenas un rato, rebobinados con la técnica hipnotizadora del cine a tempo lento. La emoción que se describe al espectador es de bajada de ánimo.

 

Cruzando el jardín, ella, a su paso, descubre el banco de madera con cojines que protegió del sol con la frazada, levanta las persianas que bajó en el porche cerrado, abre las puertas de carpintería metálica que cerró para que respiren las plantas, saca las macetas de flores que resguardó en la penumbra creada en el interior de la entrada. En el salón, abre las ventanas para que corra el poco aire que aún puede aprovecharse de la mañana. 

 

Mientras, él ya ha subido las escaleras hacia el dormitorio, cambia el bañador que se puso por bermudas y las chanclas de playa por los zuecos nuevos de casa.

Detrás, ella sube también al dormitorio, se quita el vestido de playa, el bikini y los zuecos y se pone ropa cómoda de andar por casa y las chanclas.

 

La puerta del sótano continúa cerrada, la hija sigue durmiendo allí, por lo que el despacho de él, su espacio propio también ubicado en el sótano, está temporalmente anulado. Huérfano de sitio, busca dónde aposentarse. Como bajo la pérgola del jardín hace calor entra en el salón y se sienta en el sillón verde, enciende la lámpara de pie de lectura pues la habitación está a media luz, para acabar de leer la historieta de la colección de Tintín que ha cogido de la estantería y que empezó a leer esta mañana. El canto de las chicharras se cuela desde el jardín entre las rendijas de las mallorquinas de acero mezclándose con el tema de La misión, El oboe de Gabriel, que por el altavoz inteligente suena de fondo en la sala.

 

Ella entra en la habitación y se dirige hacia el rincón de su escritorio para sentarse a escribir en la agenda, el diario pendiente de ayer. Luego enciende el ordenador para entrar en el curso de escritura y realizar el ejercicio número siete: Los espacios.


María José Aguayo.


Imagen: Póster: Cuenta atrás de la película de época, de 35 mm 135 fotogramas de la página Myloview

 

 

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