UN CORTIJO JUNTO AL MAR.

Con reservas y expectante, sin referencias del lugar, presuponiendo algo de impostada grandilocuencia, acudo al encuentro, al día siguiente hasta la alquería. 

Había estado buscando alojamiento infructuosamente por internet toda la tarde. Rayando el sol, a la desesperada, marqué su número en el móvil. 

Aunque impelida por la premura de la fecha en pleno corazón de alta temporada veraniega, sin ningún otro tren al que enganchar, declino cansada esta última opción, a pesar de tener disponibilidad. Él insiste en que lo piense y lo vuelva a llamar. Lo pienso pero no me decido. 

 

Jorge en un principio, después siempre George, con el cielo ya oscurecido, me llama. Me cuenta rápido, convenciéndome, que no dispongo solo de una habitación, como me ofreció en la conversación anterior, en este momento pone a mi disposición, toda un ala del cortijo, prefiere ocuparlo ante la inesperada anulación de reserva, bajando el precio inicial, facilitando el pago, ahora solo me entregas una señal, el resto en mano al llegar. Negociante nato. Rumié ¿esto de qué va? pero ligera acepté mientras pensaba dónde me estaba metiendo. Podía resultar bien o ser una pifia difícil de olvidar.

 

A la llegada, como me indicó, de manera que sonaba un tanto peliculera a mi parecer, me esperaría su ama de llaves, joven y menuda, con ropa normal, nada que ver con la imagen que de esta profesional había formado en mi mente al oír sus palabras, influenciada por novelas y películas. La seguí en la visita por las bonitas instalaciones y jardines, pensando sonriente, uf, menos mal, esto promete, cuando de pronto me advierte que tenga cuidado con el alambre. Imperceptible, si no se sabe donde está, circunda parte del recinto para persuadir a los jabalíes, que en alguna ocasión, hasta el camino hacia la piscina se pudieran acercar. Indicándome que desde mi ala del cortijo también podía llegar y lo podía evitar. Tragando saliva pensé, ¡estoy salvada! Viéndome inmersa de golpe en demasiado naturalismo animal para mi capacidad. No he mencionado a los perros sueltos que guardaban la finca. 

 

A parte de ella y yo, por el momento, nadie más había en el lugar, sintiéndome temporalmente dueña de la hacienda, me dirigí hacia la piscina por el camino sin electrificar. Situada en medio del apacible campo rodeada de silencio reconocí satisfecha, esto no está nada mal.

 

Me encontraba flotando en el agua disfrutando de ese remanso de paz cuando a contraluz se acerca la figura alta de un hombre que se presenta, soy George. Sin salir de la piscina nos saludamos y conversamos levemente. Tengo ante mí a un tipo distinto al que imaginé cuando me hablaba por teléfono. Con pintas de abuelo, con sus bermudas y camisa desenfadada por fuera, tiene bigote y bastante pelo gris, que no sé por qué, desde el principio, me dio la impresión de ser un peluquín. Recién llegaba de resolver unos asuntos en Gibraltar, había traído un jabón de manos con un agradable perfume que dejó en el baño de mi habitación, como obsequio de bienvenida. Se retira para que continúe disfrutando del baño. Ya continuaríamos la charla más tarde y formalizaríamos los detalles pendientes de la estancia.

 

Mi intuición primera de personaje peculiar se confirma y aumenta cuando ya podemos hablar con más tranquilidad, sentados en el porche junto al albero sevillano recién puesto, que por un malentendido de sus indicaciones de la llegada, profané de forma involuntaria, con los neumáticos de mi coche, por lo que en repetidas ocasiones me disculpé. 

 

Descubrí con su trato amigable, familiar y dicharachero, más aún que cuando hablamos por teléfono, no solo que pertenecíamos a la misma década, él algún año mayor, sino que teníamos conocimiento de personas en común alguna incluso de su familia, como su abuelo y de lugares emblemáticos que a ambas familias en momentos distintos pertenecieron. 

Mientras me atendía como buen anfitrión en el desayuno con una rica mermelada casera elaboraba por él, o sentados al fresco tras volver de mi salida nocturna, fue contándome todo tipo de historias relacionadas con el lugar. El cortijo es muy antiguo, perteneciente a su adinerada familia por entonces, reformado como establecimiento de turismo rural y lugar de celebraciones, con restos de refinados detalles de decoración estilo inglés y diferentes vehículos clásicos de alta gama aparcados al entrar, Rolls Royce, Bentley, Mercedes, que utilizan para las ceremonias y bodas que lo requieren. Lo regenta él mismo, a la vez que desempeña diversas tareas en el ámbito profesional, en territorio español e inglés. También ejerce como chef del lugar, en otro tiempo, tuvo un restaurante en la ciudad, cocinando en ocasiones, las materias primas que él mismo caza y pesca. 

 

Aquel puente de agosto, la realidad superó al personaje y al lugar que imaginé en mi búsqueda por internet, sorprendiéndome la existencia de este cortijo que encontré junto al mar, en mi lugar preferido de la costa, cuando todo apuntaba que ya sería impensable reservar. 


María José Aguayo.

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