EL CUADRO FEO.

 

Eran las 13:30 de la tarde del 3 de septiembre. Cargabas con un cuadro feo bajo el brazo, andando de camino a tu casa, como me contabas por teléfono. El motivo para transportarlo, en él salía yo, tu amiga. Se trataba de una orla antigua como comprobé más tarde. En adelante, en esta historia, con todo el cariño, el cuadro feo.

Terminada la jornada laboral ese miércoles, hiciste tu recorrido acostumbrado. Desconocías el nombre de las calles que llevabas recorriendo catorce años. 

 

Primero caminaste por la calle del colegio, Estacada del Rosario, a tu espalda dejaste el Parque de la Música cuando torciste a la derecha en el Parque Multicultural, espacio de reconocimiento de la Persona Cuidadora. A continuación avanzaste por la Avenida de Europa hasta llegar a la Glorieta Gerente Carlos Moreno, popularmente conocida como Rotonda de Aljarafesa; después cruzaste el paso de peatones de la Avenida del Aljarafe y acto seguido el de la Avenida Juan Carlos I. Bajando por la Avenida Blas Infante atravesaste de puerta a puerta, por el interior, el Parque Montefuerte, para aliviar el calor con el frescor de su vegetación. Al salir del mismo, recorriste el Pasaje Párroco Don Ramón Díez de la Cortina hasta desembocar en la calle peatonal Clara Campoamor de la que transitaste un breve tramo para girar a la izquierda por la también peatonal Francisco Casero recorriéndola entera hasta su salida a la Plaza Príncipe de Asturias, final de tu trayecto. Habías llegado a tu destino. 

Tan solo una de las calles con nombre propio era de mujer.

 

Durante el trayecto desde el colegio hasta tu casa, algunas de las personas con las que te cruzaste te miraron con cara rara. Tal era tu pinta con el cuadro feo bajo el brazo. Vestida con camiseta verde de manga corta y calcetines a juego, bermudas blancas, y playeras, como tú las llamas al estilo madrileño, All Star negras, cargabas con un marco de tamaño considerable, marrón, grueso, viejo, desconchado, con polvo acumulado introducido bajo el cristal y en la trasera, un cartón con el ondulado desgastado y manchado. Un antiguo marco de orla clásico que este septiembre cumplía treinta años. Los mismos que yo estuve en este colegio, en el que tu seguías. Como acredita la fecha que encabeza las veintiuna fotos de la orla. Fotos del profesorado del claustro del curso académico 1993/1994, entre las que me encuentro recién llegada, al Colegio Público Tomás De Ybarra.

 

Eras lo que parecía. Una mujer adulta, de aspecto juvenil y desenfadado, cargando con un viejo trasto rescatado de un contenedor, el del colegio, donde durmió algún día, tras la limpieza típica de septiembre, hasta que a la directora se le ocurrió que tal vez me gustaría como recuerdo. Yo estaba en él, junto a mis compañeros y compañeras de entonces y te buscó en calidad de amiga, por si querías rescatarlo y entregármelo en prenda. 

 

Esa misma tarde fui a recogerlo a tu casa. Al verlo, decidí liberarlo del marco. Su  estética anticuada, los desperfectos ocasionados por el paso del tiempo y una edición mejorable de la orla, era lo feo que tenía. Aun así, lo que enmarcaba resultaba para mí, entrañable


Sentí un leve estremecimiento con regusto incierto, al pensar porque lo tenía en mis manos, pero se esfumó enseguida, al recordar el detalle que tuvieron conmigo el equipo directivo de aquellos años, uno de ellos ya desde el recuerdo, y algunos de los miembros fotografiados en esta orla. Protagonistas de un modo de vida cercano y humano, incapaces de volver de piedra sus corazones, me demostraron con su presencia lo que importaba en ese momento de mi vida. 

 

En su memoria, me guardaron con cariño, al igual que yo a ellos. Como me manifestaron treinta años después sumándose a mi despedida. A la que acudieron para darme el reconocimiento y afecto que por su parte merecía. Con el saber estar de los añorados valores de entonces, junto al de los compañeros y compañeras de mi presente que me querían, añadieron su abrigo a mi homenaje. 

Con el recuerdo aún muy vivo de aquel día, de nuevo agradecida y conmovida por ello, recogí la antigua orla enternecida, en el primer septiembre después de treinta y siete años, treinta en este colegio, en el que tras mi jubilación ya no volvería.


Al profesorado de esta orla que me acompañó en mi despedida, de un cuadro no tan feo, rescatado del contenedor como parecía, por las manos de Pilar, mi amiga.


María José Aguayo.


Fotografía: Claustro del profesorado curso 1993/1994 del Colegio Público Tomás de Ybarra.

 

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