ME DESVELAN LAS PALABRAS.

Son las siete y cuarto. La pantalla del móvil ilumina la habitación en penumbra. Suena la alarma. Hoy sábado también canta Mark Knopfler para despertarlo, como cada mañana. 

Tiene Torneo Benéfico de Fútbol Médico en Punta Umbría. Su compañero de equipo, también veterano, pasará a buscarlo. 

 

Junto a él, en la cama, intento no moverme por si las oye. ¡Suenan tan fuerte! Hace rato que las ideas no paran en mi mente. Ellas me habían despertado antes que la alarma. Nada donde apuntarlas. Las olvidaré al levantarme. Otra vez me arrepiento de no tener a mano en mi mesilla, útiles de escritura con los que atraparlas. No es la primera vez. Me desvelan y acuden sin llamarlas. Inquieta y sintiéndome tal vez una intrusa me pregunto: ¿Sentirán esto las escritoras?

 

Desde la cocina, en el piso de abajo, el borboteo del café suena saliendo de la Nespresso, cayendo en la taza. Su aroma caliente sube por la escalera y se cuela entre mis sábanas. De manera simultánea el caliente borboteo de ideas dentro de mi cabeza hierve sin poder pararlas.

 

Decido acallarlas. De puntillas, para no ser descubierta, voy a la habitación más cercana. Entro. Rebusco. Cualquier cosa vale con tal de atraparlas. Del escritorio de mi hija cojo sin pensarlo su cuaderno de trabajo y de un estuche metálico cerrado, saco un grueso lápiz tallado en una rama, está grabado, recuerdo de Ansó. Sin hacer ruido me lo llevo hasta mi cama.

 

Giro el regulador del interruptor de la lámpara de mi mesilla de noche, modulando una tenue luz. De prisa vuelco sobre el papel lo que mi aturrullada mente me dicta. Al terminar, apago. De nuevo silencio. Ya no oigo nada. Descanso.


María José Aguayo.

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