LA CUEVA.

El cielo estaba aborregado, barruntaba agua. A pesar de ello, las temperaturas eran elevadas. Un calor seco avivaba con fuerza el persistente canto de las chicharras.

 Quillo, ¿Y si nos vamos a la cueva a bañarnos? Con la torrija que está cayendo estoy asao. 

Antonio y Paco eran amigos, un par de chaveas de dieciséis años. Estaban en pleno veranillo del membrillo. Ya no sabían qué inventar. Allí estarían frescos bajo la sombra de los árboles, con la vegetación que crecía pujante al amparo de la humedad del río y el manantial de la cueva. Además, podrían chutar el balón por sus verdes prados de hierba.

 ¡Vale! Nos acercamos a casa de Miguel. Hoy es su santo. Le decimos y nos vamos.

– Ese no querrá venir sin su Ana. ¡Menuda achuchaera le ha dao!

Miguel los recibió con abriero de boca, estaba achancao en el sofá con su guitarra, pretendiendo componer una canción para su novia.

  ¡Hola quillo, estamos aburríos, vamos a darnos un baño! ¿Te vienes?

No les costó convencerlo. Los tres se conocían desde pequeños, se entendían con pocas palabras. Enseguida estaban cogiendo el balón de fútbol de su cuarto y unos peros del frutero de la cocina. Lo metieron todo en una mochila y salieron del pueblo acalorados pero al fin con un plan para echar la mañana. Volverían para comer en sus casas.

Por el camino, achicharraos, de repente, oyeron un trueno lejano. Los goterones comenzaron a caer de inmediato. Aún quedaba camino para llegar a la cueva. Se pegaron una pechá de correr para guarecerse del chaparrón en la entrada de la gruta a esperar el aclarón. Estaban guarníos cuando llegaron. Con el ahogagatos de Paco no podrían adentrarse mucho. En el interior había colonias de murciélagos. La cueva era peligrosa. Con lluvia más.

Las nubes se batieron rápido en retirada. La tormenta pasajera dejó un cielo limpio. Pronto estarían metidos en el Charco frío de aguas cristalinas y gélidas, haciéndose ahogadillas, en la poza azul turquesa formada delante de la impresionante boca sur de la conocida gruta. 

María José Aguayo.


Fotografía de El Charco frío de la Cueva del Gato de Benaoján, Serranía de Ronda, Málaga por Joseph Creamer.

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