LA HERENCIA.     

Antes de ir a acostarse, Amelia desliza la yema del índice por la pantalla del móvil, a estas horas, con huellas oleosas de maquillaje. El poco frecuentado grupo de hermanos, tres hombres y ella, se ha activado. Frente al desorden acumulado de días en su escritorio, espera para leer el texto. Fernando, el tercero de los cuatro está escribiendo, parece largo. 

 

El mismo día, por la mañana Enrique, el segundo, insufla alegría y vida en el grupo de WhatsApp de toda la familia, con el comunicado del esperanzador resultado tras un proceso médico largo. 

Por la tarde, Amelia, compartió con ellos, un vídeo sobre el amor entre hermanos. Fernando, muy intuitivo empatizaría con su emoción. Sensible y comprensivo, estaba respondiendo.

 

Ya ha parado. Lo lee. Bajo la pantalla, una confesión expresa de cariño le hace contener la respiración emocionada. Cada palabra que ha usado está cargada de sentimiento. Es tan inusual este tipo de desnudo emocional viniendo de un hombre, un hermano y por escrito, que la conmovida Amelia, agradecida, le contesta de inmediato. Sus palabras han sido como un bálsamo, en un día en el que todos han respirado al fin aliviados. 

 

A la mañana siguiente, el mensaje de Fernando sigue obrando su milagro. Ahora es Enrique quien tras confesarse descolocado, alcanzado por la carga emotiva del texto y habiéndolo reposado, responde vibrante desde el sentimiento, contagiado por el amor de su hermano. 

Si Fernando la sorprende, aún más lo hace Enrique. De carácter afable, práctico y tranquilo; responde con un mensaje certero, sensible y cariñoso.  

 

Minutos después escribe Manuel, el mayor de los cuatro. Leal y sincero, justo por encima de todo, manifiesta su acuerdo con todo lo expresado, cerrando con un “os quiero” que sumar a los ya formulados. El círculo se ha cerrado.

 

Jamás habría esperado tanta complicidad manifiesta, tanta ternura derramada viniendo de estos tres hombres diferentes, sus hermanos. Tanto cariño contenido como estaba hasta ahora, se había desbordado y Amelia,  persistente y con tendencia a la melancolía, veía recompensados de manera inmensa sus intentos de cercanía manifiesta en el chat de sus hermanos.  

Se sentía agradecida y segura, protegida, querida por ellos de una forma desconocida.

Con la conversación  mantenida,  honran el legado de su padre y su madre. Cumplen su deseo compartido, expreso en vida, de unión y paz entre sus hijos, de que se profesaran cariño y lo acrecentaran.       

Frente a la luz de la pantalla, Amelia, nueve años después, recibe esta prueba como el más valioso de los bienes heredados. 

Serena comienza a recoger el escritorio, la dispersión de objetos se va recolocando. Espíritu y materia se han alineado.    


María José Aguayo                                                                                                                                                       

 

 

 

 

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