MAÑANAS DE SEPTIEMBRE.

1 De septiembre, 11:45, centro comercial Torre Pelli, probador de Primark. Lo acompaño a comprarse vaqueros.

    —¿Cómo lo ves, madre?

    — A mi me gusta como te queda, hijo. No hay nada como saber la talla e ir a tiro hecho.

     Ahora, si quieres podemos ir a L’Atelier de Hipercor para que te arreglen el bajo            y lo tienes seguro para cuando vuelvas a Ronda.

En la caja insisto:  

    —Por favor, déjame que pague, hijo.

    —No madre, tú ya me has invitado a muchas cosas.

A la vuelta nos asombra el tráfico denso por la autovía, cargada de coches y camiones, ya está aquí septiembre. Acabó el limbo de agosto y ha vuelto, de golpe, la realidad. 


Un momento,  "¿qué hago yo aquí?, ¿no tendría que estar en el colegio?"

    Hoy, por primera vez, no vuelvo, después de una vida volviendo. Quienes nos dedicamos a la docencia nos pasamos la vida entera regresando al colegio, primero como niños, después como estudiantes de instituto y universidad y por último, en mi caso, como maestra.

    Llevo días inquieta con los nervios en la barriga. Como dice una amiga también maestra jubilada, el cuerpo guarda memoria. 

    La mía me lleva hasta la niña que fui, por estos días, sentada en la silla de anea con sus hebras dibujadas en mis delgadas piernas. Mi pelo largo recogido en coletas sujeto también por una felpa. 

    Con el uniforme, los calcetines nuevos bien estirados hasta las rodillas, haciendo girar nerviosa con los pies, el travesaño de la silla, con mis zapatos, lo único que me gustaba del uniforme, merceditas con su característico diseño con forma de T en el empeine para adaptarse a los pequeños pies, con cierre de hebilla dorada, bien limpios y abrillantados. Cuando siendo mayorcita los limpiaba sin quitármelos, con los calcetines blancos puestos, dejaba el chivatazo del refilón negro del Kanfort sobre la blancura inmaculada de Colón. 

    Siempre llorosa por estas fechas: 

    —Mamá, me duele la barriga, tengo fatiga  –mientras mi paciente madre, con cariño, me preparaba una manzanilla—. Un clásico de todos mis comienzos infantiles de curso.


Para mí se acabaron los dobles comienzos de año, el del curso escolar y el de la Puerta del Sol. Ya solo celebraré este último con las uvas y el champán. Ya no formaré parte del año académico 2023/2024, de ningún otro.

    Hoy, escribo este relato en unos de mis rincones favoritos de la casa, rodeada de plantas y decoración, todavía, de color turquesa y blanca. Escuchando a Neil Diamond cantando, September morn, no puedo dejar de pensar como en el mismo sitio, por estas fechas, hacía para empezar, malabares para cuadrar horarios entre otra infinidad de agobiante papeleo. 

    Es cierto, todo eso se acabó, ya disfruto la calma después de numerosos comienzos, aunque todavía puedo sentir los nervios en mi barriga, el olor a manzanilla caliente en la tacita redonda y transparente de Duralex, la suave caricia de mi madre en mi cara y en mi pelo dándome ánimos, cuando llegan las mañanas de septiembre.

María José Aguayo.

 

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