LA CESTA.
Recuerdo lo que sentí cuando llegó la cesta de Navidad.
Iba al colegio junto a mis hermanos contando los días que faltaban para las vacaciones.
—Mamá, ¿cuándo llega la cesta de Navidad?
—Cualquier día de esta semana, Lucía, cuando volváis del colegio, estará en casa — me respondía de nuevo, enternecida y contagiada por tanta ilusión.
—¡Maña! ¡Pareces el día de la marmota! —decía Chencho, mi hermano mayor.
Era jueves, el cielo color panza de burra, anunciaba la primera nevada. A la vuelta del colegio, como me dijo mamá, la sorpresa esperada nos aguardaba. Radiante, iluminaba la estancia.
Los saltos, gritos de alegría y ojos brillantes no se hicieron esperar. Los cinco corrimos hacia ella atraídos como por un imán. Desbordábamos ilusión.
—¡Cuidado! ¡No vayáis a tirarla! –alarmada pero sonriente, gritó mamá–.
La cesta de dos pisos estaba a rebosar. La boca se me hacía agua. Impaciente quería empezar a abrir todo ¡ya!, ¡allí mismo!
Un lazo rojo envolvía su asa, rematado a un lado por una enorme escarapela que me tenía embobada.
—¡Yo quiero la guitarra! —dijo Constanza, la pequeña de cuatro años, agarrándose con fuerza a la pata de jamón. –Todos reímos a carcajadas y nos acercamos para abrazarla–.
Ahora solo faltaba esperar a encontrarme con mis tíos y primos. Mis abuelos vendrían a quedarse en casa. Faltaba poco para que reunidos junto al Portal, cantáramos villancicos.
Mi corazón latía rápido. Sentía que quería abrazarlos muy fuerte a todos. La Navidad había llegado a casa.
María José Aguayo
Imagen: Cesta de Navidad de Grupo el Portal. Aránzazu Navarro
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