LA RECOMPENSA

 

Baldur dando un respingo en el sofá exclama: —¡Margret, han robado la última obra de Banksy en la calle!, —sacando la cucharilla de postre de su boca. Terminaba su skyr, que le ha dejado boqueras blancas en las comisuras como a los pequeños del comedor de su colegio, se había descuidado mientras atendía al informativo de la noche. Su voz pastosa y cansada durante la cena recobra energía ante la noticia. —Se trata de una señal de tráfico de “stop” adornada con aviones de guerra en 3D, ubicada en un barrio del sur de Londres. "Es una obra muy discreta pero impactante. Lo ha vuelto a hacer, se ha vuelto a manifestar en contra de la guerra entre Israel y Palestina. Ha vuelto a golpear nuestras conciencias dormidas con un nuevo trabajo, ¿¡será posible!?”. —¡Es un genio, sí señor! ¡Todo un artista! —“¡Malditos ladrones desaprensivos! No se saldrán con la suya, las cámaras de seguridad los han captado”.

Desde el otro rincón de la cocina, esta semana le toca a Margret recogerla, "a ver qué se le olvida al señor despiste de sus tareas caseras esta semana", programa el lavavajillas después de terminar de meter los últimos platos.  

—Aún hoy, siendo uno de los artistas más famoso y reconocido de los últimos tiempos, a mucha gente no se lo parece, un artista quiero decir. Siguen opinando que si es un artista que pinte en un lienzo, que una pintada en la pared no vale nada más que para dar un aspecto andrajoso a la ciudad. Solo ven un delito; sí, un delito —responde Margret.

—¡Pues que no vayan al barrio de Kreuzberg de Berlín! Esos olvidan que desde siempre, arte y rebeldía suelen ir de la mano, ni caso —le responde Baldur que recostado en la rinconera del sofá, se atusa la barba al tiempo que bosteza cerrando con fuerza los ojos lacrimosos —pensando: “Tengo que conseguir sacar adelante en el colegio un nuevo proyecto al respecto?”

 

 

—¡Qué frío! —dijo Margret al salir de casa. Está comenzando enero. El mes más frío del año. Ya ha entrado la noche polar. Hoy la salida del sol está prevista para las once y media de la mañana. Durante las cuatro horas escasas de luz, si está despejado, el cielo se vestirá con los tonos azules y lilas de la puesta de Sol en este espejismo de la noche boreal. —Envuelta en la oscuridad, alumbrada por el farol de la puerta, adoptó una postura encogida y se frotó las manos al unísono frente a Baldur, como figuras reflejadas de un espejo. “Parece que no se oye el tráfico”. Margret llevaba un abrigo largo de color crudo, over size, de corte unisex. Le hacía parecer al veterano de guerra inglés con heridas psicológicas y físicas, convertido en detective privado de la serie ambientada en Londres que estaban viendo y que les estaba gustando–. Estaba pensando en comentarte como llevo el relato cuando me he dicho: “Margret, ¿quieres parar un rato?” —Se frotó las orejas—. He madrugado, no podía seguir en la cama, es que me estaban viniendo ideas para continuarlo, me están viniendo ideas sin parar y he tenido que levantarme. No habrás cogido mi gorro, ¿no?

            Baldur asintiendo, se acercó para encajárselo bien en la cabeza, —se lo caló hasta las cejas— con su melena sedosa, suelta y lisa era mejor asegurárselo, hacía un poco de viento y se preveía que remontaría con más fuerza. Ya están acostumbrados a los vientos de las brujas o los vientos de la locura. —Ella además tiene que afrontar a veces en su trabajo,  sus terribles consecuencias.  —Estos vientos pueden complicarnos las urgencias psiquiátricas —unidos al posible trastorno estacional de la prolongada falta de luz del sol, si los pacientes más sensibles se ven comprometidos también por la ionización de los vientos, se puede favorecer el aumento de sus síntomas y desencadenar sucesos graves en los que cursan con cuadros más agudos. —¡Qué bien te sienta!, vas a necesitarlo —dice Baldur contemplándola con pose de fotógrafo. —Han bajado las temperaturas. Ahora tenemos tres grados bajo cero y van a continuar bajando. —Se abrazan. Tras un abrazo que pretende dar amor y calor por igual, como cada mañana, se dirigen en dirección contraria hacia sus trabajos.

—No olvides comprar café en el super a la vuelta, esta semana te toca a ti la compra   —Margret metió la mano en su bolso, "¿para qué llevaré las gafas de sol todavía?", —sacó el mando para abrir el coche. —Seguro que no llevas pañuelos, y estás resfriado. “Voy con tiempo de sobra. Cuando llegue al hospital, terminaré de apuntar unas notas para mi relato antes de empezar la consulta.” 

 

 

Baldur, a pesar de las bajas temperaturas y la oscuridad del invierno boreal, es de los que prefiere caminar este paisaje, caminar este paisaje le despeja la mente le ayuda a ordenar sus ideas. Bajo sus pies, un camino pedregoso, muestra su color gris a la luz de las farolas. La oscuridad no es total. El alumbrado permanece encendido durante todo el día. La permanente luz artificial confiere un aspecto de irrealidad a esta parte del mundo. En la negrura, destaca el amarillo de sus botas de nieve y de su plumífero. Para mantener el calor en la cabeza, usa un gorro también amarillo con orejeras a prueba de viento, resistente al agua, tipo gorro ruso forrado en el interior y en la visera, sujeta sobre la frente, con piel imitación zorro plateado. Con el protector facial cerrado y las gafas de ventisca parece una figura del juego de moda de hace unos años, el de los Among us —“tal vez sea el impostor”, como alguna vez le ha dicho algún alumno. Ajusta bien sus gruesos guantes negros para que no se cuele el frío por ningún resquicio.  Avanza caminando por el centro como el tirador de una cremallera, abriendo los dientes para dejar pasar todo lo que traiga hoy el día. Bajo la fina lluvia de aguanieve, se cubre con un paraguas azul cielo, azul cielo de algún otro lugar. 

    Uno de los lados de la cinta de la cremallera gris que va abriendo a su paso, linda con la zona de casas diversas de escasa altura, ubicadas en perfecta alineación. Son diversos sus colores: blancas, rojas, azules, grises, verdes, marrones como la carta de colores de una tienda de pintura; diversos sus materiales de construcción: piedra, madera, ladrillos; diversos sus tejados a dos aguas glaseados por la nieve, como de azúcar blanca,  unos de pizarra, otros de madera, dentados como las almenas de un castillo, con formas onduladas que dibujan en el cielo blondas como las de las tartas, como casas sacadas de un cuento de navidad, de un cuento de una navidad muy larga. Por sus ventanas sin persianas, a través de sus cristales empañados, en las escasa horas de sol de los días despejados, se filtra por sus finos visillos la tenue luz de un sol poniente y lejano, sol que abriga a otras tierras lejanas. En el otro lado de la cinta de la cremallera, reposa el gélido fiordo de la isla, largo y estrecho. En días nublados como hoy, muestra su tersa piel de titanio, de un gris acerado como el exterior del edificio del Guggenheim. A él se asoman colinas y montañas coronadas de blancas togas como las lucidas en la orla por los graduados de Bellas Artes en España. Macizos montañosos que al llegar al extremo, desaparecen engullidos por el frío Mar del Norte.

Baldur, va dejando por el camino estelas blancas de vaho que exhala por su boca sin parar como una chimenea industrial. Cruza cuando los coches se detienen ante la luz roja con forma de corazón del semáforo, dejando a su espalda, un enorme pesquero de nombre Neptune. “¿Estará dispuesto para zarpar?” —Su angulosa quilla roja secciona el titanio del fiordo, sube azul hacia la borda con líneas y detalles blancos, como la bandera del país. A nivel de la calzada de la calle, los bolardos de amarre del muelle lo sujetan con gruesos cabos verdes anudados a la marinera. Allí mismo como parte de la calle, atracado en el fiordo, como en otra ciudad permanecería estacionado en su parada, junto al bordillo de la acera, el autobús urbano.

Avanza hasta llegar a la pendiente escalinata, dispuesto a subir como cada día sus ciento doce escalones fragmentados en diez tramos. Siempre intenta subirla corriendo, para entrar en calor y compensar sus escasas apariciones por el gimnasio, unas veces más deprisa que otras, otras —las más, sin finalizar el tercer tramo— para, y termina jadeante el ascenso andando, pensando siempre en la secuencia de la película Rocky, se repite la frase: “Baldur, a la cima no se llega superando a los demás, sino superándote a ti mismo”. En la cumbre, como se espera a un amigo, le espera plantada la prominente iglesia luterana de piedra gris. Sus afiladas torres, se alzan de puntillas como si quisieran llamar a las puertas del cielo, "¿cuántas voces habrán tarareado ese verso...?". En el centro, el gran reloj de esfera blanca como un bajo plato inmenso, con numeración romana, le indica que va bien de hora. Llegará con tiempo de tomar un café que le caliente por dentro, en la sala de profesores junto a sus compañeros. Tiene ganas de comentar la nueva noticia de Banksy. Quiere contagiarles su ilusión e invitarlos a superarse trabajando en un nuevo proyecto con su temática.

 

 

Se quita y deja sus botas en el casillero correspondiente de la habitación zapatero gigante junto a las de todos los miembros del colegio. Luego dirige sus pasos enfundados en unos calcetines azules estampados con donuts de colores,  hacia la sala de profesores. Por los pasillos se cruza con un variado conjunto de pies saltarines de todos los tamaños, envueltos en calcetines multicolor. Algunos de los pequeños “elfos juguetones” con los bigotes blancos por los vasos de leche que se han servido del dispensador dispuesto en el pasillo, y las puntas de los dedos pringosas de las galletas que han mojado en ella, pespuntean de aquí a allá, de aquí a allá rítmicamente como la aguja de la máquina de coser de la modista, sobre la templada tarima de madera de los suelos; los adolescentes los arrastran hasta la zona común de descanso donde se reúnen con el grupo de la tribu al que pertenecen: músicos, pintores, escritores, atletas, informáticos…

         Su compañera Helga se acerca a recibirlo ofreciéndole el calor de una taza de café ya preparada. Le ha visto llegar por la cristalera de las ventanas de la sala del profesorado.

            —¡Buenos días, Baldur! ¿Has visto la noticia de Banksy? —Le guiña un ojo. Dirigiéndose hacia ella “Tengo que acordarme de pasar por el super para comprar café.” —¡Buenos días, Helga! “En otras latitudes del mundo nos tildarían de locos por llamar, buenos días, a esta oscuridad y estas temperaturas.” —Si, lo vi anoche mientras terminaba la cena. Espero que recuperen pronto la obra —fastidiado chascó la lengua moviendo levemente de un lado a otro su agachada cabeza.

Con su melena cortada a lo Bob, lisa y blanca, su sonrisa franca, unos pantalones de sport negros de corte recto con vuelta en los bajos y una blusa blanca con cuello mao presenta, como siempre, un aspecto impecable y práctico, cómodo y arreglado; de porte elegante en cualquier entorno donde esté presente. Siempre empática con los que sufren injusticias, Helga le dice a Baldur:

            —Esta injusticia dura demasiado y piensa “Banksy siempre se ha mostrado muy activo en el conflicto entre Israel y Palestina.” –Fuera los copos de nieve cuajan como cuando cuaja un flan bien hecho; como cuando cuajan las palabras que componen un buen texto. —Lo hemos estado hablando al llegar. ¡Te conocemos y sabemos que el tema te encanta! ¿Crees que nuestra comunidad educativa debería mostrar nuestra solidaridad con la población de Gaza? –Baldur dibuja una gran sonrisa en su cara y se le enciende la mirada. La escucha emocionado asintiendo con la cabeza, dando cortos sorbos a su aromático café aún caliente. —No es la primera vez que nos propones mostrar su obra al alumnado. Ya conocen a Banksy les encanta. Tampoco es la primera vez que trabajamos los conflictos bélicos, la temática de Israel y Palestina. —Lo veo en tu cara –Helga también sonríe–, ¡estás de acuerdo! —lo hablamos en clase y anotamos las propuestas de los estudiantes. A la hora de comer podemos hacer una puesta en común y si vemos un proyecto viable, nos ponemos a ello —levantan extendidas sus manos, ella la derecha, él la izquierda, es zurdo, chocan los cinco entrelazando por un momento con complicidad sus dedos. —Cuando llegó al centro, hace quince años, Helga ya era la directora, desde el comienzo se entendieron. Eran dos emprendedores capaces de contagiar su entusiasmo por los proyectos a un claustro muy participativo.

            —¡Gracias! ¡No podía empezar mejor la jornada! —satisfecho se atusa la barba. Es una gozada. Me encanta cuando nuestro trabajo cobra sentido. Despertaremos de nuevo con el arte, la solidaridad y empatía en sus corazones y sus conciencias—. Se van despidiendo por el pasillo. “Tal vez hoy, para finalizar la jornada de forma redonda, cuando volvamos a casa las auroras boreales bailen en el cielo para nosotros”. —Cada uno entra en su clase cerrando tras de sí la puerta. 

 

 

El dispositivo medidor de sonido ambiental colocado en lugar visible desde todos los ángulos en una pared del gran salón que sirve como comedor, indica que los decibelios del entorno son saludables con la silueta de la oreja del panel iluminada de verde, a pesar de encontrarse el comedor al completo, con todo el alumnado y el profesorado comiendo a la vez. 

De los humeantes platos emana el efluvio inconfundible del guiso del menú de los lunes: pescado, patatas y cebollas mezclado con mantequilla, leche, harina, sal y pimienta. Un plato perfecto para entrar en calor inmersos como están en un paisaje cubierto a estas horas por una espesa capa de nieve. El entorno perfecto para saborear este humeante guiso invernal.

Mientras la jarra de cristal del agua pasa de mano en mano en la mesa de los profesores, se relajan comentando sus experiencias de la primera mitad de la jornada. Cuando le llega el turno a Baldur retiene la jarra: —¡Estoy impaciente por saber si tenéis propuestas sobre el Proyecto Banksy! —suelta la jarra y cuando tiene la atención de todos se reclina en su silla y se cruza de brazos dispuesto a escucharlos con atención.

Agnar, se rasca la calva y se decide a empezar: —Desde la competencia Plástica planteamos realizar nuestro propio mural exterior, en el muro que se ve completo desde la calle. Los mayores apadrinarían a los pequeños que realizarían con su ayuda las partes bajas de la pintura y las más sencillas para ellos. A falta del acuerdo general, el motivo elegido entre los presentados son dos grandes manos, una coloreada con los colores de la bandera de Islandia, tendida hacia una mano coloreada con los colores de la bandera de Palestina.

—Gracias, Agnar —Helga y Baldur entrecruzan miradas ilusionadas. Sin dejar espacio a otro compañero la impetuosa Kristin expone: —La competencia musical quiere componer con la tribu de los músicos una melodía con ritmo rockero, con la que los compañeros de competencia lingüística podrían trabajar para poner la letra.

Áki se levanta de su asiento y acompañando sus palabras con atléticos movimientos de cuerpo y brazos les cuenta que desde el área de Educación Física les gustaría realizar una coreografía tipo flashmob para acompañar a la melodía creada. Se podría representar tanto en colegio como en lugar de la ciudad acordado, si se consiguen las medidas y las autorizaciones necesarias.

Finalmente, Anna responsable de la competencia tecnológica y digital sugiere la posibilidad de grabar y montar un video que recoja todo lo expuesto para darle difusión en redes.

—Me parece fantástico, un trabajo multidisciplinar con participación colectiva de todo el centro. ¡Enhorabuena por las propuestas, equipo! Desde la dirección del centro disponéis de todas las posibilidades que podamos usar de nuestro presupuesto para efemérides. Me pondré en contacto con las autoridades locales para ver si nos pueden patrocinar en parte y facilitarnos fecha y lugar para la representación en espacio de la vía pública—concluyó Helga afanosa. En clase, después del descanso de la comida continuarían cerrando detalles de las propuestas. Baldur, coordinador del equipo —se frota las manos entusiasmado— le dará forma por escrito en un documento compartido para que cada departamento comience a desarrollar la competencia correspondiente lo antes posible. —¡Esta vez nos superaremos! No se me ocurre una motivación más justa —concluye agradecido Baldur.

 

 

Con su plumífero amarillo y sus botas de nieve de caña alta con forro térmico, Baldur vuelve a casa, con la negra oscuridad como compañera y el alumbrado de las farolas.  En modo Among Us total —la temperatura ha descendido hasta los seis grados bajo cero, agravado por un viento gélido. Nada de eso le importa. El ardor que le provoca la emoción de volver a casa sabiendo que podrá realizar un nuevo proyecto inspirado en la obra de Banksy y en su compromiso con la causa Palestina le compensa. Imaginar como Banksy, imaginar como John Lennon que la Paz es posible, que un mundo mejor es posible y que él tiene el trabajo perfecto para sembrar la semilla y contribuir a ello, es la mejor recompensa. Siente un calor especial que solo le despierta la pasión por su trabajo, y que en este momento, le recorre y calienta todo su cuerpo.    

Realiza el descenso de la escalera cauteloso. La espesa nieve la cubre como una alfombra desde arriba hasta abajo y puede ser peligrosa, peligrosa y traicionera. No obstante, Baldur tiene experiencia sobrada y las gruesas suelas de profundos tacos de sus botas, tienen tracción total, agarre óptimo para terrenos helados y resbaladizos como la tracción de las potentes ruedas de su todoterreno, pero andando. Además de las farolas le alumbra el torbellino de ideas de su cabeza. Ideas que se agolpan y pujan por destacar y resultar seleccionadas para ser llevadas a cabo. Ya imagina la escena completa: el mural de fondo, la música sonando por los altavoces, el colegio entero bailando, el coro cantando, los vídeos virales circulando por las redes educativas…

 

 

La casa le acoge con su caldeado abrazo.  En su joven país, el más joven de la Tierra, con tan solo sesenta millones de años, tienen la fortuna de contar con recursos geotérmicos sobrados —“menos mal” —piensa. Las facturas energéticas son irrisoriamente bajas. Su hogar, como todos en Akureyri, como todos los hogares de Islandia, se calienta con energía renovable durante el frío y oscuro invierno. La casa permanece caliente durante todo el día pero les gusta la calidez ambiental de la chimenea encendida. Con agilidad, Baldur en cuclillas frente al negro hueco, reúne leña fina, enciende la pastilla y la coloca sobre ellos, cuando prenden, pone a conciencia poco a poco los leños. Le gusta recibir a Margret con toda la calidez que es capaz de brindar la casa. Mientras las llamas se encaraman por la corteza de los troncos, comienza a realizar un borrador del esquema del proyecto en su MacBooK Pro.

            

 

—¡Hola! ¡Ya estoy en casa! —Margret alza la voz desde la puerta trasera de la vivienda, donde tienen el zapatero para dejar las botas. Cuando asoman por el salón sus divertidos calcetines con la cabeza y el cuello moteado y ondeante de una jirafa subiendo desde el tobillo hasta media pierna sobre un fondo celeste, Baldur le pregunta:

            —¿Qué tal ha ido tu día?

            —¡Se me ha volado el sombrero! Ha ido a aterrizar en la capota cerrada del cochecito de un bebé. —Sus padres lo han frenado y me lo han devuelto. En el hospital, afortunadamente no hemos tenido que lamentar ninguna crisis grave. "¿Me tocará atender algún intento de suicido esta temporada como el año pasado?".  Esperemos que continúe la calma, las previsiones son de aumento de rachas fuertes de viento. ¡Ah, y ya tengo una idea para el final de mi relato! ¡Me encantaría sentir el calor de una taza de café caliente entre mis manos frente a la chimenea! —Silencio.

            —¿No prefieres un aromático té de frutos rojos del bosque…? Baldur encoge los hombros y se golpea la frente con la palma de su mano izquierda. Otra vez había olvidado pasar por el super a la vuelta. Esta vez tenía a Banksy y su arte por excusa.

            Termina otra jornada de noche inacabable. Finalmente, no fue del todo redonda. Margret no tuvo su reconfortante taza de café y las caprichosas auroras boreales no bailaron en el cielo, lo que no impidió que en la cara de Baldur se adivinase la placidez del deseo que ya ha comenzado a cumplirse. 


María José Aguayo

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