CÓMO LLEGAR A LA AUTOPISTA 61.

                                    

 

Abe (Abraham) dice, “¿Dónde quieres que cometa ese asesinato?”

Dios dice, “Lejos, en la autopista 61”.

 

                                   Highway 61 revisited, Bob Dylan

 

 

 

Cumplir años cuando eres adulto, a partir de ciertas edades, puede ser peliagudo. Si eres mujer, el asunto puede llegar a ser despiadado. Escucha a tu compañera Aurora, la de más edad del curso de creación literaria en el que habéis coincidido, esa señora diferente que no pasa desapercibida, la que siempre lleva boina o sombrero:

—Ser una mujer vieja, equivale a ser considerada una mierda, eso si te consideran —lo dice por su experiencia. Tiene claro que no le parece que merezca la pena vivir con el deterioro de la edad, y así te lo dice.

            —Mujer, no digas eso. ¡Lo importante es sentirse joven por dentro! —intentas  animarla y animarte.

            —Zarandajas. Eso no vale para nada. Si eres una mujer vieja, seguirás siendo invisible para la gente, te sientas como te sientas —te afirma negando con movimientos de cabeza y expresión ceñuda, lo tiene muy claro. —Es que ni te miran…, tú aún eres joven —te dice.

                Extráñate. Sería lo último que pensarías de ella.

            Eres mujer. Ahora imaginas que, desde que naces, a distancia, comienza a perseguirte la mujer vieja que serás. A dos días de tu cumpleaños, este cometario te desasosiega. "¿Cuántos cumpleaños te faltan para que te consideren una mierda? ¿Dónde y a quién contarás tú lo que te ha contado Aurora cuando al fin te haya alcanzado la vieja?" —te preguntas— El cumpleaños anterior cambiaste de decena. 

            Nunca te quitas años, lo que no te gusta es decir tu edad cuando te la preguntan. Tal vez siempre presentiste la amenaza de la mujer vieja. Sabes que viene a tu encuentro, estás a punto de coger la Autopista 61. Está cada vez más cerca.

 

 

Despierta, tienes cita en la peluquería. Mañana es el día. Has reservado para que te pongan el mismo color de tinte que llevas siempre, solo en raíz, quieres esconder tus canas, y que te sequen tus ondas con el difusor. La lluvia cayó por la mañana como una cortina de agua. Se esperan más chubascos. Al tinte no le afectará, otra cosa será el encrespamiento del pelo al final del día, si no te lo doman un poco. Tu cabeza se redondeará con aspecto electrizado, como la bola de pelusa antes de despegar con el viento, de la flor seca de diente de león. O los abuelitos, como los llamabas de pequeña.

            Hoy están trabajando las cuatro por la mañana: Leti, Alicia, Sandra y la jefa, Cristina. Cuando llegas tienen en el salón tres clientas con el tinte puesto, una esperando en el lava cabezas y otra, preparada para pagar en caja, poniéndose el abrigo, cogiendo cita para el color del mes que viene. 

            —Violeta pásate a este tocador —te llama Cristina esperando con los brazos abiertos, sujeta la bata color magenta para ponértela. Extráñate que te llame ella, Sandra te arregla normalmente y jurarías que has pedido cita con ella. Al momento se te acerca.

            —¡Hola, Violeta!, — Ves como Cristina se aparta, deja paso a Sandra que te da dos besos.

            —¿Qué tal estás, Sandra? —pregúntale sonriente.

            —Muy bien. —Alégrate de oírlo y que te lo diga con esa cara tan contenta. Observa el aire festivo en el ambiente.

Cuando termina de ponerte la toalla y el plástico protector sobre la bata, Cristina te dice:

            —Te voy a recortar las cejas, te las veo un poco largas.

            —Ay qué bien que te has dado cuenta, esta vez no lo había pensado, gracias, Cristina. —Piensa, “así quedarás perfecta… no sea que esté rondándote la mujer vieja”. Haz una lista que no se te olvide nada más. Tienes que despistar a la vieja.

Coge tu móvil y revisa las notificaciones mientras Cristina mezcla los tintes. 

—¿Qué te vas a poner mañana? —pregunta Leti, —crees que a Sandra—, hablan entre ellas desde los tocadores donde trabajan con soltura las cabelleras de sus clientas. —Yo creo que iré con pantalones.

            —Yo igual voy con zapatos de deporte ¿Te imaginas? —dice Alicia. 

—Los del trabajo ¡no! —le dice Leti. 

Observa como Cristina, poniéndote el tinte, sigue con disimulo la conversación de sus trabajadoras con la mirada.

            —Lo mejor es que comamos en algún sitio de aquí y después bajemos al centro. Mientras salimos de trabajar, nos vestimos y llegamos…, no nos da tiempo a comer en Sevilla —dice Sandra. A continuación, empiezan a nombrar los posibles sitios y sus preferencias según las cartas, cantidades y precios.

            Pregúntale a Cristina que avanza poniéndote el tinte: 

—¿Qué celebráis mañana?

            —En navidad llegamos muy justas de tiempo para hacer el Escape Room que contraté como empresa. En esas fechas es imposible aparcar. Las comidas de empresa son cada vez más locura. Me ofrecieron dejarlo para enero para poder hacerlo en condiciones. Antes iremos a comer con el dinero que nos tocó en la lotería.

            —¡Anda qué bien! Espero que os divirtáis.

 

 

Llegas a casa apresurada de vuelta de la visita cultural del grupo, EnseñArte Sevilla, al que te apuntaste el viernes pasado. Hoy habéis estado en la Capilla del Dulce Nombre de Jesús y los Baños de la Reina Mora. Sabes que cuando vuelvas tu hijo ya estará en casa, viene a pasar el fin de semana por tu cumpleaños. Al terminar, te has entretenido entrando al centro comercial para buscar un chaleco de punto que le gusta, que no encontraste para Reyes. Te fastidia que, aunque hay bastantes, no quedan de su talla; te hubiera gustado dárselo al llegar a casa. Cerca, en San Eloy, haces otra parada en una tienda de ropa. Tienen todo al cincuenta por ciento, están de liquidación por cierre. Entras y te pruebas un conjunto para eventos, tienes una boda a final de febrero y aún no has buscado nada. 

Escúchalo hablar con su padre. Quítate el abrigo, suelta el bolso. Crúzate con tu marido que sube a cambiarse para irse a jugar al fútbol, el partido de los viernes. Llega a tiempo para turnarte. Baja las escaleras del sótano. Encuentra a tu hijo sentado en el espacio que habéis renovado como sala de estar con muebles de una conocida firma sueca. Está tranquilo viendo los partidos de baloncesto de la semana. Por el horario de trabajo con jornada partida en invierno, no puede verlos en directo.

            —¡Hola, hijo! Acércate para abrazarle y dale dos besos. —¿Cuándo has llegado?

            —¡Hola, madre! —Te da dos besos. —Como siempre sobre las seis y media.

            Mírale y observa como viene. Nótale la cara cansada de la semana de trabajo.

            —¿Estás cómodo? ¿No te tapas con la manta?

            —Aquí se está bien, no tengo frío. —El sótano es más fresco en verano y más cálido en invierno que el resto de la casa.

            —Cuando quieras cenamos, hay tortilla de patatas hecha. 

            —La he visto cuando he llegado. Julia ha dicho que vendrá a cenar. Ha ido al Irlandés a tomar algo. Salía cuando yo entraba.

            —Tu hermana llegará cuando Dios quiera. Cuando te apetezca cenamos. Papá llegará tarde de jugar al fútbol. Les guardamos un trozo a cada uno.

            Cenáis en la cocina y bajáis de nuevo al sótano. Observa como tu hijo bosteza cansado mientras termina de ver los partidos. A su lado tumbada en la chaise longue del lateral del sofá nuevo, revisa las notificaciones del móvil. A las doce y tres segundos lee la cariñosa felicitación de tu amiga Lola, es la primera:

—"Los sesenta y uno son los nuevos cuarenta y uno para las guapas de gran corazón." —Dale las gracias a Lola por mantener a raya a la mujer vieja. 

—Nos quitamos años para sumar vida. ¡Gracias, corazón! 

Al momento se levanta tu hijo y te dice:       

            —Bueno madre, ya son las doce ¡Felicidades! — Levántate y abrázale. Vuelve a sentarte. Ahora te felicita tu marido. Se acerca y te da un beso. Ya se ha duchado y ha cenado después de llegar de su partido.

—Bienvenida a la Autopista 61. 

Te andaba buscando, la cruzaremos juntos—Os lleváis apenas dos meses. Julia aún no ha vuelto a casa.

 

 

Baja la escalera y entra en la cocina.

            —¡Buenos días! — Sonriente acércate y dale un abrazo.

—¡Felicidades de nuevo! —Tu marido se ha levantado antes —¿Has dormido bien? —te pregunta como acostumbra siempre. Después sube a arreglarse.

            Termina de desayunar, recoge y ponte a hacer la comida. Lo celebraréis cenando fuera esta noche los cinco, el novio de Julia también viene, después que salgáis vosotros dos del teatro. Uno de sus regalos han sido un par de entradas para ir a ver la obra, Romeo y Julieta despiertan.

            Padre e hijo se asoman a la cocina a despedirse.

            —Nos vamos a contar los frailes —te dice tu marido. Usáis esta expresión cuando salís y no queréis que se sepa a dónde. 

Junto a la vitro, sobre la tabla de madera, pica las cebollas para guisar un par de solomillos al Pedro Ximénez. Con borboteo alegre se van mezclando sabores y felicitaciones; las notificaciones en el móvil no dejan de entrar. El espacio se impregna de vapor dulzón de:

pasas 

higos  

dátiles 

Los componentes del vino se fusionan con el de las especias: 

pimienta 

nuez moscada 

clavo 

canela en rama  

laurel. 

Cierra la olla. Ya puedes coger el móvil tranquila. Mira y responde a las felicitaciones que te llegan. Entran también llamadas. Hay amigas y familiares que prefieren la calidez de la voz, más en ocasiones como esta.

Oye el tono de llamada, lee en la pantalla, Lidia:

—¡Muchas Felicidades!

—¡Qué alegría me da oírte! ¡Muchas gracias! 

—¿Cómo estás? ¿Qué estás haciendo?

—¡Cocinando! Saldremos a cenar esta noche después de ir al teatro.

—¡Me parece un plan estupendo! ¿Cómo te encuentras?

Cuéntale que te encuentras muy bien. Dile lo que andas pensando: 

—Ha sido un año estupendo. He conseguido encontrar cosas que me gustan y he disfrutado haciéndolas con calma. Me siento contenta por ello. El tiempo ha pasado sin prisas de forma pausada. Tengo la sensación de haber aprovechado muy bien el año. A pesar de sentir el vértigo que me da cumplir años, siento que en este último he sumado vida.

—No sabes cómo me alegra oírte. Se nota lo que me dices. Escuchándote te siento disfrutar. El otro día hablando con otra amiga jubilada me decía muy sería cuando le pregunté cómo estaba: 

—Pues unos días bien y otros de puta madre. —Las dos os reís.

Continúa atendiendo a las llamadas, Aurora, Pilar, Auxi, Paloma, Marisa; a los numerosos mensajes individuales y de grupo. 

 

 

 

Padre e hijo vuelven satisfechos con las misiones secretas cumplidas, han estado fuera bastante tiempo. Es la hora de la comida. Desde el aseo escucha trajines secretos en la cocina. 

Frente al espejo, saca todo lo necesario, lo que usas habitualmente y algo más para la ocasión:

contorno de ojos

crema hidratante de cara

ampolla efecto tensor

base de maquillaje

corrector

polvos de sol

colorete

lápiz de cejas

máscara de pestañas

bálsamo labial

pinta labios  

Maquíllate, aunque sea pronto. Te harán fotos con esa tarta sorpresa que han traído y que no puedes ver hasta el postre. El objetivo estará cerca. Ponte a conciencia todo. Cumples un año más. No vaya a ser que te encuentre la mujer vieja. Empieza con el contorno de ojos, haciendo un movimiento circular hacia fuera. Ahora ponte la hidratante intensiva. Parte con cuidado de no cortarte, la ampolla de efecto tensor de acción inmediata, la de las ocasiones especiales, extendiéndola bien por el rostro y el cuello. Ponte a continuación la base mate, el corrector y los polvos para matizar brillos. Adelanta los labios fruncidos, mete los mofletes, cuando los pómulos estén marcados, ponte un toque tenue de colorete. Repasa con el lápiz la forma de tus cejas. Con la máscara de pestañas rízalas, dales espesor y volumen. Hidrata tus labios antes de pasar el labial. Traza primero el arco del labio superior, después cubre el labio inferior. Piensa “¿¡No serás presumida tú…!? Con esto no pueden ni siete viejas”. Recoge todo lo que has dejado junto al lavabo en la encimera. 

Cuando sales, en la entrada, a lo Keanu Reeves como en la película Cuando menos te lo esperas, abierto de brazos con un ramo de flores en una mano y una lata roja de bombones en la otra, tu hijo te espera, por detrás se asoma el padre. Te brillan los ojos. Acércate y abrázalo. 

—¡Qué bonito ramo! ¡Qué bien huelen, hijo! ¡Muchas gracias! — Bésalo.

Os sentáis a la mesa que has puesto para la ocasión en el comedor del salón. Os vestiréis más tarde para la cena. Llega el postre desde la cocina, la tarta encendida. La traen tu marido y tu hija.

—Ha habido suerte. Le ha dado tiempo a descongelarse. ¡Podremos comérnosla!

Esta vez es más pequeña. Normalmente os pasáis de tamaño. Para variar es de queso. Tiene una pinta estupenda. 

—¡Ummmm que buena! ¡Se parece a la que tú haces mamá! —dice tu hija que saca sus manos escondidas en la espalda para darte sus regalos dentro de una bolsa de tela que ha hecho ella con la máquina de coser que le trajeron los Reyes. Ha usado el retal de flores del color que te gusta, el azul.

Llega el momento fotos. —Alégrate de haberte maquillado—. Es duro querer ser siempre la más bella del baile. Cada vez más. La preciosa cara joven de tu hija, que guarda gran parecido contigo, te lo recuerda. 

 

 

Sentada en el sillón verde del salón intenta leer un relato del libro de Lorrie Moore. Las llamadas no te dejan. Habla tranquila con tu amiga Carmen. La puerta del salón se abre con ímpetu, Sobresáltate. Tu marido al verte te dice algo alterado:

            —¿Todavía no te has arreglado?

            —¿Qué hora es? —El tiempo ha pasado, estabas entretenida y no te has dado cuenta.

            —¡Las siete y cuarto! 

            —¿A qué hora nos vamos? 

—¡Ya!, ¡el teatro es a las ocho! ¡Yo solo tardo cinco minutos en arreglarme! —Vivís en el Aljarafe, tenéis que llegar al Cartuja Center. Deja a Carmen al teléfono, os estará escuchando boquiabierta. Despídete de ella sin muchas más explicaciones de lo que habrá oído. Cuélgale. Sube a la carrera la escalera para vestirte. Piensa: “Menos mal que estás maquillada”. Déjate puesto los pendientes de flores rosas que te ha regalado Julia. Vístete con un conjunto pantalón, color crudo, fácil de poner. Métete los botines marrones altos. Baja corriendo la escalera. Ten cuidado con los tacones. Entra en el aseo, coge el tarro de perfume, rocíate

1º detrás de las orejas 

2º un poco en el interior de las muñecas, 

3º pulsa en dirección al vacío  

4º da un paso adelante para que lo rociado te caiga encima. 

Saca del gabanero el abrigo burdeos estampado, el que parece de tapicería. Coge las entradas del cajón de tu escritorio. Del cajón de la consola de la entrada, los prismáticos, las entradas no son buenas, cuando las sacó ya no quedaban dos asientos juntos cerca. 

Milagrosamente espéralo tú a él en la entrada:

—¡Ya estoy! —dile satisfecha con la cabeza inclinada hacia el piso de arriba por el hueco de la escalera.

 

 

—No llegamos —dice tu marido dando otra vuelta para aparcar. 

—He visto sitio ahí detrás vuelve a pasar —le dices señalando el lugar de donde venís. —Da otra vez la vuelta a la manzana.

Con los tacones altos agárrate a él. Vais andando a la carrera. —¡Corre, la mujer vieja te persigue con los brazos extendidos para darte caza. Con la punta de sus dedos casi te alcanza!— Hace tiempo que no usas estos botines. No ha sido buena idea ponértelos hoy.

—¡Qué raro! Faltan tres minutos para las ocho y quedan muchas butacas vacías —dice él cuando estáis sentados ya en vuestros asientos. —Saca las entradas y lee.

—Me he equivocado, empieza a las ocho y media. Toca esperar. La culpa ha sido mía.

—Tranquilo —dile  pasando tu mano con caricias suaves por su pierna—habéis llegado más que a tiempo. —Donde no llegaremos es a la reserva de la cena — no quieres parecer preocupada, pero lo estás —Son casi las nueve menos cuarto cuando empieza.

 

 

Romeo y Julieta, en efecto se despiertan. Cuando los actores hacen las reverencias de saludo final, todavía con las luces apagadas comienzan los aplausos. Vosotros no podéis quedaros a aplaudir. Siéntelo, la obra te ha gustado. Aunque no te has enterado bien de la frase final. Estás agobiada por salir de allí y llegar a tiempo a la cena. 

—¡Venga vamos ponte de pie! ¡Sal que no llegamos! —Tropiezas con los tacones bajando a oscuras las escaleras, él se vuelve y te sujeta justo a tiempo de ayudarte a mantener el equilibrio. 

—Tu hijo me ha escrito dice que en el parking hay sitio. Si los semáforos nos ayudan no llegaremos mal, estamos cerca. No sabes a qué restaurante vais, es una sorpresa.

Cuando entráis los tres esperan sentados con sus bebidas. Os ven llegar, rozando el larguero. Con cara de alivio os dicen que les han dado el aviso de que en un cuarto de hora cierran la cocina. Mira la carta y decide que quieres. 

—¡Menuda yincana! —Te dejas caer en la silla agotada.                 

La Autopista 61 comienza movida.

Reza para que los asuntos que te esperan al transitar por ella sean de menor calibre que los versos que escribió para su canción, Bob Dylan. 

Con las copas en alto brinda por tu cumpleaños. Piensa en Aurora, tu compañera de curso. Por la cabeza te ronda una pregunta “¿Por dónde andará la mujer vieja?”  —Te parece oír la respuesta, cantada por el poeta:

—“Por ahí, siguiendo la autopista 61”. 



María José Aguayo 


Dibujo de W.E. Hill: "Mi mujer y mi suegra"


     

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