MANUAL DE COSTURA.

 

Se presentó en bruto, desnudo.

Frío y desamparado.

Paredes áridas de ladrillos naranjas salpicadas por amasijos de cemento.

Techos con tuberías expuestas.

Suelos desnudos, sin suelo.

El hormigón vestía los pilares.

Una cueva desabrida y yerma, sin ladrones.

Una endeble y estrecha puerta cortaba los escalones de mármol para dar paso a un pobre terrazo de piedra. Tras ella, un giro invertido al de la escalera de la planta fecunda, me adentraba en una gruta excavada a una planta del hogar.

 

Este espacio del nido despide el año dispuesto de nuevo a mutar. 

 

Como cada año, por diciembre, al renunciar a mi rincón propio, poseída por el recuerdo del Belén de mi infancia, reemprendo una migración estacional. Desciendo a este loft subterráneo de estrechas ventanas y luz artificial, a sus espacios segmentados por el paso del tiempo. Un lugar de tránsito se vuelve para mí, residencial, Convivo en él con su solitario morador habitual. Rutinas separadas maridan en invierno.

 

Este lienzo en blanco cobró vida propia siguiendo los dictados del curso de la existencia. Desaparecieron rincones que estuvieron; ecos de cuentos, de risas infantiles y de voces de abuelos. Almacén de arte conjunto de dos artistas que no se conocieron; tía y sobrina, exponen salvando el cambio de milenio. De forma periódica, nuevos comienzos anuncian otros decorados que antes no existieron. 

 

Tras el paso de los Magos regresaré a mi rincón propio, aunque continuaré girando la escalera en sentido contrario al del tramo de la planta de arriba, para seguir acomodando cada segmento de su generoso espacio, entrelazando retales de forma invisible de este patchwork que es mi vida, con los nuevos proyectos por los que transito,  describiendo escenas que al cabo del tiempo, sé que no volveré a representar.


María José Aguayo.

 

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