AGUA Y CIELO
Cada año espero anhelante esta cita. Acudo embriagada hasta sus dominios. Estoy en la playa de aguas transparentes turquesas y fina arena dorada. Agua y cielo se funden en un paisaje infinito. Con los ojos cerrados y los brazos abiertos, respiro plena de vida salvaje. Me siento libre. La suave brisa me reconoce, me abraza, me da la bienvenida. Corre mar adentro para avisarle de mi llegada.
Me preparo para el encuentro, con un bañador de una sola pieza, de tirantes azul cielo. Estampados en el centro, dos grandes lirios de agua rosados, envuelven protectores a sus dos espigas largas y carnosas, posados sobre grandes hojas verdes de ondulados márgenes. Como un lienzo, se adapta a las formas de mi cuerpo.
Cuando me sumerjo en el agua me diluyo en ella, somos una. Me dejo acunar por sus lentas y suaves mecidas.
Empapada de agua y sal, camino hacia la gran duna por la orilla, con mis pies calzados de espuma blanca.
En el ascenso, con el viento, se me eriza la piel y mis piernas sienten las punzadas de la pendiente, sobre un suelo caliente que se mueve y desaparece a cada pisada.
Me rodea un mar de arenas que cubre un bosque de pinos. Algunas copas muy verdes asoman como ahogados pidiendo auxilio, que luchan por no ser engullidos, sin ninguna esperanza.
En la cima, con el corazón agitado, busco una acogedora hondonada. Tumbada en ella desaparezco.
Mi cita se acerca. Siento como el viento se agita a su paso. Anuncia su llegada con el sonido grave de su caracola. Un recio oleaje le impulsa. En este lecho dorado, espero a que Tritón llegue y me colme entre sus poderosos brazos. Cuando por fin me encuentra, el mar amaina.
—Señora, en diez minutos cerramos. —Mirando mis pies descalzos, el vigilante con su voz áspera, interrumpe bruscamente nuestro encuentro y me devuelve náufraga, a tierra firme, ipso facto. Me quedé hechizada, sentada frente a un cuadro turquesa de la colección de Rothko y una cita del pintor: "El color es la materia prima de la emoción."
Me calzo los stilettos beige tendidos bajo el asiento. Me levanto y me ajusto la americana a los hombros. Con sabor salado en mis labios, desencantada, dirijo mis pasos hacia la salida del museo con mi gran bolso de piel colgado al hombro. La próxima vez, de nuevo volveré, sola, seria, distinguida y sugerente para mi cita, pero más temprano.
María José Aguayo
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