GASES

 

Son las 10:12 de la mañana cuando me levanto. No me da tiempo a meterme el batín en el dormitorio. Bajo apresurada y me lo pongo por la escalera. Llaman al portero automático.

                  —¿Quién es?

                  —Silencio.

                  —¿Quién es?

                  —Silencio.

                  —¡¿Quién es?!

                  —El gas.

Aturdida, a medio despertar, me cierro apresurada el batín. Empujo la estufa catalítica para sacarla de la entrada al porche cerrado. La alfombra se hace un acordeón, al pasar las ruedecitas por encima. Retrocedo y doblo la parte que tengo que despejar hacia un lado, también aparto el antideslizante de abajo. Anoche pedí una bombona. Abro la cristalera y desde la puerta del jardín, un joven operario vestido de azul, con franjas reflectantes en sus pantalones de cargo, al ver mi trajín con la botella vacía y la catalítica, me indica:

                  —No, señora. Para la lectura del contador.

                  —¡Ah, vale! Entra por la puerta del lavadero, gracias —le digo señalando.

                  Cuando termina, vuelvo a mi escritorio.

 

 

Son las 11:45. Suena el portero.

                  —¿Quién es?

                  —El gas. —Abro y me dirijo a abrir la cristalera del porche, donde están la catalítica y la bombona. Desde la puerta, un operario vestido de azul, me indica:

                  —No, señora. Teníamos cita concertada para la revisión de la instalación del gas. —Llega con una hora de adelanto.

                  —¡Ah, vale! Entra por la puerta del lavadero, gracias —le digo señalando. “Esto parece el día de la marmota.”

                  —¡Uf! Está lloviendo. —Entra a la carrera. Le suena el móvil, su tono de llamada es la melodía de El Señor de los anillos. —“Bienvenido a casa” —pienso.

                  Separados por la puerta de cristal divisoria de la cocina y el lavadero, en simetría, frente al calentador, él procede a realizar su tarea, yo, frente al lavavajillas, procedo a la mía. 

                  Cuando acaba la revisión, de manera satisfactoria. Firmo y comentamos a cerca del tiempo.

                  —La necesitamos —digo mirando la lluvia por la puerta abierta del lavadero, al ver su gesto contrariado.

                  —Sí, pero como yo digo, que llueva a partir de las tres que termina mi jornada.

                  Nos despedimos y vuelvo a mi escritorio.

 

 

Son las 13:15. Suena el portero. Esta vez sé que sí es la bombona. Antes de llamar ha tocado el claxon del camión, anunciando su llegada, costumbre en los pueblos y barrios, cuando llevan de sobra, por si alguien más que no la ha pedido quiere. Abro sin preguntar quién es.

                  Desde la puerta del porche junto a la catalítica, veo avanzar bajo la lluvia, al operario vestido de azul cargando con la bombona llena, con bandas reflectantes en sus pantalones de cargo y muceta naranja sobre sus hombros, espalda y pecho. 

                  —¡Buenos días, señora! —se para y se lo piensa—, bueno, de buenos no tienen nada.

                  —Tiene que llover. Hace falta la lluvia. Aunque para los que estáis trabajando de acá para allá, es incómoda.

                  —Sí. Nunca llueve a gusto de todos. Yo solo quiero que se espere a que yo haya terminado de trabajar. —Le doy su propina y nos despedimos.

 

 

Con mi batín de cuadros escoceses azules y verdes, vuelvo al calor de mi escritorio. Las visitas de los tres operarios vestidos de azul —nunca han venido mujeres a realizar estas tareas— me dejan la mente en estado aeriforme. La palabra gas, procedente del término griego kaos (desorden) campea a sus anchas, por mi espacio de trabajo. Como si compartieran la naturaleza de las células del gas, mis ideas se van separando con movimientos aleatorios. No consigo atraparlas para reorganizarlas. A pesar de la revisión satisfactoria de la instalación, se ha producido un escape de palabras en mi cabeza. El texto que escribía, en estado gaseoso, se ha volatilizado.


María José Aguayo


Imagen: Fuente WikipediA El movimiento aleatorio de partículas de gas da origen a su difusión.

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