ALTAS HORAS

 

De vez en cuando, cual aprendiz de hechicera de palabras, te despiertas a esa hora maldita en que el sueño te debiera cubrir con su manto, pero el embrujo puja por salir a escena, sin que puedas hacer nada para evitarlo. 

            Si alguna vez fueron tentados por el hechizo de crear algo de la nada, comprenderán qué te pasa.

 

Al comienzo, se te presentan ordenadas, acompasadas, agrupándose en ideas perfectamente separadas. En fila, una tras otra, cada una en su renglón de la cuartilla. Todas esperan ser vistas. Todas quieren ser contadas. Es ahora o nunca. Así, serenas, crees que cuando despiertes podrás recordarlas. Puedes controlarlas. Partes confiada con tu nave, te acompaña la bonanza.

 

La fila comienza a desdibujarse. Algunas palabras intentan colarse, cambiarse de sitio. Ya no sabes cuál fue la primera. “¿Había dos o eran tres?” “Tal vez fueran cuatro.” Te olvidas de alguna. Sin que te des cuenta se han puesto bulliciosas. Comienzan a mezclarse. Reclaman tu atención ahora, aceleradas.

Con intensidad, te palpitan las sienes. Te giras en la almohada en el intento de ignorar la invasión de palabras y en la negra habitación, sin ver nada, todo te da vueltas, estás borracha de palabras. El vértigo te atrapa. No hay arriba ni abajo. El espacio pierde sus coordenadas. 

 

Sobre tu frágil nave, como imparable lluvia de San Lorenzo, descarga una terrible tormenta. Necesitas achicar agua. Torrenteras indomables de palabras te empapan. Reclaman sin orden, con vehemencia, ser escritas y redactadas. 

            Arrollada por la tormenta perfecta que sobre ti arrecia, intentas atraparlas en tu cabeza, tendida en tu cama, pero ya comienzan a ser succionadas. Estás semidormida. Son demasiadas para retenerlas. Escuchas el sonido del borboteo al ser tragadas por el sumidero del agujero negro de tu mente, 

—¡No, espera! ¡No te vayas! Esa era buena… Arremolinadas son arrastradas.

 

Te debates entre ser descubierta escribiendo en la cama a horas insensatas o volverte de nuevo en la almohada confiando que, tal vez consigas que alguna idea quede atrapada. Con testigos termina la magia. Por eso no te decides. Aunque en la oscuridad rebuscas la linterna. Tus torpes y dormidos dedos van tirando todo objeto que sobre la mesilla encuentran: los portarretratos, la piedra pintada, el libro…

No hay un manual de hechizos, no existe conjuro que aplaque esta gota fría. No parara hasta que recojas en tu cuaderno, la llovizna que queda tras pasar el intenso aguacero. Después, con resaca, comienzas con las rutinas diarias de la mañana, esas que no interesan contar porque a todos nos pasan.

 

De vez en cuando regresa. Si te conocen, sabrán de qué se trata. Ya les has hablado de ella. Se llama Intempesta. Ocurre en medio de la noche. Deja tu mente exhausta. No se puede tener todo. Diluvio de palabras y atraparlas. Tal vez en otra ocasión. Solo tengo que tardar menos en espabilar. 

Otra vez, en medio de la noche, lo escribí todo en mi cabeza y no escribí nada.


María José Aguayo


Imagen del artículo de Tumblr: Lecturmatges, la lectura en imatges

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