ENTRE MARES


Desde que recuerdas, el mar está en tu vida. Tu abuelo te lo regala.

Cuando la faena se lo permite, y la flota se queda amarrada, si el mar está en calma, te sube a su pequeña embarcación de madera algo desconchada, para enseñarte la playa desde el otro lado del espejo. 

En la proa de su viejo cascarón pintado de azul y blanco, está escrito con letra cursiva, el nombre de tu abuela, el mismo que el tuyo, Marisol.

            —¡Abuelito, llévame más lejos! —Bernardo, hombre de pocas palabras, serio como un viernes santo, sonríe, más por dentro que por fuera, y complacido, se adentra, solo un poco más, para tu felicidad.

A su regreso tendrá que aguantar las mismas reprimendas tras cada travesía. Tu abuela y tu madre, sirenas varadas en tierra, con resignación, aguardan tenaces el regreso de sus marineros, se niegan a reconocer como él hace, la irresistible llamada del mar que sabe que tu sientes también. Le tachan de temerario y un montón de cosas más, atentas solo al peligro. Para ellas, en permanente alerta, el mar nunca está en calma. Siempre es sinónimo de amenaza. 

Llueve sobre mojado, un aciago accidente mientras faena en el Tritón, te deja huérfana de padre cuando tienes tan solo dos años. Bernardo, forma parte de la tripulación del barco de cerco que no puede hacer nada para salvar a su yerno. Cuando ocurre, tu abuelo ya es mayor. Desde entonces, decide continuar en la cofradía de pescadores siendo su propio patrón al mando de su longeva barca. Sale al mar a pescar con su compadre, saciando así, la necesidad de sentir las salpicaduras saladas en la piel quemada de su cara.

Cuando llega el verano, promete esperarte hasta llegar a puerto, para clasificar juntos, por especie y por talla lo pescado: sardinas, boquerones, jureles... 

 

 

Hoy, continúas tan enamorada del mar o más, como tu abuelo cuando tenía tu edad, veinte años. Estudias Oceanografía en la Universidad de Málaga. Decidiste conocer a fondo, la fauna y la flora en la que viven los peces entre los que te criaste. Te ves trabajando, si es posible, para ayudar a conservar ese entorno cada vez más degradado, sustento y vida de tu familia y antepasados.

            Desde el comienzo, sientes su irresistible llamada. De pequeña solo quieres cuentos y libros de aventuras de barcos y marineros, que tus ojos transparentes devoran, ajustando su claro color al cambiante tono del mar. 

            En tu pequeña casa, siempre recién enjalbegada, del barrio de pescadores, tienes por mascota una tortuga que anda suelta por el soleado patio. Te cuesta encontrarla muchas veces, porque, Alga, se esconde entre los arriates de lirios de agua, pacíficos y gitanillas, que tu abuela mima con esmero.

 

Entre esas dos maneras distintas de vivir el mar, tu abuelo Bernardo, orgulloso de ti, disfruta en las escasas ocasiones en que ahora puedes subirte a su barca. Su consuelo, saber que su legado continuará en buenas manos.

        Ahora solo sale al mar cuando tus estudios te permiten venir a verlo. En esas ocasiones, te deja pilotar la barca. Se le hincha el pecho de orgullo cuando eres la patrona. Con los caracoles dorados de tu pelo agitados por el viento, sobre la piel trigueña de tu cara, tu abuelo adivina cuando vas a fondear y entonces, te dice:

            —Marisol, llévame más lejos.


María José Aguayo

Comentarios

  1. María José, qué delicia! Me ha gustado mucho.

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  2. Qué suerte que lo hayas leído, Beatriz. ¡Gracias!

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  3. Muy bonito, María José; con tu habitual forma intimista de escribir, muy tuyo.

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    1. Me alegra que te guste, Isabel! Gracias por leer. Dejando jirones de piel en cada relato.

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  4. Me encanta, despiertas lo que hemos sentido en situaciones parecidas . Sigue así y metete con la novela, que tú puedes.❤️

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    1. Rafael, tu reto fue el disparador que me inspiró para escribirlo. Gracias! Y gracias por tus ánimos y confianza. Un abrazo.

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