¿JUGAMOS…?
—¡Clack, clack, clack, clack! —Rebota el dado al golpear el cubilete agitado por la mano antes de dejarlo salir dando brincos en el tablero.
—¡Melón de invierno! —Después de tan singular y público reconocimiento, llegaba la sacudida del borrador de la pizarra en la cabeza desparramando el polvo blanco de la tiza como azúcar glas, en su caso, sobre su pelo rubio.
Llegó de Francia con su colorido librito de pasta dura para iniciarnos —con muy buen nivel— en el idioma francés, la monja del colegio, experta también, en estamparnos el plumero de pizarra en la cabeza cuando insistía enérgicamente en que nuestra pronunciación fuera correcta, elegante y con la debida entonación..
Como por encantamiento —a pesar de los empolvados— cautivó a la ficha roja quien, con su pasión, fuerza y gran iniciativa, no dudó en escoger como carrera, Filología francesa.
Queridos Reyes Magos:
Este año he sido muy buena…
A continuación, en la lista de deseos nunca faltaron sus útiles de colegio: pizarra, pupitre, estuches, paquetes de tizas. La ficha verde, cuando era niña, no paraba de jugar a ser maestra de sus muñecas. Paciente, tranquila, generosa, como carreras escogió, Magisterio y Pedagogía.
La ficha con más nombres, Elisa Victoria Eugenia, era la ficha azul, armoniosa como El claro de luna de Beethoven y otras melodías que de niña tocaba al piano. Sinónimo de amistad y confianza, siendo de Ciencias, acabó estudiando Derecho.
Inteligente, misteriosa, optimista, tocada por la naturaleza para ser sensual, la ficha amarilla, llegó desde otro colegio para completar el tablero. Con facilidad para las matemáticas, decidió en el último momento estudiar Empresariales ampliando a Económicas, haciendo coincidir su elección con los gustos de su madre.
Emparejadas por preferencias, temperamentos, manejo de diferentes atlas de emociones. Azul y amarilla de Ciencias, roja y verde de Letras. Elegidos sus caminos se dispersaron para trazar sus propias sendas.
Separadas por analógicas carreteras de asfalto, con el paso de los años fueron convocadas por la ficha verde para retomar la partida, esta vez de forma ininterrumpida. Divertidas, rápidamente respondieron. Reunidas de nuevo en la era digital, en una red repleta de hipervínculos, en un nuevo universo. Se hicieron con su propio hueco en este cosmos extraordinario recuperando el tiempo de desconexión. Retomaron sus vivencias con ilusión, compartiendo desde entonces, en tiempo real sus historias, como si no se hubieran separado nunca. En el recuerdo quedaron aquellos días de verano, con 16 años, cuando por casualidad vestidas de azul, amarillo, rojo y verde, alguien exclamó señalándolas al verlas, ¡Parchís!
Sobre el tablero, cuatro casas, cuatro caminos, cuatro fichas de diferente color: azul, amarillo, rojo y verde. Al dictado del azar del caprichoso dado, cuatro niñas, cuatro amigas, cuatro vidas, comenzaron llenando sus álbumes con carretes cargados con fotos “sorpresa” —no se sabía cómo saldrían hasta revelarlas—. Después de recorrer las casillas cada una por su lado, hoy prosiguen juntas su partida con su propio reglamento: sin saltarse, sin festín, sin barreras,. Con prisas por subir rápidas la cruz colorida de sus respectivos caminos, para desdibujar las líneas de meta que las separan mostrando sus diferencias y reencontrarse deseosas con todo lo que las une a la vieja usanza, de manera presencial, en su próxima cita que, inmortalizarán digitalmente en incontables fotos iguales compartidas al instante.
Con ellas al lado parece más fácil vivir, tan fácil como jugar al parchís, como nos cantaba Aute.
María José Aguayo
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