RETO LITERATURA CREATIVA. 7 DÍAS 7 RELATOS.

DÍA 5: EL LIGUERO COLGABA DE LA LÁMPARA

 

Como cada día, después de darle un agua en el lavabo, el liguero cuelga de la lámpara, de la lámpara del techo. Las tres tulipas de cristal esmerilado color café con leche, con forma de campanillas rizadas en el borde, iluminan con aspecto mortecino, la pequeña habitación de la céntrica y sencilla pensión donde se hospeda Ana Rosa. Desde que llegó a la capital, la usa como tendedero de la ropa interior.

Antes de salir temprano a coger el metro en dirección a la cafetería donde trabaja, sigue como una liturgia la misma rutina. Madruga un poco más que el resto de los huéspedes para ocupar la primera, el baño que comparten al fondo del pasillo. Al acabar regresa a su cuarto envuelta en una toalla de ducha azul algo desgastada —le falta poco para tener suficiente dinero y poder comprarse un albornoz—, y una toalla blanca más pequeña de lavabo, colocada a modo de turbante en su cabeza, la bolsa de aseo bajo el brazo y la cara maquillada, nunca se sabe con quién te puedes cruzar por el pasillo de la pensión. Tal vez la oportunidad soñada que espera, un buen día, salga para su sorpresa de detrás de alguna de aquellas puertas repintadas con prisas, con el número torcido, dorado como los manoseados pomos. Se detiene a mitad del pasillo frente a la puerta número ocho, la suya, la abre y una vez dentro, suelta en la repisa estrecha de cristal que tiene encima del lavabo, en un rincón de la habitación, el bote de gel y el de champú, un frasco de cristal de agua de colonia concentrada que escatima gota a gota y los escasos artículos de maquillaje que tiene. Al acabar, cuelga la bolsa de aseo vacía de la escuadra oxidada que sujeta la repisa.

 

Tiene un espejo de tocador rodeado de luces —solo se encienden cuatro de las diez bombillas—, lo había visto en el escaparate abarrotado de trastos, a buen precio, junto al albornoz, en la tienda de segunda mano, un día volviendo del trabajo y antepuso ilusionada su compra. Cada día cuando se mira en él, le recuerda que su oportunidad llegará y tantos sacrificios habrán merecido la pena. Frente a sus mermadas luces blancas, se atusa su corta melena ondulada a lo Marilyn, entremetiendo sus dedos a la vez que los agita por toda la cabeza.

 

Con las toallas colgadas en dos perchas adhesivas de ventosas, que están más tiempo en el suelo que sujetas a los descascarillados azulejos blanquecinos del lavabo, se dirige hacia la lámpara tendedero. Con habilidad suelta el sujetador de la voluta metálica, se lo coloca y abrocha, inclinándose hacia adelante para ajustar su pecho decidida a lucir un seductor escote. Después descuelga la braguita, un poco húmeda por el rizo central de algodón, la calefacción de la pensión falla con frecuencia y no está del todo seca. Con sumo cuidado retira las medias. Apoyada sobre la pared, por si pierde el equilibrio, introduce el pie en punta en la media enrollada, lentamente la va estirando, colocando correctamente primero la puntera después el talón, subiéndola delicadamente desde el fino tobillo las va desplegando para subirlas por sus pantorrillas contorneadas hasta las rodillas, con las palmas de las manos abiertas las ajusta bien al muslo dando una pasada final desde abajo hasta arriba para eliminar las arrugas; primero una pierna, después de idéntica forma la otra y, por último, el liguero, “¡un momento!” “¿dónde está el liguero?”. Agitada, mirando apresurada su pequeño reloj de muñeca se agacha y levanta en filo de la manta que arrastra por el suelo para buscarlo bajo la cama.

—¡Por Dios! ¿Qué haces ahí? ¡Qué susto me has dado! ¡Te pedí que no volvieras a hacerlo! —desde debajo de la cama, una mano masculina le tiende el liguero negro que estaba buscando.

Sacudiéndose alguna pelusa de la ropa y la cabeza, Juan sale sonriente de debajo de la cama y se tumba sobre ella para terminar de ver a su chica como se lo pone encima de sus braguitas, y pellizca las medias primero con los dos clips de delante y luego los de detrás.

—En cuanto cobre te voy a regalar unas medias de encaje con liguero a juego.

—¡Como vuelvas a hacerme esto —no era la primera vez— se lo regalarás a otra, porque a mí no vuelves a verme el pelo! ¡En vez de asustarme podrías arreglarme el espejo, gañán! —Atrayéndola hacía él la coge por la muñeca y tirando con suavidad, la abraza y se besan.

—Hoy tengo tiempo de acompañarte, quería darte una sorpresa. —Juan, ocupaba la habitación dieciséis del piso de arriba cuando Ana Rosa llegó a la pensión, se hicieron inseparables casi desde el primer momento. Ella le devuelve una mirada cómplice, le gusta cómo se derrite su chico cuando la mira mientras se viste. Sabe que la quiere. Se lo demuestra cada día sin alardes. Sin él, la espera sería más difícil. Ya haría tiempo que habría hecho la maleta para volverse al pueblo y hubiera abandonado su sueño de ser artista. 


María José Aguayo

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