DERMATILOMANÍA

 —La sábana se ha manchado de sangre de la cara por tu lado —te dice tu marido al salir de hacer la cama de vuestro dormitorio del apartamento de vacaciones.

 

Alégrate. 

Ayer llegaste a tu ansiado destino de verano. Su antiguo y erguido torreón vigía para el avistamiento de piratas y contrabandistas te esperaba. La vivienda está situada en la falda de la cumbre de tu nuevo escenario, donde si regresas andando de hacer un recado, el desnivel hace que tu cuerpo se venza buscando la diagonal. Según subes gradualmente te pinchan las pantorrillas y tu pecho se expande para dejar que los pulmones se inflen y se desinflen más rápido antes de comenzar a jadear. Al volver la última esquina, te espera otra pendiente larga más amable.

 

Después de la noche inicial, prepárate para la primera jornada de playa. Coloca tu pijama bajo la almohada y ponte el bikini azul azafata. No te compliques. Cualquier color que escojas dejará en evidencia tu blancura lechosa. Levanta un poco el embozo y busca la mancha. La ves es pequeña. Marrón rojiza. Tiene trayectoria. Dormida, al darte la vuelta, restregarías el rasguño reseco de la cara sobre la sábana. 

 

Con frecuencia tienes pequeñas erosiones dermatológicas repartidas por la superficie de tu piel. A las actuales, se le suman las propias de la época, como las causadas por el calor en tu rostro brillante en verano. Repartidas por la frente, encima de la ceja derecha, con cierta simetría por los extremos de tu bigote y la barbilla, en el lateral derecho del mentón y en el cuello, como la incipiente nuez que no te corresponde tener. Esperas que al contacto con el agua salada, el aire y la exposición al sol se resequen y desaparezcan, con suerte sin dejar marca. Sabes que algunas permanecerán para formar parte del atlas de tu piel. En alguna ocasión has pensado que tu cuerpo sería fácilmente identificable por quienes te conocen bien, si apareciera en la investigación de la escena de un crimen.

                  Otras se reparten como una constelación por la superficie de tu cuerpo, ocasionadas por las pellizcadas picaduras de los molestos mosquitos de verano. Comienzan en el centro de la espalda, en tu hombro izquierdo y omóplato derecho. En tu brazo derecho bajo la cicatriz de tu hombro. También tienes en él una cubierta por un pequeño parche, te has cebado con ella, aún siendo diestra. Continuando el recorrido hacia abajo, la siguiente se encuentra en la inserción de la cadera derecha, otra en la cara interna de la pantorrilla derecha y además, otras junto al tobillo y empeine izquierdo. 

                  No te suelen faltar prominencias, pellejitos, imperfecciones en la piel que rascar, de forma consciente e inconsciente, de gradaciones, aspecto e intensidades diversas. Cuando salgas a la calle te sentirás incómoda y avergonzada por las marcas y por la incapacidad para controlar este comportamiento. Tratarás de cubrir las lesiones de la piel con la ropa o con el maquillaje.

                  También tienes la marca, en el brazo derecho, de un triple arañazo horizontal de los de jugadora de baloncesto. Te lo ha regalado un mes de trasteo doméstico intenso, previo a la partida estival, exacerbado por la larga y embrollada estancia del pintor en casa que ha multiplicado el estrés que te impulsa a abandonarte al arrebato patológico del pellizque cutáneo. Habrá quien piense: “¿por qué no maduras?” No es cuestión de madurar, es una suerte de trastorno mental obsesivo. Tratas de reducir o detener el pellizcado y no puedes. Te sientes tensa o ansiosa antes de hacerlo y al pellizcarte te alivia esa sensación. Los pescozones e increpaciones para que pares tampoco te ayudan.

 

No te olvides de buscar en la próxima compra un potente quitamanchas para dejar la sábana inmaculada en la lavadora.

 

Las escoriaciones nerviosas te acompañan desde que eras niña. Entonces las lesiones eran mayores y numerosas. No te faltaban postillas de caídas, golpes y rasguños infantiles que pellizcar repetidamente. Siendo inevitable ver cómo brotaba la sangre y esperar a la formación de una nueva costra.  

 

Identifícate con una de tus escritoras favoritas. Compartes con ella este comportamiento neurótico. Lo supiste con la lectura de su libro, El peligro de estar cuerda, uno de sus tres artefactos como ella lo llama. Ensayo no novela. En el conociste que lo que hacías desde niña está descrito por la medicina, dermatilomanía, pellizcado cutáneo patológico. Tras su lectura concluiste que tú tampoco estás muy cuerda. Pregúntate si alguien lo está del todo, independientemente de su afición, dedicación o gustos: montar en bici, coleccionar monedas, cocinar, dibujar, escribir…

                  Hoy cuando te desvistas públicamente al lado de la orilla, sobre la arena por primera vez en la temporada, mostrarás con pudor tus escoriaciones, pensando en ello.

                  Cuando seques tu cuerpo al sol después del primer baño, cómodamente recostada hacia atrás con los ojos cerrados en tu hamaca de playa, acudirás con tus dedos haciendo diana. Sin tantear encontrarás los deterioros resecos de tu piel., Como cada estío frente al mar, aquí te exfoliarás con ayuda de los elementos casi sin hacerte heridas.


María José Aguayo


Imagen: George HOYNINGEN-HUENE (1900-1968)

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