INTIMIDADES VULGARES

Estás segura de que entre las personas que te leen las hay que les pasa lo mismo. El aumento del tamaño del bulto de la pequeña bolsa —en tu caso usas una que te dio tu amiga Pilar de perfume de Salvatore Ferragamo con la que sustituiste a la anterior reventada por el uso continuado durante años— que no falta cuando salís de casa a pasar días fuera, es directamente proporcional a los años que vais cumpliendo.
El hecho de insistir obstinadamente en utilizar una pequeña tal vez sea disimular que tampoco necesitáis tantos remedios. El que no se consuela es porque no quiere, pero los años van pasando y el bulto de la bolsita aumentando.
De una vez para la siguiente van quedando en el fondo variados restos sueltos recortados, de contenido y caducidades difíciles de catalogar.
Una extraña miscelánea. Una pequeña botica ambulante. Unos en sus cajas. Otros en blísteres sueltos, algunos cortados con agudos picos punzantes que, en tan estrecho espacio, se clavan como aguijones cuando acudís con los dedos en modo pianista virtuoso a rebuscar alguna enmienda. Unos cuantos mezclados en un pequeño bote transparente de plástico reutilizado como pastillero que guardaste "tú" para tus comprimidos, muy práctico para viajes cortos, que se ha agenciado "él" para lo mismo asegurando que ha sido cosa suya buscarlo y utilizarlo. Dilucidar de quién fue la idea, quien la usó primero es un motivo fútil de fricción doméstica con tu pareja. Tú sabes que fue idea tuya.
De esta guisa se pueden encontrar desde comprimidos necesarios, pasando por los por si acaso, hasta una variedad de pseudopastillas para él sobrantes, prescindibles, no para ti, asunto peliagudo cuando su profesión es la medicina y la tuya no. Es fácil considerar innecesario un remedio para algo que no sientes, que no te pasa. En resumen, otro motivo fútil de fricción doméstica.
A partir de determinadas generaciones, la bolsita en cuestión forma parte del equipaje. En vuestro caso, viajan con vosotros vuestras drogas habituales para:
el alivio sintomático de dolores leves y moderados
el alivio de dolores más intensos
el tratamiento sintomático de la diarrea —por si acaso—
el combo para controlar los excesos de comidas fuera de casa, la acidez y ardor de estómago, la pesadez, las náuseas, los gases…
la tensión
los vértigos —por si acaso—
los problemas de sueño
el equilibrio general de la excitación nerviosa
la sequedad de las mucosas en general
las rozaduras y ampollas, algunas tiritas sueltas de las que no encuentras cuando necesitas y compras cuando sales, quedándose revueltas con el envoltorio cada vez más oscurecido y rizado por los bordes
el parche reductor de cicatrices —por si acaso—.
Hoy domingo habéis estado de acuerdo en bajar más temprano a la playa, dejar montado el campamento y acercaros a andar por la senda litoral. Con indumentaria y calzado deportivos, él con su Nikon D90 al hombro, el móvil, la cartera y las llaves en los bolsillos. Tú con tu cuerpo gentil,
—¿Sin móvil? —pregunta él con gesto de incomprensión y extrañeza.
—Sin móvil —contestas feliz por tu ligereza, no dejando resquicio para la fútil fricción doméstica.
Juntos recorréis el entarimado de madera, con ecos a bodega de barco, entre sus rojas barandas metálicas, respirando el intenso olor salado que desprenden las posidonias muertas que yacen en la orilla sobre las rocas de la pedregosa playa de aspecto virgen en algunos tramos.
De común acuerdo, dais este paseo, dejándoos llevar por la compañía y la conversación ausente, esa que te impacta, la del silencio que acompaña, que rezuma cariño. Es la mejor medicina para llegar a viejos, la que no cabe en la bolsita de Salvatore Ferragamo ni en ninguna otra, la que venís a buscar y a recargar a la playa cada verano.

María José Aguayo

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