SOLO TRES COSAS

La lista es corta. Solo vas por tres cosas. No tardarás. Lo que quepa en la bolsa de tela que llevas en el bolso para reducir el uso de plásticos.

 

En el hipermercado, con la cesta de ruedas para poca compra, caminas hacia los refrigeradores del fondo, buscas los champiñones laminados. Después irás por la pasta para preparar ensaladas frescas:

                  Tiburón

                  Pajaritas con vegetales

                  Hélices multivegetales

 

En la calle de las salsas cogerás:

                  Crema al vinagre balsámico de Módena

                  Mostaza a la miel

 

Varios:

                  Nata para cocinar

                  Canónigos

                  Queso en dados

 

Y te irás.

 

En tu rutinario recorrido, te descentras. La mirada se te desvía hacia una isla de artículos, la que limita al sur con los frutos secos en sus diferentes clases y empaquetados, al este con los productos que prometen hacerte sentir bien, los dietéticos, al oeste con las azufradas cebollas y ajos y al norte con un expositor variado de productos secos y granulados:

                  Quinoa

                  Semillas de amapola, de lino, de chía

                  Hojas secas de guanábana

                  Curry

                  Cúrcuma

                  Pimiento dulce granulado

                  …

 

Haces por desviarte. Vuelves a encaminarte hacia ella. La rodeas examinándola con un escáner en tu mirada y finalmente picas y te paras. Parece haber pasado al olvido a lo que vienes. Es la isla de las plantas.

                  Esta primavera te has contenido en la compra de macetas en el vivero. Llevas mal el recuento de bajas de existencias cuando regresas de la playa y los temporeros encargados de cuidarlas te informan de las pérdidas. No vas a comprar nada. Aún queda mucho verano. Te volverás a ir y de nuevo tendrás que delegar sus cuidados.

                  “¡Un momento!” ¿Qué es eso que sobresale? Enfocas tu mirada en tu objetivo. Un par de brazos leñosos, erguidos y gruesos a distintas alturas coronados por ramificaciones llenas de hojas verdes, rígidas, puntiagudas que aportan volumen y elevación, “¡justo lo que necesito!” 

                  Ocupará en el rincón, el macetero cónico alto, el azul añil que ha dejado vacío la dama de noche. No era espacio adecuado para tan distinguida inquilina. Manuel, el jardinero, tuvo que cavar tres veces, como un buscador de tesoros, hasta encontrar suelo sin impedimento:

                  Bloques de cemento

                  Tuberías

                  Solo tierra y piedras de relleno del suelo expansivo en el que se asienta tu casa. Con paciencia consiguió la profundidad necesaria. Estaba oscureciendo cuando la dejó plantada junto al ciprés azul, tapando un extraño hueco que se ha ido formando entre él y el ancho seto en la esquina del jardín que da acceso a una insólita gruta.

 

Has comprado una yuca y dos sacos de sustrato de diez litros, con uno no tendrás suficiente. Hubiera sido mejor tener un carro. La cesta con ruedas no es lo más adecuado. Solo venías por tres cosas. Colocas como puedes la maceta inclinada y los sacos quitando los champiñones de abajo, escuchas como cruje el porexpan de la bandeja al partirse. Mientras no te muevas la cosa funcionará, pero tienes que ir a coger la pasta. El recorrido es una carrera de obstáculos. Con el movimiento, las punzantes hojas te van alcanzando como dardos lanzados a la diana, el tallo cilíndrico se balancea por los bordes de la cesta y los voluminosos sacos empujan a la maceta a la vez que sobresalen de la canasta anunciando su caída.

 

En la calle de la pasta procedes a sacar el jardín que has cogido para hacer sitio a lo que venías a comprar, solo tres cosas. En la calle de las salsas lo mismo. La maceta cada vez está más afuera y su permanencia en el interior de la cesta cada vez es más dudosa. Agarrada al asa con una mano y al tronco de la yuca con la otra, avanzas por las calles del hipermercado entre retorcida y encorvada como Quasimodo por las cubiertas de Notre Dame. Has olvidado coger una bolsa de canónigos y te tienes que volver hasta cerca de la isla de las plantas. La jardinería te ha dispersado. Lo vas mirando todo. La lista, en directo, se alarga.

                  Desde que lo has cogido, dudas que el sustrato que llevas sea el adecuado y te diriges a la zona de jardinería y herramientas para cambiarlo. Encuentras unos sacos de tierra que te parecen más adecuados y decides intercambiarlos. 

                  Sacas de nuevo el contenido de la cesta, dejas en la estantería los dos que llevabas, el volumen de los nuevos es mayor y diferente, tienes que reorganizar la colocación de la compra en su interior, a todas luces insuficiente. Te vuelves a pinchar en la cabeza con las hojas. Conseguir un toque exótico y elegante en el rincón azul bajo la pérgola empieza a resultarte enervante. 


Buscas el bienestar, tal vez pensando en burlar a la muerte. Te gusta ambientar los espacios de la casa con detalles decorativos que definan la estación del año. Ahora toca ornamentar la vida disipada, aliviar y hacer más llevadero el sofocante verano. Todo sea por la calma y el equilibrio que encuentras cuando sales a sentarte por la noche a la luz de las velas, “¡velas!”. Has olvidado coger las velas antimosquitos, las de citronela. Antes de irte pasarás por decoración de verano y hogar para buscarlas. 

                  Y lo ves. Junto a los rastrillos de jardín, un perrito salchicha ornamental de tela, marrón, te quedas prendada. Es un sujeta puertas. Reteniendo como puedes tu voluminosa carga te agachas a recogerlo y lo llevas en brazos como si de tu mascota se tratara. Nada más lejos, te aterran los perros y las mascotas en general. Pero este perro salchicha te ha robado el corazón.

                  Con tu escenografía peculiar, consigues alcanzar la meta, la línea de caja. Cuando te toca, la empática cajera, llama a una compañera para que te acerque un carro.

                  —Solo venía por tres cosas —justificas señalando tu compra con la mirada. 

 

Con el carro organizado y la compra en su interior algo espaciada, te diriges recompuesta a la salida donde antes harás otra parada, la última. Está claro que estás tardando, mejor no mires el reloj. Piensa bien todo lo que te hace falta, ya que ahora tienes como llevarlo. Un penúltimo desvío inesperado te retrasa. Te detienes en la sección de librería. Te entremetes con cuidado entre sus estanterías con la voluminosa compra y pides a la señorita del ordenador que busque si tienen El verano sin hombres, recomendación que leíste hace unos días en la pantalla del móvil mientras procrastinabas sesteando en el sofá.

    —Lo tenemos. Voy a buscarlo. —Otra cosa más a la lista. Cuando lo pagas lo guardas sobresaliendo en tu bolso, has traído uno pequeño, solo venías por tres cosas.


Hasta el departamento  de Hogar pasas por videojuegos, electrónica y electrodomésticos, sin que te interese nada. Al llegar buscas a una dependienta y le preguntas por las velas aromáticas de citronela, las pequeñas para los portavelas de vidrio, las macetitas medianas para la mesa más pequeña de la terraza y la vela grande en maceta baja de terracota para la mesa grande del jardín.  Recuerdas que te gustaría algún motivo decorativo para la mesa auxiliar que tienes junto al conjunto de muebles. Buscas entre la cerámica de mesa alguna en color verde y coges dos boles pequeños de aperitivos con forma de hojas. Ya está, ahora sí, has terminado. 

                  Bajas por la cinta mecánica y cuando estás abajo te das la vuelta. La yuca se balancea y te araña el brazo. “¡Todavía te falta algo! Quieres decorar las estanterías de madera de la pérgola recién barnizada con unos maceteros de piedra con diminutas flores silvestres lilas y blancas y plantas de lavanda en maceta de zinc que viste antes de irte a la playa. Son artificiales. No es lo tuyo pero están muy conseguidas. Estas te estarán esperando cuando vuelvas de la playa. La dependienta que te vendió las velas te ve regresar. Se te acerca sonriente a preguntar qué necesitas. Le explicas lo que buscas y te pregunta:

                  —¿Cuántas? ¿De qué color? —Como solo venías por tres cosas, no lo tienes pensado. No sabes cuántas caben. 

                  —Un momento por favor. —Buscas en Google fotos una imagen de la pérgola en primavera con plantas naturales y calculas. Las que llevas ahora son más pequeñas. Cuentas. Le dices las que crees que necesitas. Tiene que ir a buscar algunas a decoración de jardín en la planta baja, le pides más de las que tiene disponibles en su sección. Mientras esperas sacas el libro de tu bolso como la propaganda de un buzón rebosante y empiezas a leerlo. Percibes la promesa de una buena lectura. Con el macizo de macetitas que has recolectado, acabas llenando el carro convertido en invernadero portátil. De nuevo pagas y por fin te marchas.

 

Apresurada, cargas con cuidado la compra en el coche. La yuca en el suelo inclinada apoyada en el asiento del copiloto, esta vez te roza en la cara cerca del ojo. Vas tarde. Quieres volver a casa. Cuando llegues no podrás colocar nada. Saliste a comprar pasta. Vas a hacer para el almuerzo ensalada de pajaritas con: 

                  canónigos,

                  huevo duro, 

                  atún

                  y aceitunas 

No dará tiempo a que se enfríe. La tendrás que meter en el congelador. Solo ibas por tres cosas.

 

María José Aguayo

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