AMARRANDO PALABRAS.

Sábado 6 de julio, un intenso viento de poniente brama. Te empuja de la cama con su percusión. Hace rato que exasperada, disfrazas que escuchas el cimbreo de persianas, el traqueteo de estores y cadenas que los enrollan brincando contra los cristales y aluminio de las ventanas.
El festival de colores de las plantas que engalanan los jardines, terrazas y balcones: largas y ondeantes hojas verdes de plataneros, buganvillas, adelfas, esbeltas palmeras, ficus, pintorescas y diminutas lantanas, jóvenes cipreses, macizos de hibiscos, olorosa lavanda, boca de dragón, clivias, tagetes, geranios, verbenas, surfinas, dalias, trepadoras Don Diego de día… se agitan sincronizadas en una contemporánea danza. En la avenida de la noria de agua, se despliegan las barbas de las mimosas, firmando enredosas alianzas.
Se cuela por las azoteas y desciende por las fachadas pegándose a las velas de las terrazas fondeadas que cabecean con los toldos hinchados por barlovento y sotavento como en un día de colada de sábanas blancas.
Con la caída del sol regresará el equilibrio. La reconciliación entre la fiebre y la templanza del interior y la playa. Hasta entonces, a la espera de que el aire amaine, envuelta en su rugido, intento amarrar en el texto las palabras para que no me las arrebate el recio viento de esta jornada.

María José Aguayo

Imagen de Chistian Frausto Bernal

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