MATACANDELAS

A la hora en la que la soledad araña el cielo de estío, se apodera de ti la monomanía ancestral de prender fuego.

Salamanquesas asustadizas reptan veloces las apagadas paredes al chiscar de las largas cerillas con las que inflamas sus pabilos.

Enciendes velas.

Inmersa en la danza ondeante de sus llamas, oculta bajo su débil luz, sin pudor, recorres en tu mente desvíos sinuosos detrás de tus quimeras.

Como una invocación cotidiana atrapas pensamientos antaño prohibidos, hoy como la necesidad inevitables.

 

Al final del recorrido, el matacandelas ciega las lumbres con su oscuridad. Desvanecida la fascinación del trayecto, te adentras en casa.

En el jardín, tras de ti, débiles columnas de humo ascendente delatan los restos de deseos ocultos liberados fugazmente.

 

María José Aguayo

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