TERNA

 

Cuando el último rayo de sol se oculta tras las lomas lejanas, y en el firmamento oscuro se alza giboso, creciente, con más de la mitad de su rostro iluminado, el resplandeciente fragmento de espejo, tres Lupercas se reúnen en la hondonada. Faltan seis días para el plenilunio.

 

En sus miradas se huele como la sangre de una herida profusa, la inquietud sorda que se cierne sobre este encuentro. Sus lomos encrespados buscan el acomodo apacible de otras reuniones. Profieren aullidos únicos y desligados que portan pesares, danzan un baile de compases disonantes, de notas que chocan entre sí y aun así, alternando giros continuos de tensión, consiguen acompasar la melodía alejadas de la rigidez armónica.

 

Es la fase perfecta para albergar cambios importantes que reanimarán su veterana alianza. Atentas a sus periódicos ciclos, bajo la fuerza poderosa de su instinto salvaje, resisten al resentimiento, la rivalidad, la competencia. Con la singularidad crecida avanzan desconcertadas pero cargadas de respeto y admiración. Se retiran exhaustas de este encuentro, después de renovar el pacto de proteger con fiereza, si fuera necesario su unión, al acecho de preservar sus preciados y acallados dones. Lo que importa es continuar guiándose y protegiéndose, ahuyentando al peligro de extinción, avivando la prosperidad de las tres hermanas.

 

María José Aguayo

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