LA IMPOSTORA

Ante un campo de margaritas blancas, cuatro mujeres con faldas, entretejidas del brazo dan un paso adelante sobre pasta dura color verde agua. Tirando del hilo unen palabras. En la bonita tienda de la calle Reyes Católicos, me reclama con un sortilegio desde la estantería el libro, Escritoras.

 

—¡Violeta, vamos, tenemos que irnos! —La voz de Eugenia te baja de la nube.

—Pero… —Extiendes la mano que sujeta el libro hacia Eugenia.

—Lo sé. Lo siento. Mira la caja, la cola es larga. Tenemos un taxi esperando en la puerta. ¡No llegamos!

 

Un viaje de tres días os ha llevado a las cuatro amigas a Granada. El martes 9 de octubre estáis de vuelta. El día 10 estoy sentada en mi escritorio aún con la miel en los labios por lo vivido, el corazón apenado por lo pronto que ha pasado y el consuelo y las ansías de volver a vivir no muy tarde, otra escapada. Tengo el firme propósito de recuperar el hábito, de la escritura, pero un mensaje de una amiga en la pantalla del móvil me atrapa:

            —¿Has visto esto? —No puedo creerlo. Amalia Amparo me notifica el comienzo en once días de un taller de escritura del Ayuntamiento. Como si de la estrella resplandeciente de la mañana se tratara, la guía que necesito para volver a puerto, demoro mis planes y me marcho a toda prisa preguntándome: «¿quedarán plazas?».

 

Día 21 de octubre, sentada frente a la profesora, junto al resto de participantes del taller, mientras se presenta, llega a mis manos uno de los ejemplares de los libros que ha escrito. Encuadernado en pasta dura, color verde agua. Ante un campo de margaritas blancas, cuatro mujeres, todas con faldas, entretejidas del brazo dan un paso adelante. El hechizo granadino se ha cumplido. Sintiéndome una impostora procuro trenzarme entre ellas, aprendiendo a tirar del hilo. 


María José Aguayo

 

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