¿PARA CUÁNDO LA TORMENTA?

 

Nunca ha prendido un fuego. Ha llegado la hora de hacerlo.

María, como el resto de sus vecinos, vive inmersa en certezas vitales. Sin embargo, observa cada día, cómo estas desaparecen, ocultas tras el pesado telón de terciopelo del taró, esa bruma espesa del verano que impide la visibilidad por la diferencia de temperatura entre el mar y el aire. Capaz de ocultarlo. Saben que está ahí, pero no pueden verlo.   

Una y otra vez les dan la espalda. Simplemente, no las ven. Es la invisibilidad de lo que se da por hecho. Y así, van siendo devoradas por dentelladas de hastío y apatía, hasta naufragar en el olvido.

         Una certeza contundente, casi una sentencia ancestral es, que la naturaleza es sabia. María y sus vecinos están conectados a ella. Componen una misma sinfonía. Repiten formas y patrones: 

Las lágrimas cuelgan de las pestañas como las gotas de rocío de las hojas de palma, 

las huellas digitales se expanden en la piel como las ondas en la superficie del agua, 

ojos y girasoles miran atentos al cielo para seguir el paso del sol, 

líneas de la mano y nervaduras de las hojas promueven libertad de movimientos cuando mudan los vientos, 

un mapa de venas y vénulas dibujadas en la dermis transportan vida, a la vez que, rayos conectados a sus streamers,canalizan plasma en el cielo. 

La naturaleza los ha dotado de todo lo necesario para actuar en consonancia a esta evidencia.  Deberían respetarla y aprender de sus enseñanzas. Está escrito en la memoria común de la tierra, en los gestos de quienes la habitaron antes: todo funciona cuando converge.

         María ha aprendido hoy algo que no sabía sobre ella. Lo que son los rayos latentes. Aquellos que caen en ciertas superficies —especialmente en los árboles— y dejan su calor atrapado dentro, sin arder. El fuego queda oculto, latente. Días después, el árbol comienza a quemarse desde adentro, hasta que la llama se manifiesta. 

         Enseguida, María cree haber encontrado la explicación al calor que tantas veces siente dentro de su pecho. 

Acodada en la baranda del balcón, contempla cómo las pisadas eléctricas de sus vecinos encrespan —cada vez más—, las calles de su tranquilo barrio, sin que hagan nada para evitarlo. Invoca el poder de su imaginación. Se concentra. Atenta a la próxima tormenta. Está decidida a ser la llama para que el incendio se extienda. Se pregunta: 

­—¿Ellos también lo sienten? 

—¿Y si lo sienten, por qué no estalla la tormenta? 

La tormenta que necesitamos: 

de respeto, 

de empatía, 

de solidaridad, 

de tolerancia, 

de igualdad, 

de honestidad, 

de justicia, 

de compasión, 

de gratitud, 

de perdón, 

de humildad, 

de responsabilidad, 

de diálogo, 

de valentía, 

de conciencia, 

de calma, 

de unidad… 

La tormenta que nos devuelva la esperanza. 

Confía, María.

 

María José Aguayo

 

Imagen: Fotógrafo, Donnie Dania 

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