PEREJIL
La pizarra de la cocina siempre está llena. Una lista que nunca termina, solo se reinicia. Su disposición es un galimatías carente de pauta. Un enredo de líneas rectas, curvas, quebradas. En ella se mezclan básicamente alimentos con productos de limpieza. Siempre los mismos. La caligrafía legible de unos se enmaraña con la ilegible de otros.
Elena le hace fotos con el móvil sin mirar demasiado. Sabe que omitirá algo incluso antes de salir a comprar. Olvidará borrarlas, como olvida descargarse a sí misma, hasta que algo —en ella o en el móvil— alerte de que pronto no cabrá nada más.
La pintura oscura está invadida de cicatrices color madera clara, como un rostro erosionado por marcas de viruela. Como si todo —también ella—, llevara años desvaneciéndose un poco cada día. No recuerda el tiempo que han estado usando los mismos restos desgastados de tiza. Las nuevas se quiebran con facilidad, silenciosas, contagiadas en el fondo del mismo recipiente de cristal que ocuparon las viejas. El trazado es casi invisible, apenas destaca. Todos los habitantes de la casa hablan a través de la pizarra. Hay quien antes de usarlas las chupa, quien las moja, a veces en agua. Elena simplemente se conforma con intuir el significado de la niebla de tiza que dibuja una palabra, las pocas veces que escribe en ella. Lleva tiempo que se dice que ya no esperará más, que ya le ha llegado su hora, que cualquier día va a comprar una nueva en el bazar.
Hoy está muy limpia. Sobre el tablero negro se aprecian normalmente los trazos superpuestos de la esponja empolvada. En la esquina superior izquierda solo se lee: perejil.
No sabe por qué, pero el silencio de la pizarra le incomoda más que el ruido habitual. Es como si no la necesitara nadie. No es posible que tengamos de todo. La lista se reinicia a sus espaldas desde el momento justo en que la borra aliviada al volver de la compra.
Comienza a poner la mesa en el comedor de la cocina. Al pasar por delante mira de reojo el amplio espacio vacío bajo la anotación única de la hierba aromática. Se sienta en su sitio con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón y suspira. Busca algo que no recuerda haber guardado, en su lugar encuentra tiques arrugados de compras pasadas.
María José Aguayo
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