¡DESPIERTA!

 

Al entrar en el edificio siento una sensación rara. A pesar de que acudí de lunes a viernes durante cuatro años, no lo reconozco. Como si nunca hubiera estado en él, y sin embargo sé que es el mío, el instituto donde estudié.

            He faltado demasiado tiempo. Un tiempo estancado, que no avanza. Quizás un trimestre, quizá mucho más, si lo mido en tiempo imaginario.

Me acerco para ver cómo puedo remediar mis ausencias y ponerme al día. Aunque la carga que siento sobre mis hombros me anuncia que han sido excesivas y no podré hacerlo.

Me preocupan todas las clases, pero sobre todo las de Química. Me asustan los apuntes que hojeo. Cuadernos llenos de unos esquemas gráficos que me parecen arácnidos extraños. No entiendo nada de átomos y moléculas. Ni siquiera me interesan. Soy de Letras. ¿Qué voy a hacer? ¡Es el instituto! ¡Tengo que acabarlo como sea o no podré seguir con mi vida conocida!

            Trato de encontrar la solución. Asisto de incógnito a un breve momento de clase. Desde el fondo del aula alcanzo a ver a mi amiga Nuria. Ella también es de Letras. «¿Qué hace aquí?» —¿O es mi hija?—. Toma apuntes pulcros, como si los entendiera. Me acerco para que me los explique y compruebo con asombro que los entiende.  También —aunque no me lo dice—, percibo en su mirada que piensa que no hay manera de que pueda salvar los efectos de una ausencia tan prolongada. Yo misma lo sé. Desde el principio de esta locura intuyo que no hay forma de recuperar tanto tiempo perdido sin causa conocida. 

«Seguro que no es ella». Es mi hija dentro del cuerpo de mi amiga con su vestido blanco de tirantes. Mi hija sí lo entiende. Fue de Ciencias y cambió a Humanidades. Todo se le da bien. Pero ¿cómo podemos estar juntas en el instituto?  ¡Ella tiene veintidós años! ¡Ya ha terminado el grado y el máster! 

            En algún momento, en el pasillo lo veo. Él me ve. Uno de mis profesores de la Universidad. Actúa y se mueve con naturalidad como si fuera profesor del instituto, pero no lo es. Es de esos docentes que se llevan bien con sus alumnos, algunos dicen que más con las alumnas que con los alumnos. Le sigo. Seguro que puede orientarme, sugerirme como ponerme al día. 

Entra en el baño. Espero a que salga. Sé que está deseando que hablemos, que él también quiere ponerse al día conmigo. Pero al salir trato de alcanzarlo y lo pierdo. Creo que iba hacia la sala de profesores, quizá a su despacho, pero desaparece entre un laberinto de pasillos mezclando los del instituto con los de la facultad de Filosofía y Letras. Pensará que he querido darle esquinazo. Nada más lejos. Necesito ayuda. Debo volver al instituto; he de terminarlo, cueste lo que cuete.

            Tengo que ponerme al día inmediatamente. Retomar las clases de… ¿Química? Siento verdadera obsesión con “retomar” esta materia y superarla. Pero… ¡Que soy de Letras! Aunque el tiempo no avanza, siento que se agota. Se acercan los exámenes y tengo que aprobarlos como sea.

            Noto como me estoy hundiendo en esta confusión de tiempos y lugares. Cada vez está más oscuro a mi alrededor. Busco dónde agarrarme para salir a flote y respirar, pero no lo consigo. Soy consciente simultáneamente de la realidad y, al mismo tiempo, de la necesidad de superar este escollo que atasca mi vida, mi vida conocida.

            Tengo que volver al instituto. He faltado demasiado. ¿Cómo he podido dejarlo tanto tiempo? Es imposible ponerme al día.

Y, sin embargo, sé que tengo sesenta y dos años. ¡Estoy jubilada!

            En otras ocasiones, también me pasó lo mismo con las oposiciones. Tenía que presentarme otra vez, aun teniendo ya la plaza. Consciente, en el mismo sueño, de que aquello ya había sucedido, sin importancia alguna, y aun así el apremio era el mismo: debía examinarme de nuevo. Necesitaba aprobarlas.

            Esta pesadilla de no haber acabado el instituto me atormenta, sabiendo que en realidad sí lo hice. Todos lo saben. Pero nadie dice nada. ¿Qué será de mi vida conocida sin haberlo superado? Mi mundo cambiará… para desmoronarse como un castillo de naipes. ¡Es tan real la sensación! 

No es la primera vez que este verano me angustia el mismo sueño. Me desvela y me deja mal cuerpo incluso un rato después de levantarme. Hasta que la obsesión se disipa con los quehaceres de la mañana, camino por la casa con la cabeza en las nubes y los pies apenas rozando el suelo.

            ¡No tienes que ir al instituto otra vez! ¡No tienes que estudiar Química! ¡Eres de Letras! ¡Estás jubilada! ¡Enciende la luz y escríbelo! ¡Que todos sepan que ya terminaste el instituto! ¡Sácalo de tu cabeza de una vez por todas!  ¡Despierta! 

 

María José Aguayo

 

Imagen: “Figura sobre las rocas” de Salvador Dalí

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