TROZO A TROZO

 

Me pregunto si vosotros os asomáis también a los muros, persiguiendo, por el irremediable deseo de saber, al nervioso conejo obsesionado con el tiempo.

Era parada obligada, pero breve, a la salida del colegio. Por la tarde, teníamos que volver a clase. Nos cogía de paso. Una obra de fácil acceso a la que nos gustaba entrar para escarbar y encontrar —entre los escombros— lo que mi amiga Isa y yo llamábamos tesoros y recogíamos con sumo cuidado. Imbuidas por el programa de televisión, Misión rescate, concurso educativo y arqueológico dirigido a los escolares de la década de los sesenta, cuando empezó. En él, veíamos a niñas como nosotras buscando y recuperando piezas arqueológicas que habían encontrado en sus pueblos o ciudades.

A falta de piezas artísticas, nosotras celebrábamos cualquier pedacito de azulejo —de cocina o de cuarto de baño— que, entre montones de tierra, cascotes de ladrillos y escombros, encontrábamos, si teníamos suerte, en nuestra singular excavación. Los guardábamos en los bolsillos de nuestros abrigos, con las manos y uñas sucias de tierra de escarbar. Regresábamos con los zapatos cubiertos de polvo, propios de las labores de dos arqueólogas en su empeño de búsqueda. Lo encontrado, nos lo llevábamos como trofeo para nuestra colección de casa. En más de una ocasión olvidamos mirar las esferas de nuestros diminutos relojes —regalos de la Primera Comunión—, estos olvidaban avisarnos a tiempo que la comida nos esperaba. Otra vez nos regañarían por volver tarde a casa.

 

Son ya casi tres años los que llevo trepando a los muros curiosa, persiguiendo al conejo, indagando en las pesquisas de quién fui para saber quién soy ahora. Creo que es una de las cosas más valiente que he hecho hasta el momento.

A través de la niebla, a veces neblina, a veces más densa, tras la niña que fui. La sigo como Alicia al conejo. Necesito hacerle preguntas. Necesito obtener respuestas. Ella, traviesa, se empeña en salir corriendo y desaparecer, para aparecer cuando le apetece. Así que aquí sigo, —aún a riesgo de caer por el agujero, o tal vez buscándolo para caer—. La que no se arriesga, no pasa la mar. Decidí pasar a la acción y me puse a escribir.

Encaramada al muro he podido recuperar escenas en las que ocupé el papel protagonista. Ahora no quiero dejar de hacerlo, aunque lo que descubro, a veces me hace sentir orgullosa y, avergonzada otras muchas. No fui perfecta. Sigo sin serlo. 

Durante este tiempo, mi rostro ha sido el de un mimo. Por él han pasado todo tipo de muecas. He soltado sonoras carcajadas y se han deslizado algunas lágrimas. He revivido alegrías, tristezas, amistades, amores, desamores, viajes, celebraciones, sorpresas, caídas, tropiezos, encuentros, ausencias, aciertos, faltas, lo que atendí con denuedo y los remordimientos inconfesables de escenas que enterré sin atender como debía. Permanecían escondidas en mi memoria. Subida curiosa a este muro, las he descubierto y han ido encontrando resquicios por los que aflorar, devolviéndome el reflejo olvidado de quien fui.

Como si hubiera estado mucho tiempo en la inopia de mí misma, como un puzle deshecho o un collage por hacer; como un jarrón hecho añicos que con paciencia me he propuesto reparar —jugando con las palabras, sin mirar el reloj—, trozo a trozo, y el caso es que viendo el resultado, me reconozco.

Desde las alturas, visito los lugares que un día fueron comunes y que tenía olvidados.  Descubro que siendo la misma de ayer, no soy ni sombra de la que era.

No quiero bajarme del muro. Quiero seguir mirando curiosa. Me gustan los efectos que está curiosidad está causando en mí, sin manchar mis manos y uñas de tierra y mis zapatos de polvo. Me doy cuenta de que, sin saberlo, no he hecho otra cosa hasta ahora, que escribir mi vida. Que cada añico de esta, hasta los más pequeños y estropeados, son valiosos.

El diablillo con coletas que viene a visitarme me mira y se ríe, porque lo sabe. Lo sabe todo de mí, como soy, lo que valgo, lo que me ha costado llegar hasta aquí y cómo lo he logrado. Su luz brillante es la mía. Ahora puedo verme, reconocerme, quererme y, quererla como entonces no supe.  

 

María José Aguayo


Imagen créditos al autor

Comentarios

Entradas populares de este blog