EL DÍPTERO.

 

Con el pelo revuelto y cara de felicidad, Daniel volvía del colegio por el camino de tierra y piedras junto al río, que le llevaba de vuelta a su casa todos los días.

La primavera recién llegada, inundaba todo con sus colores brillantes, olores intensos y temperatura cálida. 

La maestra antes de salir les había pedido que trajesen para el día siguiente algo relacionado con la estación del año que acababa de comenzar.

Él todavía no sabía que llevaría. Con la alegría de la jornada escolar terminada, iba corriendo y saltando, pegando patadas a las piedras, cogiendo ramas caídas con las que despeinaba la hierba fresca que bordeaba el camino.

La tentación de sentarse junto al río y lanzar piedras para verlas saltar se le presentó y la aceptó de buena gana.

Lo hizo sobre una abultada roca gris, rodeada de otras más pequeñas de variadas texturas y colores entre las que asomaban tímidos brotes verdes.

Pronto, en el agua quieta como un espejo, las piedras comenzaron a dibujar ondas cuando Daniel, en cuclillas, con un ojo guiñado con fuerza, las lanzaba mordiéndose la lengua obligando a alguna rana asustada a cambiar de dirección ante la lluvia de piedras que comenzó a descargar.

Entonces, encima de unos juncos que mecía el viento, vio como un insecto se posaba acomodándose a los movimientos de los tallos como si bailase pegado a ellos. 

Con cuidado de no espantarlo, sigilosamente se acercó observando aquel bicho de nombre desconocido para él, pero que seguro serviría para la tarea que la maestra le había mandado. 

Estudiándolo agazapado, distinguió una cabeza con ojos saltones y dos antenas, un par de patas a cada lado del cuerpo y en una parte más gorda del mismo, dos alas alargadas y transparentes, que con su rápido movimiento producían un inquietante zumbido.

Rápidamente pensó dónde podría guardarlo para llevarlo al día siguiente a clase y sacó de su mochila, con movimientos acompasados, la lonchera con algunas migas del desayuno de esa mañana y una canica de las gordas que encontró en el patio del colegio.

Al intentar atraparlo, la bola cayó hundiéndose en el agua y el insecto salió volando. Decepcionado se dejó caer en la orilla. Con su ropa mojada, vio como su trabajo se escapaba impulsado por el viento.  

Ya había pasado un buen rato desde que decidiera parar junto al río. Lo notó cuando el hambre empezó a sonar en su tripa.

De un brinco se puso de nuevo en marcha dejando para más tarde la tarea encomendada, levantando nubes de polvo por el camino con sus zancadas. 


María José Aguayo.


Ilustración Insecta, 2015.
variable sizes – mixed media on paper
Exhibition – November 26 . December 15, 2015 – PEPE fotografia, Torino

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