“FOLIE À TROIS EN MARRUECOS”

Siempre es bueno tener un médico a mano, si el cuadro de la enfermedad se presenta en tierra extraña, en nuestro caso, Chauen, pueblo interior de la sierra de Marruecos, aunque la atención sanitaria del lugar se presuma aceptable y similar a la nuestra, todavía mejor!

 

En la última jornada de nuestro viaje, tres de las cuatro personas que formábamos el grupo, Diego, Pilar y María José, fuimos diagnosticados a bocajarro por el médico de la expedición,  Juan Carlos, en medio de una de sus bonitas calles azules, de delirio compartido.

Este no daba crédito, un delirio en principio individual, se volvía compartido ante sus ojos por momentos. La intensidad de sus efectos iba migrando de forma aleatoria entre sus miembros, garantizando la continuidad de aquella momentánea locura.

En el transcurso de la jornada, no solo no remitía tras los numerosos intentos fallidos de encontrar los bonitos platos marroquís de colores para comer, que Diego, el miembro con el delirio dominante, el primero en sufrir el trastorno, pretendía traer desde el comienzo del viaje como souvenir, deseo que dio origen a la tozuda búsqueda.

 

Por las mismas laberínticas calles del barrio “Andaluz”, fuimos guiándonos una y otra vez como hámsteres atrapados en los recorridos sin fin de sus jaulas, intentando descifrar los planos dibujados a mano por atentos lugareños, cada vez más desgastados. 

 

De forma involuntaria, Diego, impuso a Pilar y María José su trastorno, fagocitado por su estrecha relación en aquellas estrechas callejuelas. Siendo en estas condiciones imposible el objetivo del tratamiento, separar a las personas inducidas y tratar de estabilizar a la persona dominante, quien se estabilizó sola, tal vez por agotamiento.

 

La cuenta atrás para nuestra partida se acababa, lo que añadía un plus al “estrés” provocado por el delirio, pero no impedía como constaba en nuestro informe, que la intensidad del mismo persistiera, siendo inducidas por el afán de continuar con la infructuosa búsqueda las personas dependientes, cuando el delirio había remitido en el más hechizado hasta el momento.

 

Una lástima que el entregado librero… ¿un librero? 

Si, entre ingentes cantidades de imanes, babuchas, cerámicas, tintes, teteras y demás cachivaches típicos, expuestos en las fachadas de las sucesivas tiendas, había una singular librería en cuya fachada, colgaba un plano que mostraba los diferentes barrios de la ciudad distinguidos por colores, que tampoco pudo arrojar luz a nuestra extenuante búsqueda.

 

Un último intento desesperado por localizar el ansiado local de los platos de Fez, puso en evidencia el agudizamiento de aquella pequeña locura transitoria. 

Las inducidas escogimos para indicarnos el lugar al paisano equivocado, ya avisaban de la evidencia, su pardusco chaleco reflectante y vieja gorra ennegrecida y turbia, mal colocada en su cabeza.

Aunque todo indicaba que era un gorrilla del lugar, nosotras no supimos verlo a tiempo. Personaje poco indicado al que acercarse, con nuestro innegable perfil de turistas despistadas, lo que no nos desalentó ni hizo que desistiéramos de nuestro empeño. 

Él, adivinando la oportunidad, se prestó diligente a hacerlo. 

Lo seguimos a distancia, pues iba ligero, zigzagueando con nuestros precipitados pasos, por las mismas calles de nuevo.

 

En la puerta de la tienda a la que nos condujo nuestra última y estrafalaria baza, Diego advirtió que ya había estado antes allí con Juan Carlos, sin éxito. 

Agotados y todavía sin querer asumir del todo la derrota de no haber encontrado el local indicado, decidimos que aquella era la tienda que buscábamos. Donde, en efecto, no había ni rastro de los ansiados platos. 

Nos sacó del maléfico encantamiento, nuestro precipitado guía cuando expresó con veterana opinión, su sorpresa sobre la cuantía de las monedas entregadas a cambio de sus servicios. 

 

Hay que reconocer que fue el tratamiento más efectivo. No hizo falta remedio médico para abordar el tratamiento de aquella folie à trois en Marruecos. De repente esta, de manera espontánea, se había desvanecido.

Poco a poco, ante la mirada clínica de Juan Carlos, nuestro médico, fuimos recobrando la cordura. 

 

Mientras intercambiábamos apreciaciones de nuestra última peripecia en la ciudad azul, desandamos por última vez, el camino recorrido. 

Nuestro equipaje nos esperaba en la recepción del hotel para emprender el viaje de vuelta, que traería nuevas escenas para recordar, de nuestra experiencia compartida en Marruecos.


María José Aguayo.

 


 

 


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