OTOÑO GRIS PIEDRA.

Tu corazón se endurece con la llegada del otoño, cuando recuerdas. Tras años de intentos fallidos por salvar la vida en común junto a ella, se te escapó sin remedio como agua entre los dedos.

 

Te habías resistido a que se marchase repitiendo manidas e ineficaces estrategias. Cansada de esperar que decidieras conectar con ella, que te abrieras, al fin reunió fuerzas y decidió marcharse antes de estancarse y convertirse como tú, en sustancia orgánica muerta, quedando su corazón como el tuyo, tallado en roca caliza. 

 

Cada otoño revives la misma frustración. Siempre alerta, con tu desconfianza y distancia, cerraste tu corazón impidiéndole el acceso a ella.

Refugiado en quehaceres inacabables, defensor acérrimo de tu independencia, escondiste tu fragilidad escogiendo la distancia como compañera y así te fuiste alejando de ella.

 

Huyendo de revivir el dolor por el desencuentro materno en tu infancia, evitabas exponerte a la intimad de tus emociones y las de ella, arrastrándola en tu error de no sentir, para no sufrir, por si vuestra historia se terminaba. 

Siempre dispuestas tus manos para el trabajo sin descanso, desconectado de tus sentires. Ella sintiéndose cada vez más sola, más insatisfecha.

 

Tu miedo a perder tu libertad, tu espacio, te empujó a guardar de manera obstinada tus inquietudes por no saber qué hacer con ellas. Tanta contención necesitaba brotar y lo hacía fugando con explosiones de ira que debilitaban los maltrechos cimientos de una relación en ruinas. Luego en silencio,  arrepentido, volvías a la cura del trabajo a destajo, sin hablarlo con ella. 

Sin darte cuenta levantaste un muro incapaz de dejar pasar tu gran amor y el calor que irradiaba ella.

Hubiera ayudado aceptarte, darte un abrazo compasivo. Mirarte y verte suficiente, valioso y sensible como cualquiera. Haber cuidado tus necesidades y sentimientos compartiéndolos con ella.

 

No bastó que cada día volvieras con el mundo entre las manos para ella. Agotaste su paciencia y su amor. Antes de marchitarse por completo, te dejó. Conseguiste lo que más temías.

 

Paseando por el campo entre alcornoques y encinas, bajo un cielo gris azulado, con tu gorra campera de cuadros, calada por la lluvia, junto a Bronco, tu fiel mastín, recorréis el trillado sendero con tus desgastadas botas y sus cansadas pezuñas, dejando vuestras huellas marcadas en el barro.

A tu paso, las estacionales setas pareciera que se endurecen y arquean. Alcanzadas por la dureza de tu helado corazón, se tornan fósiles. Se van tiñendo desde el sombreo hasta el pie, de azul cobalto, esculpidas en la piedra.


María José Aguayo


Imagen: 1696617442026-fed64a32826f.jpeg  

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