CÓMO VOLVER A PUERTO  

 

Cuaderno de Bitácora de una escritora novata. Tomares, miércoles 10 de octubre, 10:00 a.m. de 2024. Primera jornada, después de casi cuarenta, que al abrir los ojos no tienes ninguna actividad inmediata programada, ninguna cita, evento para el que te tengas que preparar, compras que hacer. ¡Arriba, Violeta! Ha llegado el día. Nada te impide sentarte en tu mesa de trabajo. A ver si vuelves a escribir algo…

 

Levántate y dirígete al baño a vaciar la vejiga. No has terminado cuando suena el portero. La puerta del dormitorio de tu hija está cerrada. Sabes que ella no abrirá. Ni lo habrá escuchado, tiene un sueño profundo. Date prisa. Deja la luz encendida, no pulses la cisterna ni bajes la tapa. Baja apresurada las escaleras con el camisón de tirantes finos y en chanclas sin ponerte nada encima. Descuelga el portero y pregunta:

                  —¿Quién es?

                  —Amazon.

“¡Cómo no!”.  Encógete y cúbrete pudorosa con los brazos como puedas, —ya refresca.— Sal al jardín a recoger el paquete.

                  —¿Pablo? —pregunta el repartidor que no ha esperado en la calle a que tú abras la puerta no pudiendo resguardarte tras ella.

                  —Sí, gracias —dile recogiendo rápido el paquete para tu marido. 

Vuelve sopesando que será. Aunque por el tamaño puede ser el libro que vuestra hija os ha pedido para su vigésimo segundo cumpleaños para el que faltan cinco días, por el peso y como suena el contenido al agitarlo, descartas que lo sea. 

Baja al sótano. Déjale el paquete en el escritorio de su despacho y retrocede en un plano secuencia marcha atrás: sube las escaleras, entra en el baño, pulsa el botón de la cisterna y baja la tapa del inodoro. Abre la puerta corredera de tu armario y coge para ponerte la bata blanca, fina, sedosa, —cien por cien poliéster— con una rosa dorada bordada al lado izquierdo del pecho, regalo de una marca conocida de cosméticos que tienes desde hace años. La has bajado del altillo y has sacado este verano de su caja cubierta de polvo para colgarla en una percha. Conserva aún las marcas del doblado. Nunca la has usado. Antes eras friolera y pasabas directamente al batín de invierno para abrigar los primeros relentes del otoño. La menopausia ha hecho su trabajo, desajustar tu termostato y tener una temperatura incomprensible y desencajada en todas las estaciones del año. 

 

Hoy no hagas ejercicio de contención para retrasar y disminuir el uso del móvil. Antes de desayunar, dirígete a tu escritorio en el salón y quítalo junto con el reloj inteligente del cargador. 

El grupo de WhatsApp de tus amigas de “Parchís” ya está activo. Entra. El martes llegasteis de vuestro viaje a Granada. Las cuatro tenéis reciente el regusto placentero de lo vivido como miel en los labios. El corazón apenado por lo pronto que ha pasado y el consuelo y las ansías de volver a vivir no muy tarde, otra escapada. Ángela espera los resultados de su analítica de revisión y las demás esperáis con ella. Díselo y subráyalo enviándole un corazón verde.

Habéis compartido apartamento tres días y dos noches en Calle Duquesa. En el salón, habéis rotado repanchingadas por la chaise longue de uno de los dos sofás colocados en ele haciendo esquina. No han faltado risas, charlas, confidencias, pero, no te has decido a hablarles de cómo te persiguen tus inseguridades y miedos sobre si serás capaz de continuar escribiendo. Que procrastinas el momento de volver a intentarlo con la excusa de buscar, ver, leer, nuevos tics, más técnicas, consejos únicos que almacenas en una suerte de Diógenes literario para mejorar tu pobre escritura. Nunca te parecen bastantes. Nunca crees que son suficientes para llegar a escribir de manera aceptable. Excusas que retrasan el momento de enfrentarte de nuevo, a la soledad de encontrarte sentada frente a la página en blanco que tanto te asusta.

No les hablas de las preguntas que te haces: ¿Y si esto de escribir solo ha sido una aventura pasajera? ¿Cómo has sido capaz de redactar durante un año y medio más de ciento catorce relatos y microrrelatos sin experiencia previa? ¿Qué pasa con las expectativas que en ellas y en otras amigas también importantes para ti has despertado? Lo ocultas porque no lo consideras un tema trascendente, tus asuntos siempre te parece que pueden esperar y te preocupa de alguna manera defraudarlas. Ellas y las demás amigas piensan y te han dicho desde el principio, en repetidas ocasiones, que tienes talento, un don, que vales. ¿Qué sería de ti si pierdes ese aura? Volverás a ser invisible, del montón, un borrego más del rebaño.

 

Entras también en la aplicación de Instagram para revisar si alguien ha seguido tu publicación tardía de anoche acerca de tu visita cultural en grupo al museo de Bellas Artes, otra actividad de la que disfrutas desde tu jubilación de la que en el próximo enero se cumplirán dos años. Visitas que escribes, con las que enmascaras la falta de producción de otros textos. 

 

Ahora que has consumido tu dosis de adición al móvil recién levantada, ve a la cocina. Prepárate el desayuno. La tostadora ya está fuera. La ha usado tu marido antes de irse a trabajar. Prepara la bandeja con la taza, el plato, la servilleta de papel y el comprimido de GABA, complemento alimenticio que tomas por la mañana para convocar a la calma durante el día y poder descansar mejor por la noche.

No retrases el momento de levantarte del porche. No te pares en la contemplación de tus plantas. Lleva la bandeja a la cocina y recógela. Tienes el día libre de excusas. Vete al salón. Siéntate a escribir. No procrastines ordenando el escritorio. Haz una pila con lo que está fuera de lugar y suéltala en la mesa del sofá a tu espalda donde no puedas verla. Cuando tengas hueco suficiente para el cuaderno aparta el portátil y el móvil que no has quitado de tu vista —“¡error!, ¿o no?”—.

Un mensaje te reclama. Uno de los que van al grano. Uno de los que comienzan sin ¡Buenos días! Primera comunicación un enlace a un perfil de Facebook y a continuación una pregunta:

—¿Has visto esto? —Te escribe tu entrañable amiga y compañera también jubilada, Amalia Amparo. La pregunta te atrapa. Entra a verlo. Retírate del cuaderno, pega la espalda al respaldo del asiento y pica en el enlace: Últimas plazas para el taller de Escritura Creativa del Ayuntamiento de Tomares, localidad del aljarafe sevillano donde vives desde hace treinta y un años, por un concurso de traslados del cuerpo de magisterio, en una de sus primeras urbanizaciones construidas.

No puedes creerlo. Tu amiga no sabe nada de tu sentimiento de naufragio, de la absorbente deriva que atraviesas desde que entraste en sequía cuando tras escribir microrrelatos durante todo el verano no has vuelto a sentarte a hacerlo. Han dejado de acudir a tu cabeza y a tus dedos historias que emborronar. Y ahora, sin saber por qué, sientes como renace en ti el entusiasmo conocido y perdido como un déjà vu.

Agárrate a su notificación. Puede que encuentres en ella la guía, la ruta, la luz que buscabas para volver a puerto. Puede que sea tu estrella resplandeciente de la mañana, tu “Stella Maris”, la que señala la puerta donde te esperan ocultos nuevos cuentos que acariciar. 

No, no vas a escribir ahora. Vas a hacer algo mejor. Sin tiempo que perder sube las escaleras para quitarte la bata blanca, fina, sedosa —cien por cien poliéster—, Arréglate y sal a inscribirte a este curso. Abraza las ganas, la ilusión que solo pensar en ello te devuelve sentirte capaz de volver a escribir tus pequeños textos, esos que también gustan a tus amigas. Recupera tu aura.

Faltan once días para el comienzo del taller. Todos son señales. El cariño oportuno de Amalia Amparo que discreta acierta a enviártelo, el lugar donde se realizará, en el centro reformado del que fuera el colegio en el que ejerciste de maestra hasta jubilarte durante los últimos treinta años de tu carrera profesional, la inmediatez de su comienzo, el respiro de la previsión meteorológica, el día está despejado hasta mañana que entramos en alerta naranja por fuertes lluvias. Puedes ir a inscribirte sin mojarte. Despierta. ¿No lo ves? Es lo que necesitas para retomar el rumbo con el que volver a mirar arriba a las estrellas y trazar nuevas rutas navegando por mares y océanos de palabras.

Y eso sí, en cuanto te inscribas, no pierdas el norte, sigue a la Rosa de los Vientos, vuelve sin demora, siéntate frente al cuaderno abandonado y escribe, aunque solo sea el relato sobre tu rescate.  

 

 

María José Aguayo

 

 

Mapamundi de la Cosmographia de Ptolomeo

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