LA ESPERA
Solo dispones del tiempo que dura la canción.
En el asiento del copiloto, con abrigo y gorra de tweed y zapatillas de andar por casa, Luis, al reconocer la melodía, como cada domingo, endereza su desmadejada figura. Su mirada perdida regresa del infinito. Su impasible boca esboza una sonrisa. Entonces, te mira y canta.
En un instante, huidizo, con la mano temblorosa palpando al frente clama:
—¿Dónde está mi afeitadora? ¿Quién es usted? —La canción ha terminado.
Al ritmo del intermitente, junto a la rampa de la residencia, sollozas comprimiendo soledad. Toca esperar:
“Gracias papá, hasta el domingo que viene.”
María José Aguayo
Imagen de archivo de unos ancianos mirando por la ventada de una residencia. EFE
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