EL DESHIELO

Y el brazo se enfría, se encoge, no arranca.

Le asusta el resplandor blanco, hostil de la hoja lejana que no alcanza a atrapar los murmullos de su alma reteniendo la memoria ebria de sencillas historias, de nostalgia dorada, donde a ratos fue feliz, a ratos desdichada mientras el deshielo chorreaba por un inmenso prado lleno de sueños, por un inmenso prado llenos de esperanzas.


María José Aguayo

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