TIEMPO Y SILENCIO
Me he despertado varias veces durante la noche. Tengo que madrugar. No uso despertador. He cogido la costumbre de pedir que me despierten a las ánimas benditas. Necesito amanecer a las 08:10. Al acostarme, como primicia, parece que tengo claro el tiempo preciso para levantarme, desayunar, arreglarme, aparcar, acudir y coger el metro, y llegar al punto de encuentro a tiempo, a las 10:10, desde el Aljarafe hasta la ciudad.
Llego con cuarenta minutos de adelanto. Mi previsión es desacertada. La mañana es fresca, pero vengo preparada con una prenda de abrigo que calienta bastante. También pesa.
Se me estremece el ánimo al escuchar el graznido de gaviotas que me sobrevuelan. Tenso el cuello hacia arriba para tocar con la mirada el cielo consciente de la imposibilidad de mi deseo. Hoy las palomas de Puerta de Jerez me han sonado a gavias. El entorno es bello, pero no adecuado para ellas. El agua más cercana no es salada.
Rechazo la invitación a quedarme varada esperando en uno de los bancos de madera aún desiertos. El trasiego de turistas todavía despierta. Al pie de la fuente de Hispalis, con su localización habitual cambiada, toca la banda vintage de marionetas autómatas de un artista callejero cuyo aspecto, en talla gigante, se asemeja de forma inquietante al de sus muñecos.
Decido pasear sin alejarme mucho, Alma, mi amiga también es puntual en exceso. Voy encontrándome a mi paso con el vivo tintineo de cucharillas batiendo el corazón blanco de sus inseparables compañeras como bajos tocando a Gloria. Comparten partitura con mesas y sillas que se arrastran buscando la colocación perfecta para que comience la escena de una nueva mañana.
Vuelvo sobre mis pasos y me adentró en una calle sin sol, angosta, de adoquines pulidos que nunca he atravesado. No hay aceras. Las farolas de pared de hierro forjado penden solo de un lado. El tiempo se detiene. El morador enamorado de una de las orillas, desde su cierro, puede alcanzar a acariciar las manos trémulas de su enamorada asomadas en secreto a su balcón en la orilla de enfrente.
Soy la única transeúnte de la calle en pleno centro. Me gusta la sensación de sosiego que me invade. Andamos huérfanos de tiempo y silencio.
María José Aguayo
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