RELEVO —Pero, ¡qué demonios! ¡Mojarás el suelo! ¡Si alguna prenda se cae, se manchará! —Había recorrido el perímetro del atelier, con el paraguas goteando, buscando un paragüero. Cuando Selena llegó al centro comercial, el cielo estaba haciendo su propia colada. Las nubes tendidas —teñidas de color tierra—, goteaban barro. Los bríos del primer día le hicieron olvidar que tenía que haber dejado el paraguas en el coche. —¿Y tú quién eres, si puede saberse? ¡Esto es el taller de costura! ¡Has entrado por el probador! —volvió a hablar Isabel con la voz enronquecida. Con los ojos entornados, acentuando su marcado entrecejo, conseguido tras una amplia trayectoria de mal genio, la había recorrido de arriba abajo. El resultado de su evaluación negativa estaba otorgado de antemano. —Soy la nueva. Me llamo Selena. —Con la frente ...
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PALABRA DE CINCO LETRAS Quedan seis días, veinte horas y treinta minutos. Aunque, en realidad, la cuenta atrás empezó antes, en cuanto me apunté al taller de escritura. Me faltará tiempo. Busco atajos. Me convierto en fugitiva. Un coctel de posibles huidas recorre los pliegues de mi mente. Me siento perdida. El reloj me empuja. El papel está vacío. Tal vez pueda volver a usar alguno de los que ya he escrito. Tengo muchos relatos, todos por corregir. He revisado el listado. Al terminar la cena, en la mesa de la cocina, le cuento el que he elegido a mi hija sentada frente a mí, con la cabeza recostada sobre su brazo junto al plato vacío. Está cansada. Pienso en cuando siendo pequeña le leía uno de sus cuentos. Hace apenas dos horas que ha terminado la primera clase del taller. Por los gestos de su cara noto que a ella también le gusta. Aliviada presumo que tal vez lo tengo. «¡Ves!, no ha sido tan difícil»...
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UN PAQUETE PARA RESPIRAR Hace tiempo que un paquete no tardaba tanto en llegar. En el paisaje doméstico de nuestras calles no falta el tránsito permanente de furgonetas de reparto —eficiente y rápido— de paquetes y mercancías, como ambulancias equipadas con soporte vital, que mantienen nuestras almas enganchadas a la vida con un goteo infinito de pedidos. Siempre nos hace falta algo que, una vez recibido, pronto pasa al olvido. No compras por internet. Al menos, no directamente. Si necesitas algo delegas esta labor —tediosa para ti— en tu marido. Eres más de trabajo de campo, de recorrer tiendas. Salvo cuando se trata de un objeto decorativo, tema del todo fuera de su interés y conocimiento. Esta vez lo tienes claro: tú misma haces el pedido. Estás acostumbrada a la fórmula de la superinmediatez de los clientes premium, que promete: ¡Entrega GRATIS hoy mismo!, ¡ahora!, ¡ya!, ¡abre la puerta, el repartidor está esperando! Nada más iniciar la tr...
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LA EXCURSIÓN Mi marido no asistió a mi boda. Siempre fui una chica de dudas muy claras . Me casé con otro. Era el primer día de octubre de 1978. Fue una boda campera, en Gaucín, junto al río. Yo tenía quince años; él, unos años mayor. Mis revoltosas damas, como hadas traviesas, se afanaron en improvisar el mejor de los atuendos de novia, dadas las circunstancias. Cogían prendas de aquí y de allá, que con decisión quitaban a unas y a otras. Me colocaban complementos encima mientras yo, como un maniquí sepultado por aquella alegre algarabía, con los nervios propios de mi boda improvisada, me dejaba hacer; casi cualquier cosa servía. Apartados en otra zona del campo, donde no los podíamos ver, los chicos, ocultando sus secretos, hacían lo propio con el novio. ...
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SEPTIEMBRE La amistad es analógica. Se cocina a fuego lento. No existe un botón, como en la vitrocerámica, que encienda de golpe la potencia, que acelere el hervor desde la nada. La amistad es saber que una amiga llegará —con fe ciega— al rincón prometido. Es escuchar y sentirse escuchada, porque ambas lo hemos elegido. Es escribir a mano, con mala letra y tachaduras en el papel, para dejar el rastro que despierta en mis pensamientos y sentimientos. Es escoger una sola fotografía entre mil, de un instante irrepetible con ellas. Es hallar el lugar perfecto y detenerme. Quedarme. Allí donde soy, oigo y siento con mirada propia. No hay botón de boost posible para apresurar este estar con: la amiga que regresa a las redes solo para buscarme, escarbando con la mirada en las palabras que escribo el amigo que fue, y sigue siendo, casa la amiga indomable, rebelde, a la que miro como a una niña sensible, delicada como la porcelana la que me recuerda, una vez más, que ya está...
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¡DESPIERTA! Al entrar en el edificio siento una sensación rara. A pesar de que acudí de lunes a viernes durante cuatro años, no lo reconozco. Como si nunca hubiera estado en él, y sin embargo sé que es el mío, el instituto donde estudié. He faltado demasiado tiempo. Un tiempo estancado, que no avanza. Quizás un trimestre, quizá mucho más, si lo mido en tiempo imaginario. Me acerco para ver cómo puedo remediar mis ausencias y ponerme al día. Aunque la carga que siento sobre mis hombros me anuncia que han sido excesivas y no podré hacerlo. Me preocupan todas las clases, pero sobre todo las de Química . Me asustan los apuntes que hojeo. Cuadernos llenos de unos esquemas gráficos que me parecen arácnidos extraños. No entiendo nada de átomos y moléculas. Ni siquiera me interesan. Soy de Letras. ¿Qué voy a hacer? ¡Es el instituto! ¡Tengo que acabarlo como sea o no podré seguir con mi vida conocida! ...
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EL CORAZÓN DE MI PADRE PALPITA EN EL JARRÓN DEL PATIO Mi padre murió cuando yo tenía siete años. El mar, sin avisar, nos lo arrebató. Desde que tengo memoria, el mar está en mi vida. Siempre sentí su irresistible llamada. En el colegio era muy aplicada. Fui lectora precoz. Solo quería cuentos y libros de aventuras de barcos y marineros. Mi padre decía que mis ojos, de un azul transparente, cambiaban de tono para ajustarse a las escenas del texto que leía. En verano, mi abuelo al llegar a puerto, después de la faena, me esperaba para clasificar juntos, por especie y por talla, lo que había pescado: sardinas, boquerones, jureles, caballas... Primero fue mi padre quien se encargó de sacarme a navegar. Desde que faltó fue mi abuelo quien —cuando la flota de La Bajadilla permanecía amarrada, y el mar se hallaba en calma— buscaba un hueco en su tiempo de descanso para subirme a su pequeña embarcación de madera, siempre como recién pintada de blanco y azul, con ...