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  CIFRAS Y LETRAS           Ahora que el tiempo me da tregua, miro atrás y trato de entender por qué desaparecí.   Estoy casi segura. Mis dudas corrosivas me condujeron demasiadas veces al silencio. Perdida en medio del caos, del ruido, de las prisas de la vida, no vi venir el desplome de mi propio castillo. Dejé de jugar. Cuando quise darme cuenta, no encontraba el camino de vuelta. Y llegó el día en que no sabía bien quién era. Me alejé demasiado de la  patria de mis sueños.    —Buenos días. Llegó el pedido.  —Gracias, paso para recogerlo.  —Es la primera parada de mis recados del día Desde hace poco más de un año recibo este mensaje en el móvil de María Luisa, la de la herboristería donde, cada noventa días —número de comprimidos del envase—, encargo el complemento que mantiene a raya la relación calmada entre mis neuronas.  Provengo de una familia de nerviosos: padre nervioso, madre nervio...
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  VIRUTAS DE NOGAL Y ENCINA (Tercer premio del concurso)   Tras el verano, Valentín comenzaba a echar en falta la manga larga al terminar la jornada en la huerta. Por las veredas, el viento alzaba en danza una hojarasca amarilla, marrón y roja. Ahora que José volvía al colegio, no lo tendría enredando entre las matas. Necesitaba estar solo. En plena posguerra, sin dinero, tallaría con sus manos su regalo de cumpleaños.   Del nogal de la parcela tomó la madera para los escaques y figuras negras; de la encina centenaria de la dehesa, que partió la tormenta, cogió lo necesario para las blancas. El curso anterior, Don Diego, el maestro, llevó su ajedrez a la escuela. Cada día, veía cómo José ejecutaba el jaque pastor, dejando boquiabiertos a sus compañeros. A todos menos a Francisco, que se convirtió en contrincante de partida diaria.  Cincuenta años después, cuando las campanas de San Juan habían doblado ya por su amigo, continúa jugando junto a la ventana que da a la h...
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ELEGÍA   Finalmente, no fue en abril sino en octubre cuando lo hice desaparecer. Mandé que lo eliminaran.  Durante esos cinco meses, tuve la oportunidad de reconsiderarlo. Sentí alivio de no haber sido aún la causante de su pérdida. Me dio tiempo a acostumbrarme, otra vez, a la idea de que no se iría, de que seguiría conmigo.  Decidí dejarlo correr. No sería yo quien insistiera para que desapareciera. Y entonces, cuando no lo esperaba, una notificación ensombreció la pantalla de mi móvil. Con el mensaje acabó mi respiro. Mañana vendría a apartarlo de mi vida. Justo mañana, cuando mi hija cumplía veintitrés años. A ella le entristecía, pero sabía que no podía hacer nada para impedirlo. Mi decisión estaba tomada. Su presencia formó parte de su infancia. Fue su compañero de juegos, junto al columpio. —Me va bien mañana —respondieron mecánicamente mis dedos, ganándoles la partida a las dudas que abrigaba en mi corazón—. Si no lo hacía ahora, tal vez no lo haría. El indulto ha...
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  RELEVO   —Pero, ¡qué demonios! ¡Mojarás el suelo! ¡Si alguna prenda se cae, se manchará! —Había recorrido el perímetro del atelier, con el paraguas goteando, buscando un paragüero. Cuando Selena llegó al centro comercial, el cielo estaba haciendo su propia colada. Las nubes tendidas —teñidas de color tierra—, goteaban barro.  Los bríos del primer día le hicieron olvidar que tenía que haber dejado el paraguas en el coche.             —¿Y tú quién eres, si puede saberse? ¡Esto es el taller de costura! ¡Has entrado por el probador! —volvió a hablar Isabel con la voz enronquecida.  Con los ojos entornados, acentuando su marcado entrecejo, conseguido tras una amplia trayectoria de mal genio, la había recorrido de arriba abajo. El resultado de su evaluación negativa estaba otorgado de antemano.             —Soy la nueva. Me llamo Selena. —Con la frente ...
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PALABRA DE CINCO LETRAS   Quedan seis días, veinte horas y treinta minutos. Aunque, en realidad, la cuenta atrás empezó antes, en cuanto me apunté al taller de escritura.             Me faltará tiempo. Busco atajos. Me convierto en fugitiva. Un coctel de posibles huidas recorre los pliegues de mi mente. Me siento perdida. El reloj me empuja. El papel está vacío.  Tal vez pueda volver a usar alguno de los que ya he escrito. Tengo muchos relatos, todos por corregir. He revisado el listado. Al terminar la cena, en la mesa de la cocina, le cuento el que he elegido a mi hija sentada frente a mí, con la cabeza recostada sobre su brazo junto al plato vacío. Está cansada. Pienso en cuando siendo pequeña le leía uno de sus cuentos. Hace apenas dos horas que ha terminado la primera clase del taller. Por los gestos de su cara noto que a ella también le gusta. Aliviada presumo que tal vez lo tengo. «¡Ves!, no ha sido tan difícil»...
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  UN PAQUETE PARA RESPIRAR   Hace tiempo que un paquete no tardaba tanto en llegar.  En el paisaje doméstico de nuestras calles no falta el tránsito permanente de furgonetas de reparto —eficiente y rápido— de paquetes y mercancías, como ambulancias equipadas con soporte vital, que mantienen nuestras almas enganchadas a la vida con un goteo infinito de pedidos. Siempre nos hace falta algo que, una vez recibido, pronto pasa al olvido.  No compras por internet. Al menos, no directamente. Si necesitas algo delegas esta labor —tediosa para ti— en tu marido. Eres más de trabajo de campo, de recorrer tiendas. Salvo cuando se trata de un objeto decorativo, tema del todo fuera de su interés y conocimiento.  Esta vez lo tienes claro: tú misma haces el pedido. Estás acostumbrada a la fórmula de la superinmediatez de los clientes premium, que promete:  ¡Entrega GRATIS hoy mismo!, ¡ahora!, ¡ya!, ¡abre la puerta, el repartidor está esperando!  Nada más iniciar la tr...
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  LA EXCURSIÓN   Mi marido no asistió a mi boda.             Siempre fui una chica de dudas muy claras . Me casé con otro. Era el primer día de octubre de 1978. Fue una boda campera, en Gaucín, junto al río. Yo tenía quince años; él, unos años mayor.              Mis revoltosas damas, como hadas traviesas, se afanaron en improvisar el mejor de los atuendos de novia, dadas las circunstancias. Cogían prendas de aquí y de allá, que con decisión quitaban a unas y a otras. Me colocaban complementos encima mientras yo, como un maniquí sepultado por aquella alegre algarabía, con los nervios propios de mi boda improvisada, me dejaba hacer; casi cualquier cosa servía. Apartados en otra zona del campo, donde no los podíamos ver, los chicos, ocultando sus secretos, hacían lo propio con el novio.            ...