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¡AGÁRRATE A LA BARRA! Y de pronto, llegaba un día en que la enorme Olivetti, incansable entre semana, dejaba por fin de sonar. El despacho quedaba en silencio, vacío y cerrado. Era domingo y la Alameda nos esperaba. Mayores y pequeños, en familia, lucíamos nuestras mejores galas, la ropa de domingo. En invierno, mis delgadas piernas se perdían enfundadas en unos gruesos leotardos —casi siempre con alguna puntada en las rodillas tras el estreno—. Llevaba el abrigo de paseo y aquellos guantes y bufandas de colores que, en alguna ocasión, no regresaron conmigo a casa.               Nada más entrar, a la izquierda de la puerta principal, nos recibía Rafael, el barquero, con su boina negra calada de medio lado, el cigarro en la comisura de los labios, y ese grito con voz rugosa que me hacía vibrar:             —¡Agárrate a la barra!  Con él comenzaba siempre ...
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EL MUNDO ES UN PAÑUELO   Por mesa de quirófano, el suelo del lavadero. Bajo la luz blanca cenital y el frío de la sala, el especialista abre su maletín y extrae una caja alargada de plástico rígido. Una mitad transparente, la otra ahumada; parece un estuche de gafas de natación. Sin duda es una caja reciclada. La mantiene cerrada con varias filas de gomilla que desliza hacia la punta para abrirla.  Te pide algo para apoyar las rodillas. Ante tu atenta mirada comienza la intervención en silencio. Va sacando los tornillos y los deja caer en la caja, donde suenan como balines retirados en una bandeja de quirófano.  Tras abrir y revisar, cierra negando con la cabeza. Lo sabías. No puede salvarla. Desde que entró nueva en casa dio muestras de su fragilidad. Empezó a resentirse con poco tiempo de funcionamiento, convirtiéndose en una fuente de problemas periódicos que precisó de intervenciones frecuentes del técnico. Fabricada como cualquiera de sus iguales, de forma compacta. ...
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NOVIEMBRE El jardín duerme. Sobre su manto acolchado llora el cielo. Los verdes y marrones brillan, empapados por un llanto sereno. Apenas queda huella de otros colores,  resguardados, sueñan con la próxima primavera. Sobre un velo de aliento en el cristal, hago girar mis dedos. Al abrigo, le cuento al frío mis secretos. María José Aguayo
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  CIFRAS Y LETRAS           Ahora que el tiempo me da tregua, miro atrás y trato de entender por qué desaparecí.   Estoy casi segura. Mis dudas corrosivas me condujeron demasiadas veces al silencio. Perdida en medio del caos, del ruido, de las prisas de la vida, esclava de mil y una obligaciones, avanzaba como un autómata tras las manecillas del reloj. N o vi venir el desplome de mi propio castillo. Dejé de jugar. Cuando quise darme cuenta, no encontraba el camino de vuelta. Y llegó el día en que no sabía bien quién era. Me alejé demasiado de la  patria de mis sueños.    —Buenos días. Llegó el pedido.  —Gracias, paso para recogerlo.  —Es la primera parada de mis recados del día Desde hace poco más de un año recibo este mensaje en el móvil de María Luisa, la de la herboristería donde, cada noventa días —número de comprimidos del envase—, encargo el complemento que mantiene a raya la relación calmada...
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  VIRUTAS DE NOGAL Y ENCINA (Ganadora del tercer premio del concurso)   Tras el verano, Valentín comenzaba a echar en falta la manga larga al terminar la jornada en la huerta. Por las veredas, el viento alzaba en danza una hojarasca amarilla, marrón y roja. Ahora que José volvía al colegio, no lo tendría enredando entre las matas. Necesitaba estar solo. En plena posguerra, sin dinero, tallaría con sus manos su regalo de cumpleaños.   Del nogal de la parcela tomó la madera para los escaques y figuras negras; de la encina centenaria de la dehesa, que partió la tormenta, cogió lo necesario para las blancas. El curso anterior, Don Diego, el maestro, llevó su ajedrez a la escuela. Cada día, veía cómo José ejecutaba el jaque pastor, dejando boquiabiertos a sus compañeros. A todos menos a Francisco, que se convirtió en contrincante de partida diaria.  Cincuenta años después, cuando las campanas de San Juan habían doblado ya por su amigo, continúa jugando junto a la ventana ...
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ELEGÍA   Finalmente, no fue en abril sino en octubre cuando lo hice desaparecer. Mandé que lo eliminaran.  Durante esos cinco meses, tuve la oportunidad de reconsiderarlo. Sentí alivio de no haber sido aún la causante de su pérdida. Me dio tiempo a acostumbrarme, otra vez, a la idea de que no se iría, de que seguiría conmigo.  Decidí dejarlo correr. No sería yo quien insistiera para que desapareciera. Y entonces, cuando no lo esperaba, una notificación ensombreció la pantalla de mi móvil. Con el mensaje acabó mi respiro. Mañana vendría a apartarlo de mi vida. Justo mañana, cuando mi hija cumplía veintitrés años. A ella le entristecía, pero sabía que no podía hacer nada para impedirlo. Mi decisión estaba tomada. Su presencia formó parte de su infancia. Fue su compañero de juegos, junto al columpio. —Me va bien mañana —respondieron mecánicamente mis dedos, ganándoles la partida a las dudas que abrigaba en mi corazón—. Si no lo hacía ahora, tal vez no lo haría. El indulto ha...
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  RELEVO   —Pero, ¡qué demonios! ¡Mojarás el suelo! ¡Si alguna prenda se cae, se manchará! —Había recorrido el perímetro del atelier, con el paraguas goteando, buscando un paragüero. Cuando Selena llegó al centro comercial, el cielo estaba haciendo su propia colada. Las nubes tendidas —teñidas de color tierra—, goteaban barro.  Los bríos del primer día le hicieron olvidar que tenía que haber dejado el paraguas en el coche.             —¿Y tú quién eres, si puede saberse? ¡Esto es el taller de costura! ¡Has entrado por el probador! —volvió a hablar Isabel con la voz enronquecida.  Con los ojos entornados, acentuando su marcado entrecejo, conseguido tras una amplia trayectoria de mal genio, la había recorrido de arriba abajo. El resultado de su evaluación negativa estaba otorgado de antemano.             —Soy la nueva. Me llamo Selena. —Con la frente ...