CON TUS LATIDOS Una lanza y una espadilla dorada recorren certeras su esfera cuadrada. Su vibración guía mis pasos. Dispuestas como rayos alrededor del sol, doce estancias con tus huellas marcadas asoman colmadas: de recetas, de labores, de abrazos, de canciones, de poemas sin rima, de odas épicas, de bienvenidas, de partidas, de celebraciones, de comienzos, de finales… a través del marco bañado en oro y plata de su diminuta llanura. Llevo puesto en mi muñeca izquierda tu testigo como escudo para no perderme mientras transito puntual por las doce estancias. Percibo el calor de tu piel, al comienzo de mi mano, rodeando mi muñeca. Con él siento que tu ritmo me acompaña. Es el guardián que dejaste para marcar con regularidad mis andanzas. El escudero que cabalga junto a mí soportando mis dichas y mis penas. Dos damas distintas servidas por el mismo escudero. Palpitando sincronizadas, le cargo con mis propias batallas mientras espumo tu misma receta del caldo. Ante la mirada de nuestro b
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RELLENO DE PLUMAS Tumbada en mi sofá, oigo decir a una beguina de la serie que estoy viendo en televisión, que pocas cosas consuelan más que un colchón relleno de plumas. Sabe bien de lo que habla teniendo en cuenta el camastro que usa para dormir en 1559 en el beguinato de Segovia. En cambio, en el año 2024, yo resoplo cada día tratando de evitar la tarea de mullir mi sofá de plumas. Comprado hace treinta y cuatro años en Abolengo, una tienda que desapareció al poco de nuestra visita, pasto de las llamas, de la que conservo también un pequeño árbol de navidad, que continúo poniendo desde entonces cuando llegan las fechas. Una amiga viene a visitarnos con mi hijo recién llegado al mundo a la vez que los muebles, incluidos los dos sofás, uno de tres plazas y otro de dos, ambos con medidas extraordinarias de eslora y manga. Pesan como un par de embarcaciones robustas de roble. Ostentan un diseño lujoso de formas ondeantes. Llegaron para quedarse. Al entrar al salón exclama:
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LA IMPOSTORA Ante un campo de margaritas blancas, cuatro mujeres con faldas, entretejidas del brazo dan un paso adelante sobre pasta dura color verde agua. Tirando del hilo unen palabras. En la bonita tienda de la calle Reyes Católicos, me reclama con un sortilegio desde la estantería el libro, Escritoras. —¡Violeta, vamos, tenemos que irnos! —La voz de Eugenia te baja de la nube. —Pero… —Extiendes la mano que sujeta el libro hacia Eugenia. —Lo sé. Lo siento. Mira la caja, la cola es larga. Tenemos un taxi esperando en la puerta. ¡No llegamos! Un viaje de tres días os ha llevado a las cuatro amigas a Granada. El martes 9 de octubre estáis de vuelta. El día 10 estoy sentada en mi escritorio aún con la miel en los labios por lo vivido, el corazón apenado por lo pronto que ha pasado y el consuelo y las ansías de volver a vivir no muy tarde, otra escapada. Tengo el firme propósito de recuperar el hábito, de la escritura, pero un mensaje de una amiga en la pantalla del móvil me atrapa:
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HISTORIA DE UN LÁPIZ Está tendido. Bien colocado en un estuche imprevisto sobre una llaga gris de cemento, entre las losas de la acera. Secándose al sol tras la humedad de la lluvia. Violeta lo encuentra al volver a casa, después del mediodía. Regresa tranquila de hacer la compra semanal del pescado. Al verlo, tiene la impresión de que hace pellas, supone que por accidente. Se agacha con un destello brillante en la mirada y siente como vuelve atrás en el tiempo. Sin pensarlo dos veces, como un acto reflejo lo recoge con devoción. En cuclillas, lo recorre con la yema del dedo invocando su hechizo. Contemplarlo le despierta ternura —maestra durante casi cuatro décadas, ha visto cómo hacían funcionar estas párvulas varitas mágicas a multitud de pequeños aprendices—. Su longitud indica que ha sido poco usado. No está sucio. No debe llevar ahí mucho tiempo. Se trata de un lápiz escolar despuntado, algo mordido por el extremo opuesto a la mina. La cercanía al bord
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FIN DE SEMANA DE LLUVIA Faltan catorce días para el ritual del cambio de hora. Con él, el horario cambiará el armario, se vestirá de invierno. Queda poco para la hora de la merienda, sobre las seis y media. Por detrás del cristal del lavadero, ya se adivina el destello del velo violeta que cubrirá el cielo para despedir el día. La apariencia es de ser más tarde por la tenacidad de las nubes grises que ni dejan de llorar ni se retiran. Sin encender la luz, te resulta acogedora esta tenue intensidad, recoges la cocina con aroma a canela en rama, azúcar y limón. El arroz con leche que has preparado se enfría humeante en la fuente rectangular para horno, sobre la secadora. En el ambiente ondean las notas acompasadas de una melodía intimista de piano, violín y chelo, reproducidas por el dispositivo oculto tras el televisor de la cocina, en perfecta armonía con el sonido metálico de cacerolas, sartenes y cubiertos. De cristales de copas y vasos que entrechocan. De lozas y cerámicas de fuent
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CÓMO VOLVER A PUERTO Cuaderno de Bitácora de una escritora novata. Tomares, miércoles 10 de octubre, 10:00 a.m. de 2024. Primera jornada, después de casi cuarenta, que al abrir los ojos no tienes ninguna actividad inmediata programada, ninguna cita, evento para el que te tengas que preparar, compras que hacer. ¡Arriba, Violeta! Ha llegado el día. Nada te impide sentarte en tu mesa de trabajo. A ver si vuelves a escribir algo… Levántate y dirígete al baño a vaciar la vejiga. No has terminado cuando suena el portero. La puerta del dormitorio de tu hija está cerrada. Sabes que ella no abrirá. Ni lo habrá escuchado, tiene un sueño profundo. Date prisa. Deja la luz encendida, no pulses la cisterna ni bajes la tapa. Baja apresurada las escaleras con el camisón de tirantes finos y en chanclas sin ponerte nada encima. Descuelga el portero y pregunta: —¿Quién es? —Amazon. “¡Cómo no!”. Encógete y cúbrete pudorosa con los brazos como puedas, —ya refres
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CANIJA Al menos hoy tienes un alivio, no pensar “¿qué me pongo?”. La camiseta blanca de algodón de cuello azul a la caja con rayas azules en los hombros, el picajoso chándal de espuma, el negativo de la camiseta, azul con las rayas laterales blancas y los tenis, te esperan a los pies de la cama. Tú misma, la noche anterior, los dejaste allí preparados. Aunque la clase y la profesora te gustan, este mes estás asustada. Te encantaría estar enferma los días de gimnasia. Sabes que no te saldrá, te caerás, te harás daño y, por si fuera poco serás el hazmerreír de tus compañeros fisgones, arracimados clandestinamente en las pequeñas ventanas, espiando el gimnasio de las niñas. Con escasa biografía, trece para catorce años a finales del frío enero, e irrisoria corporeidad: —¡Niña!, ¿vendes pantalón o compras carne? —como te grita el soldado de guardia desde su garita en el cuartel por el que pasas cada mañana, estás por primera vez