DE LA TIERRA AL CIELO


—¡Venga, Manuel, espérame! Juego una ronda a la rayuela con mis amigas y después nos vamos. —Con los rizos en su cara y una sonrisa abierta, Carmen, se fue con ellas corriendo.

              —¡Vete a la porra, yo otra vez no te espero! —Manuel, enfurruñado, con el flequillo metido en los ojos, cogió su balón de fútbol y sin despedirse, se fue pateándolo hasta el campo viejo. 

 

Aquello lo resolvieron más tarde. Juntos, de casilla en casilla, continuaron atravesando los nueve mundos hasta alcanzar el Paraíso en la Tierra, bordeando sus infiernos en ocasiones tambaleantes a la pata coja otras, con ambos pies asentados  con firmeza en el suelo, durante cuarenta y cinco años de vida en común.

Desde que Carmen falta, cada mañana, Manuel, acude al parque. Frente a la rayuela, ahora es él quien lanza el tejo vigilando que no caiga en el pozo ni en ninguna línea, como tantas veces vio hacerlo a Carmen, mientras la esperaba escondido en cuclillas tras su árbol. Impaciente, con su sonrisa atravesándole el alma, aguarda el momento de verla jugar de nuevo, sin importarle la espera.


María José Aguayo

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