REFLEJANDO —¿Hay candela? —No hay candela —repetíamos agitadas ante la hiperactiva mirada de la participante que la quedaba en el centro cuando jugábamos a Las cuatro esquinas, en la Plaza del Socorro, en el espacio de arriba, custodiadas por su céntrica fuente. Subíamos y bajábamos, escalando o resbalando por la corta balaustrada de piedra con forma de pendiente que usábamos de tobogán, rematada en la punta por una bola que hacía las veces de asiento o casa, durante el juego. Caliente en verano y fría en invierno. De ello daban buena cuenta nuestras nalgas y piernas cuando llevábamos falda. Húmeda cuando nos sorprendía jugando la lluvia, pretendiendo apagar nuestras candelas. Tras un mes de vacaciones, alejada de la casa que me ha acercado a sus esquinas adultas junto al mar, imagino a cada una sentada sobre su bola de piedra, ocupando su puesto: las cuatro amigas, a falta de nuestro habitual encuentro. Pero, desde nuestras atalayas, seguimos conectadas,...
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