
“¡MARDITO ROEDORE…!” Nací en la Ciudad Soñada, en los años sesenta del siglo pasado, en una casa de la calle Rosario, unas puertas más arriba de la casa de mis abuelos maternos, abuelito José y abuelita Esperanza, ambos sevillanos. Sus balcones y ventanas miraban a la profunda garganta, donde con su vuelo bajo y el estruendo de sus graznidos, los negros grajos con la precisión de un barómetro anunciaban el cambio del tiempo. Al poco, nos trasladamos al número 78 de la comercial y muy transitada Calle La Bola, frente al cine Tajo Cinema, a una casa cuya entrada nos atraía de manera irresistible a sus pequeños habitantes, de tal forma que íbamos y veníamos frecuentemente con sigilosos y apresurados pasos. Junto al portal de la vivienda, se encontraba el pequeño local impregnado de olor a betún y cola, repleto de todo tipo de calzado, que nuestro padre le tenía alquilado a Juanito el zapatero, al que con frecuencia le costaba un buen rato, dar co...